Columna Daños Colaterales
Por Sanjuana Martínez
“Muchas vidas han sido calcinadas, enjuiciadas, atormentadas… La homosexualidad ni se lava ni se cura ni desaparece. No es un vicio: es una naturaleza. Y aún así lo oculta una gran mayoría de afectados por la sociedad”,
Braulio Peralta en “Los nombres del arco iris”.
A Carlos Daniel Alonso Hernández lo mataron con saña la noche de la marcha del orgullo gay. Le destrozaron el cráneo. El asesino uso un tráiler, para pasarle por encima. Tenía 25 años. Estaba semidesnudo. Era travesti. Y se llamaba Carla.
Engañado, Guillermo Luna Pérez, “Lucrecia”, aceptó la invitación de dos sujetos a subirse a su coche. Trabajaba junto a otro compañero en la calle. Ambos pensaron que tenían dos potenciales clientes. El cuerpo sin vida de Lucrecia fue encontrado con heridas en el tórax y en los brazos. Su amigo se tiró del vehículo en marcha y logró contar lo sucedido. Fue un “crimen pasional” dijeron las autoridades, no de odio.
La madrugada del 4 de mayo a Quetzalcóatl Leija Herrera lo mataron a pedradas frente a dependencias con vigilancia. Era Presidente del Centro de Estudios y Proyectos para el Desarrollo Humano Integral. Había organizado seis marchas del orgullo gay y preparaba la de este año. La policía dijo que fue para robarle, luego la Procuraduría de Justicia de Guerrero informó que se trató de un asesinato entre dos miembros de la misma comunidad, no un crimen de odio.
Así podríamos seguir. Los crímenes apenas son investigados. La invisibilidad ha generado una lista envuelta en la impunidad que llega a 2.051 crímenes por homofobia en 14 años. El Distrito Federal, el Estado de México, Michoacán, Nuevo León y Jalisco son los estados donde se han cometido el mayor número de crímenes de odio por homofobia.
En México asesinan un homosexual cada dos horas, según el Consejo Nacional contra la Prevención y Discriminación. Nuestro país ocupa el segundo lugar en América Latina, después de Brasil, en crímenes de odio por homofobia. Y lo peor de todo, el 44 por ciento de los mexicanos no aceptaría vivir con un homosexual. La evolución de la sociedad mexicana es lenta. Hace cinco años el porcentaje de los que no vivirían con un homosexual era del 48 por ciento. La intolerancia ha bajado solo un cuatro por ciento. Triste noticia.
El odio y la exclusión laceran la realidad mexicana. Los prejuicios generan desprecio, burla, desconfianza, odio e incluso homicidios. Considerar que la comunidad lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti e intersex significan una amenaza social es un vergonzoso atraso. En pleno siglo XXI, hay gente que aún considera a otras preferencias sexuales como contagiosas. Incluso, que ser algo diferente a heterosexual es una enfermedad.
Despreciar o atacar a quienes son diferentes es un error que sólo genera involución. El rechazo a los homosexuales es estimulado por ciertos sectores como el religioso. La cruzada católica para instaurar el reino de la heterosexualidad en la tierra no tiene límites. La jerarquía mexicana se ha unido a la estadounidense para lanzar el programa “Courage latino” que pretende “curar” la homosexualidad. Sus panfletos lo dicen todo: “Para Dios no hay imposibles. Él puede sanar a quien por su voluntad desea dejar de sufrir por el problema de atracción sexual a personas del mismo sexo”.
La sede del “Courage latino” está en Cuernavaca, dirigido por el padre Buenaventura y apoyado por los cardenales Norberto Rivera y Juan Sandoval Iñiguez. Ambos promocionan cursos de restauración a la heterosexualidad para abandonar una conducta “pecaminosa, torcida y lujuriosa”. Los cursos están cosechando éxito de asistencia en Guadalajara, Monterrey, Cuernavaca, Culiacán, Puebla, Aguascalientes y Tijuana con la inestimable ayuda de la conferencia episcopal.
Los prejuicios generados entre la población por este tipo de iniciativas y muchas otras que no aceptan los modelos alternativos de familia son peligrosos porque incitan a la persecución, el rechazo, la represión, el desprecio y el ataque a veces despiadado contra quienes tienen otras preferencias sexuales.
El Día del Orgullo Gay en México se convirtió en una auténtica fiesta de libertad, respeto y tolerancia. Pero la evolución de la sociedad mexicana necesita un ritmo más adecuado a nuestro tiempo. Me pregunto: ¿cuándo será encabezada esa manifestación por el Ejército como sucede en Inglaterra? ¿Cuándo la Sedena destinará una cantidad del presupuesto oficial para comprar condones en beneficio del goce mutuo de sus soldados como sucede en Holanda? ¿Cuándo los niños con padres del mismo sexo significaran una parte importante del alumnado en las escuelas como sucede en San Francisco, California? ¿Cuándo las manifestaciones de amor entre mujeres podrán ser vistas como normales en las calles de la ciudad como sucede en Nueva York? ¿Cuándo habrá un gobernador homosexual sin necesidad de renunciar a su puesto como sucedió en Nueva Jersey?…
Espero que pronto. Bryne Fone en su extraordinario libro “Homophobia, a history” considera que el llamado “último prejuicio aceptable” es la homofobia, un prejuicio persistente en la cultura occidental que debe ser erradicado lo antes posible.
Depende de nosotros construir un país distinto. Un México incluyente, libre de atavismos y miedos; un México donde el arco iris brille sin odio.