domingo, 8 de agosto de 2010

Periodistas ¿y ahora qué?

La Grilla

HECTOR FROYLAN CAMPOS

Cientos de periodistas marcharon el pasado sábado por las calles de Hermosillo. La manifestación pública protagonizada por los responsables de narrar la historia cotidiana, es una postal que periódicamente se reedita con nuevos matices, actores, ingredientes y escenarios.
No es casual. Quién sabe cuándo, pero uno tiene la obligación de maldecir la hora en que los profesionales de la comunicación pasaron de ser los tejedores, a víctimas y protagonistas de las noticias diarias: 64 muertos y 11 desaparecidos, no dejan mentir.
Comulgo absolutamente con la opinión de una legión de colegas que con altas dosis de temor y miedo declaran que la violencia ya nos alcanzó a todos.
Desde hace cinco años a la fecha, los obreros del periodismo sonorense empezamos a tomar la plaza pública para denunciar la barbarie y demandar justicia por los colegas muertos y desaparecidos.
La respuesta de las autoridades gubernamentales al legítimo reclamo de saber la verdad, lamentablemente siempre ha sido la misma: silencio e impunidad.
Por ello, la compañera de la tropa reporteril Adriana Manjarrez machacaba a los cuatro vientos:
“(…) y aquí estamos para reiterar que no nos gustan las respuestas huecas. No queremos eternizar el olvido. No nos da la gana ser cómplices del silencio y la desmemoria; de la impunidad y la corrupción”.
Este sábado, el sentimiento de inseguridad que asalta a los periodistas apenas salen de sus hogares a cumplir con su labor, queda plasmado en el manifiesto suscrito por todos y cada uno de los protagonistas de la caminata y, naturalmente por los ausentes:
“Ya nadie está seguro ni siquiera en su casa, en su escuela o en su trabajo. Hay un clima enrarecido, denso, demasiado pesado para describirlo sin el sobresalto de por medio. Sin la incertidumbre o el temor, el mal presentimiento, el ‘ojalá que no pase’ o el encomendarse a Dios cada mañana, según sea el caso”, cita el documento.
Y esta ocasión, la voz de los periodistas de Sonora no sólo se une para exhibir la negligencia e ineptitud del gobierno o el desasosiego gremial ante la creciente ola de violencia desatada por la cruenta guerra que libran las autoridades y las mafias criminales, sino también para exigir un alto a las agresiones y apelar a condiciones mínimas de seguridad que garanticen el pleno goce de los derechos constitucionales.
Sin embargo, desde esta tribuna preciso plantear a los compañeros y compañeras de los medios de comunicación escritos y electrónicos, una propuesta para ir más allá de un simple manifiesto que seguramente a los destinatarios les entrará por uno y les saldrá por otro.
Y es que, resulta urgente y necesario afrontar los desafíos (o para decirlo mejor: peligros y riesgos) con ideas y actitudes nuevas, prácticas y efectivas.
No es, ni será la primera vez que demandamos a las instituciones gubernamentales la puesta en marcha de mecanismos que ofrezcan seguridad y protección en el ejercicio de este noble oficio.
La experiencia dice que no basta con reformar leyes, mucho menos crear fiscalías especializadas para investigar y castigar delitos en contra de periodistas o la libre expresión.
Me parece oportuno lanzar una convocatoria para que así como nos unimos y tomamos la calle para desnudar miedos, denunciar atropellos, solicitar que cesen las agresiones y pedir garantías para realizar las tareas reporteriles, también podamos discutir de qué manera los periodistas somos capaces de proponer y crear nuestros propios medios y protocolos de seguridad.
Creo que ya es hora de abandonar esa actitud apática e indiferente que da al traste con los esfuerzos por unirnos, colegiarnos, asociarnos o simplemente suscribir algún proyecto común de beneficio colectivo.
Si el fenómeno de la violencia ya es un ingrediente común y ordinario hasta en las tragedias que enlutan a las familias de nuestros hermanos y compañeros periodistas, luego entonces por algo hay que empezar para minimizar las amenazas o actuar de manera unida, ágil, efectiva ante una fatal eventualidad.
Y es que uno se pregunta ¿y después de la marcha, qué sigue? La respuesta, si bien se antoja simple, no es fácil, pero tampoco irrealizable: actuemos.
¿No creen?

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