Muchos de los que acuden estos días a la galería Carla Sozzani de Milán lo hacen con la curiosidad que provoca un descubrimiento. ‘La mujer más fotografiada de Francia’, como la llamaban cuando era musa y modelo, muestra desde los viejos retratos que allí se exponen (hasta el 2 de noviembre) la naturaleza de su magnetismo, olvidado por otros iconos y otras modas.
Observando las imágenes de Bettina Graziani se llega a entender la razón de que Dior, Givenchy, Valentino y Jacques Fath se sintieran fascinados por su rostro expresivo más que bello, de una elegante naturalidad que hacia terrenales los diseños más exquisitos sin que perdieran su poder de seducción. Hollywood la quiso, pero ella no quiso al cine, ni a Coco Chanel cuando la diva de la aguja le abrió las puertas de su atelier.
Sin embargo, no pudo resistirse a la docena de rosas rojas que el príncipe Aly Khanle mandó cada día hasta hacerla primero su amante y luego, su prometida. Quien reinaba desde las portadas de 'Vogue' o 'Life', entonces lo hizo también desde las crónicas del 'gotha' como la mujer que reemplazaría a Rita Hayworth como princesa consorte.
Los inicios en la modaEn la autobiografía que publicó en 1964, cuando apenas tenía 40 años pero ya había vivido tanto, se sorprendía del extraño viaje que le había llevado desde su pueblo en la Normandía francesa hasta la cima de la moda. Primera estación: París, a donde Simone Micheline Bodin (su nombre familiar) llegó con 20 años y la ilusión bajo el brazo en forma de bocetos con los que se presentó ante el modisto Jacques Costet: «Tus diseños no valen nada, pero podrías ser una increíble maniquí», fue su respuesta, cruel pero lúcida, a pesar de que poco tenía que ver con las otras chicas que por entonces desfilaban: pocas curvas en unos escasos 164 cm, pelirroja y con mejillas pecosas.
Hizo caso a Costet y probó fortuna mostrando las creaciones que ella soñaba con realizar. Apenas había participado en algunos desfiles menores cuando conoció a Gilbert Graziani, que con el tiempo sería un reputado fotógrafo de 'Paris Match'. Fue la primera vez que dejó todo por una relación. Juntos se fueron a la Costa Azul (1946) para regentar un café que resultó una aventura fallida, como lo sería su amor.
Meses después estaban de regreso en París para casarse –se divorciarían en 1950– y buscar empleo. Ella intentó recuperar lo que parecía una buena forma de ganarse la vida y logró un modesto contrato de maniquí en la casa de Lucien Lelong, ya en decadencia pero que le sirvió para darse a conocer. Aún hoy, a sus 91 años, reconoce que nunca entendió bien por qué fascinó de esa manera a los modistos.
Su fidelidad a Fath
Jacques Fath, el joven prodigio que protagonizaba el resurgir de la moda francesa tras la Guerra Mundial, le hizo una oferta que no pudo rechazar: sería su primera modelo y la llevaría con él a Estados Unidos. Pocos días antes de unirse a su taller, Simone Graziani se encontró con Christian Dior, quien estaba a punto de dar a conocer el revolucionario New Look. Le pidió que se fuera con él porque veía en su estilo la imagen de la nueva mujer a la que pretendía vestir.
Pero había dado su palabra a Fath y la cumplió. Nunca se arrepintió porque entonces comenzaron sus años más felices como modelo. Fath le cambió el nombre por Bettina para no coincidir con otra maniquí que se llamaba Simone, y le obligó a cortarse el pelo para resaltar sus facciones y su mirada naif. Con él lo aprendió todo.
En una entrevista en 'Interview Magazine', recordaba divertida su estresante inmersión en la alta costura: «Todo el mundo terminaba llorando en los probadores en un desfile. Las modistas lloraban si creían que habían estropeado un vestido; las maniquíes lloraban si un diseño que iban a lucir se lo daban a otro chica, y el director del desfile lloraba si había alguna marca en un vestido. Y luego estaban los clientes groseros que hacían comentarios desagradables cuando pasábamos».
Bettina llegó a Nueva York como la imagen sofisticada de Fath. La estrategia del diseñador para ganar el mercado norteamericano fue hacer de su musa una chica de portada. Por eso su primer trabajo allí consistió en una sesión fotográfica con Irving Penn para 'Vogue'. «Dior puede que tenga su New Look, pero Fath tiene a Bettina», escribía poco después un conocido crítico. La popularidad de la modelo creció con la misma fuerza que la de su mentor. Cuando Fath murió de leucemia en 1954, su firma solo era superada por la de Dior.
