miércoles, 10 de marzo de 2010

Nadar

* Por Sylvia Teresa Manriquez

No sabe nadar pero disfruta el agua de la alberca. Siempre se baña pegadita a la orilla, para no resbalar, para no caer hasta el fondo.
Reflexiona sobre esto al mirar las gotas de agua que caen en los charcos de la calle. No se hunden, se adhieren sin derramarse.
No pasa el ruletero. Llegará tarde por su hija. Apenas dos años y sus travesuras incesantes. Una joya que le cambió la vida.
Hace mucho que no va a la piscina con sus amigos. Ya ni la invitan. Al quedar embarazada se alejaron de ella.
Esta tarde la humedad se toca. Piensa en el calor que también agobia a su retoño. En su casa tiene cooler, pero en la de su vecina no hay, allí la deja mientras sale a trabajar.
Ella es delgada, pálida, taciturna. De estatura regular y facciones finas. Quién sabe por qué tiene los ojos verdes, si ni su padre ni su madre los tienen de color. Su hija sí.
Regresa al recuerdo de esos días de alberca, mientras toca la ropa de trabajo que trae en la bolsa. Al llegar a su casa deberá lavar, teme que la llovizna empape las prendas y estarán mojadas. De ser así, no habría manera de utilizarla en la jornada del día siguiente.
Su ropa de trabajo a veces es más breve que sus trajes de baño. En el table dance no requiere atuendos holgados.
El ruletero la saca de sus cavilaciones, sube con el dinero del pasaje en la mano. Es inevitable que al abordar el camión la alegría sea porque falta menos tiempo para el reencuentro con su hija. A pesar de lo difícil que ha sido salir adelante después de su nacimiento, mira al cielo, y agradece por tenerla.
Tuvo que dejar la escuela, la echaron de su casa. De su familia solo su madre le habla. Viene a visitarla de vez en cuando, trae leche y avena para la niña.
El trayecto es largo, la colonia donde habita es nueva, lejos del centro de la ciudad: una cerrada con viviendas pequeñas y calles estrechas. El ruletero la deja en la entrada de su fraccionamiento. Siempre apresura el paso para llegar por su hija. A veces alcanza a escuchar su risa antes de tocar la puerta, otras solo el silencio de la siesta.
Hoy hay quietud. Sonido de gotas en el tejaban. En la televisión un programa de chismes faranduleros es estruendo.
Pregunta por ella. Está jugando en el patio, le dicen.
Sin embargo no la oye. No la percibe alegre y traviesa como suele ser.
¿Dónde? No la veo.
La vecina deja sus ocupaciones en la cocina para salir al encuentro de la joven que desencajada rescata el cuerpo sin vida de su frágil hija.
Varias cubetas guardaban agua debido al tandeo. Una se volvió trampa mortal para la curiosidad de un ángel.
Desmoronada se aferra al cuerpo convertido en muñeca sin aliento. Su emoción se fusiona con la mente, ambas giran y al detenerse, concluye: no aprendí a nadar, no aprendí a nadar.



*Crónica incluída en la Antología "Primavera de Palabras, Esencia de Mujer" Editada por Editorial Glifo,


Publicado en http://www.contactox.net/index.php?option=com_content&task=view&id=3176&Itemid=1
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