La Princesa y el Fantasma
Para Adriana Ojeda Casillas
La niña princesa atrapó a su risa y la metió en una botella de cristal.
A veces la sacaba de abajo de la cama y se recostaba a mirarla. La risa sonreía y volaba como mariposa, y por un momento se detenía a mirar a la niña princesa como si se observara en un espejo.
El poeta era el único que siempre supo que la niña era una princesa, y que la niña era una niña lo sabía todo el pueblo. Por eso cuando la niña princesa enseñaba el frasco, tan sólo el poeta percibía aquella risa tan hermosa que a veces sonreía y otras veces se tornaba en mariposa.
El poeta y la niña princesa se sentaban en las tardes a contemplar el mar.
Los pescadores pasaban y los saludaban, luego se rascaban la cabeza, incrédulos, no comprendían cómo la niña y el poeta se fijaban tanto en ese mar que sólo vale para pescar y bendecirlo, o en su caso maldecirlo cuando buscaban entre los sargazos al compañero ahogado por la borrasca siniestra que a veces llegaba siempre de noche.
El poeta y la niña princesa no sólo miraban el mar, también platicaban con él.
-Oye, mar, le decía el poeta, quiero conocer algún día una hermosa sirena para escribirle un poema.
La niña princesa hacía como que se enojaba y pellizcaba el brazo del poeta.
Entonces el mar, alegre, les arrojaba espuma, copos de nubes que reventaban con sonidos de cristal y vuelos de peces que brillaban y volvían a caer en medio del bostezo de las olas que mojaban los pies de la niña y del poeta.
Una tarde en que el cielo estaba gris y las gaviotas se quedaron en sus nidos, el poeta se subió en un avión y se fue del pueblo.
La niña princesa estuvo triste durante varios días. A veces, sacaba la botella gris: parecía que las alas de la mariposa se estaban marchitando.
La niña fue a visitar a su amigo el mar. Se envolvió en sus brazos y el oleaje la arrulló con una suave canción de cuna. La niña suspiró. El suspiro se fue volando por la superficie helada y se metió como un pez a sus profundidades.
La niña fue por la botella donde estaba su risa que se hacía sonrisa y luego mariposa.
A la orilla de un risco destapó el frasco: la mariposa salió revoleteando y se fue hacia la montaña.
Ese día la niña princesa supo que ya era una mujer.
La muchacha se enamoró y contrajo nupcias con el capitán de un navío que pasó por el pueblo y se la llevó a recorrer el mundo.
Nadie supo nunca que ella era una princesa, ni siquiera el capitán con quien procreó una niña.
La muchacha fue una vez al mar pero ya no recordó el lenguaje del océano.
Se fue a bañar y a divertir como lo hace la gente normalmente.
El mar sabía que la mujer era la niña princesa. Y la mujer recordaba que había sido niña pero no recordaba que también era una princesa.
Cuando regresaron a casa, Daniela, su pequeña hija, le comentó:
-Mamá, el mar me estuvo cantando una canción.
La muchacha le dijo:
-Niña, come tu sándwich, tienes que hacer tu tarea.
Quizá nadie ha desentrañado los misterios del amor, tal vez por ello se quiebra una relación como se rompe una taza de porcelana o como cuando un espejo se cae dejando sólo trozos que reflejan pedazos de vidas desoladas o almas que han perdido el pie muy cerca del abismo.
Una tarde-noche, cuando Daniela se había dormido, tocaron a la puerta. La muchacha dejó la computadora y abrió la puerta.
-¿Quién es usted? ¿Qué se le ofrece?, preguntó a un ser que estaba en la penumbra como si fuera un fantasma.
-Soy yo –dijo el fantasma- ¿No me reconoces?
La joven le encontró parecido a alguien que había conocido en otro tiempo.
Él la miraba a sus ojos almendrados, eran los mismos de la niña princesa.
-No sé quién es usted- dijo ella.
El fantasma abrió un puño y una mariposa salió volando, revoleteó por la habitación y por el rostro de la muchacha.
Ella se llevó una mano al pecho.
-Dios mío –murmuró- No puede ser, ¿eres tú?
-Soy yo- dijo el fantasma y entró. Se movió como un fantasma por la casa.
La mariposa se posó sobre la frente de Daniela que dormía. La niña sonrió y soltó risitas juguetonas. La mariposa se paró en el brazo del fantasma. Entonces, la princesa recordó todo.
-Me atrevo a perturbar el universo para enseñarte lo que te he escrito en mi vida, le dijo el fantasma.
-Pero por qué te fuiste sin decir nada- preguntó ella.
El fantasma se acercó al rostro de la princesa, luego se alejó y se sentó en una silla.
-Un día que estabas en la escuela, fui al mar. Escuché a las sirenas cantándose una a otra. No creo que canten para ti, me dijo el mar. Tú tienes tu dulce sirena a quien cantarle tus poemas. Tuve miedo, no te miento. Al día siguiente tomé el vuelo que me sacó de la isla.
La princesa vio al fantasma que leía un poema. Luego… silencio. Leía otro. Una lágrima recorrió la mejilla de la princesa.
-A lo mejor soy un ser extraño para ti, siguió el fantasma. No tengo ningún derecho. ¿Cómo podría yo atreverme? El destino de los poetas está escrito por el azar y la sin razón del corazón.
Se acercó de nuevo a la princesa.
-¡Imposible decir precisamente lo que quiero decir!
-Creo que las cosas pasan por algo y no debemos arrepentirnos de nada.- murmuró ella.
Una profunda tristeza le comenzó a oprimir en el pecho.
-Me tengo que ir, tartamudeó el fantasma.
-¡No!, le dijo la princesa, quédate un rato más, tómate un café o un refresco. Quiero saber qué fue de tu vida todos estos años en que no nos vimos.
El fantasma dudó si quedarse o irse de una vez.
-Quiero ver a Daniela, dijo el fantasma. Sabía que había llegado demasiado tarde y que su presencia ya no era de este tiempo, ya no había tiempo para él ni tiempo para ella. ¿Cómo atreverse a perturbar el universo?
El fantasma caminó hacia la puerta.
-¿Por qué te vas? ¿Por qué me abandonas de nuevo?, le cuestionó la princesa.
-Los fantasmas del pasado no tienen lugar en el presente- dijo el fantasma. Para mí siempre serás esa niña princesa. También vine a regresarte tu sonrisa.
Abrió la puerta y se confundió entre los otros fantasmas que caminaban cabizbajos por la calle.
Hasta entonces la princesa abrió su mano que la había mantenido cerrada con fuerza. La mariposa escapó y voló por el cuarto. El perfume de sus alas embriagaba a los ramos de flores. Una profunda quietud envolvió a la princesa. Fue con su hija, le dio un beso en la frente y escuchó esa canción, la misma que el mar de la isla le cantaba al oído cuando ella y el poeta reían alegres de las ocurrencias de ambos, y la vida era otra, y el mundo era más claro y preciso, menos abandonado al ocaso, como la inmaterial quimera de tus sueños.
Jeff Durango
martes, 23 de octubre de 2007
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