La temprana pérdida no perturbó su carrera. Le llovían los contratos como modelo fotográfica, pero ella deseaba volver a la alta costura, por eso tardó un instante en aceptar la propuesta de Hubert de Givenchy para ser no solo la principal representante de sus diseños, sino además directora de la casa y su agente de prensa.
«Una maniquí no debe ser un personaje pasivo. Con un gesto, con un movimiento o con una postura puede dar al creador una idea para un detalle o para todo un diseño», decía. La primera colección con ella en la firma fue descrita en Vogue como «una manera de canalizar el estilo de Bettina en una nueva revolución contemporánea». Entre los diseños que se presentaron estaba la ‘blusa Bettina’, que inspiró la botella del perfume Amarige, el más vendido de Givenchy.
Bettina y el amor
Por entonces visitaba Hollywood con frecuencia para acompañar a su nuevo novio, Peter Viertel, un conocido guionista que la introdujo en los círculos frecuentados por Bogart y Bacall, Elizabeth Taylor o Ernest Hemingway. La cámara la amaba, ¿cómo no iba a hacerlo la gran pantalla? Esa idea llevó a la 20th Century Fox a hacerle una oferta para una película. La rechazó. Su pasión era otra y estaba en París. Sin embargo, ni siquiera la moda podía competir con su deseo más íntimo: casarse de nuevo y formar una familia.
Los medios sociales convirtieron el romance entre la modelo y el príncipe Aly Khan –hijo del Aga Kahn III, exmarido de Rita Hayworth, playboy y unos de los hombres más ricos del mundo– en la noticia del año 1955. Más aún cuando Bettina decidió abandonar su carrera por él.
Leyendo su autobiografía se percibe que tuvo que renunciar a más: «Cuando me miraba al espejo, a veces me costaba reconocerme. ¿Dónde estaba Bettina, la maniquí que vivía en la vanguardia? La Bettina que veía volvía a tener el pelo largo y se ponía vestidos mucho más decorosos de lo que la moda dictaba. Pero aceptaba lo que veía en el espejo de buen grado, porque sabía que era así como Aly me quería».
Fueron cinco años alejada de todo, excepto de él. La boda estaba programada cuando ocurrió el accidente de coche en el que murió el príncipe (1960). Ella iba a su lado. Resultó con heridas leves, sin embargo, poco después, perdió al bebé que esperaba. El libro en el que Bettina cuenta su historia concluye con ese episodio trágico y una frase que revela una personalidad sumisa:«Amar y comprender a un hombre es la única forma de sentirte en armonía con tu destino».
El retiro y la vuelta
Había heredado de Kahn su casa de campo en Chantilly y con el dinero de su venta y los ingresos que había tenido pudo disfrutar, con solo 35 años, de un retiro solitario. Pero le faltaba todo lo que le había hecho feliz. No, ya no esperaba volver a enamorarse, pero le quedaba la moda. A los 42 años decidió comprobar si su estilo y su rostro seguían siendo atractivos para la industria. Coco Chanel la recibió encantada, o eso pareció, porque no pasó mucho tiempo hasta que la lengua afilada de la diseñadora recordó en público su gusto por las figuras enjutas:«Necesita perder un poco de peso. Ya le he dicho que siga mi ejemplo y no coma los fines de semana».
Así, el desfile de Chanel de julio de 1967 supuso a la vez el regreso de Bettina y su despedida definitiva. «Ha sido divertido estar ahí otra vez, pero no lo haré de nuevo». Ni quería ni necesitaba someterse a la dictadura de Coco, aunque aún tenía mucho que aportar. Eso lo entendió Emanuel Ungaro cuando la contrató en 1972 para dirigir su casa de alta costura. Después, colaboró con Valentino y su experiencia y apoyo sirvió para lanzar la carrera Azzedine Alaia.
Los años la alejaron de los ateliers para convertirla en una simple espectadora de las nuevas tendencias, que ha seguido desde los front rows hasta no hace mucho. «Usted ha sido el emblema de una cierta idea francesa de la moda y la encarnación de la mujer moderna», afirmó el ministro de Cultura galo Frédéric Mitterrand cuando en 2010 le concedieron la medalla de Comandante de la Orden de las Artes y las Letras. Cualquiera que pase estos días por la galería Carla Sozzani de Milán y contemple su legado, sabrá que no exageraba.
Fuente: http://www.mujerhoy.com/