Dormido
sobre la tierra, espantado va su sueño, titila sobre la luna su mirada, de
maestro.
Dos
alas negras siniestras rompieron el corazón el día que se llevaron a mi hijo
sin razón.
No, no,
no, no se lleven a mi hijo, no, no, no el dolor come mis huesos, no, no, no, frío
está, todo es invierno.
No
puedo más que buscarte porque vivo te perdí y vivo quiero encontrarte.
Fragmento de la Canción de cuna oscura.
La oaxaqueña Geo Meneses interpreta esta
canción de Neiffe Peña, autora venezolana. Escuchar “Canción de cuna oscura” en una fecha
como la que se conmemora hoy, presenta
una reflexión urgente, soslayada impunemente.
Se dice que el corazón de las madres es inmenso,
que todo tiene cabida y que puede soportar todos los dolores del mundo y hasta
una debacle mundial; lo único difícil de soportar es la pérdida de un hijo, una
hija. Las madres mexicanas ven desparecer a sus hijos con frecuencia
escalofriantes.
Sin duda, la pérdida de un ser querido duele,
la de un hijo, una hija, cuando se debe a una desaparición, es dolor, incertidumbre
y coraje, intensos, difíciles de aguantar durante mucho tiempo.
Las madres mexicanas han tenido que padecer
pérdidas que no se solucionan. Soportan humillaciones, maltratos, vejaciones,
en su justa exigencia de respuestas.
Mientras mis hijos me abrazan pienso en esas
mujeres a quienes no las abandona la esperanza de volver a tener de nuevo en
sus brazos a la hija o hijo desparecidos; seguras de que volverán, sin saber cuándo
ni si vivos o muertos.
Mientras abro obsequios pienso en las puertas
que se les cierran a cada paso, en su imperiosa necesidad de encontrar ayuda en
la búsqueda de respuestas que den consuelo a su desasosiego.
Al compartir el pastel, la comida, se hace difícil
pasar bocado cuando se recuerda a tantas mujeres mexicanas a quienes el dolor
les quita el hambre.
Los pasos entre obstáculos son difíciles,
lentos, pero no imposibles. Cada puerta que se cierra obliga a tocar más, cada
mordaza hace surgir más voces, y aunque las armas de fuego obligan a detenerse,
nada puede contra una madre que encuentra esperanza en cada pequeña pista,
porque ya no tiene más que perder.
Para estas mujeres la discusión más
importante sobre el diez de mayo no se cierne en los conceptos de maternidad,
maternaje y maternazgo, ya los conocen, los aprendieron de golpe. Se centra en
su derecho a saber qué pasó con sus
hijos, dónde están y por qué les fueron arrebatados.
La exigencia es el derecho de ver salir y regresar a casa a sus hijos, sanos
y en libertad. El derecho a recibir respuestas si algo les pasa. El derecho a
dejar de vivir en una tierra que nos cobije en vez de atemorizarnos.
Hace ya mucho tiempo que las madres mexicanas
sentimos temor si el hijo, la hija tienen que estudiar lejos, trabajar fuera, salir
de noche, hacer un alto en el regreso a casa.
Hace mucho que necesitamos opciones de
estudio apropiadas, oportunidades de trabajo dignas. Hace mucho que intentamos
mostrarles a nuestros hijos que en el mundo hay justicia y libertad, porque
hablar de paz y fraternidad es algo cada vez más difícil.
Quizá mi madre sintió temor cada vez que algo
retrasaba mi llegada a casa. Este miedo se magnifica hoy, que no sabemos si
volverán los hijos cada día a casa.
Personas muertas, ejecutadas y desaparecidas
no eran cosa de todos los días. Las madres hemos tenido que aprender a enseñar
sobre el peligro de un secuestro, cualquiera que sea su origen.
Pienso esto, en esta fecha, y deseo poder ver
regresar a casa a mis hijos e hijas cada día, lo mismo que deseo que la
justicia haga que tantas madres mexicanas vean regresar a los suyos vivos,
porque vivos los vieron partir.
Imagino titila sobre la luna su mirada
esperanzada en el regreso.
Correo: sylvia283@hotmail.com
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