Por Sylvia Teresa Manríquez
Acariciados
con los dedos
Qué
cuántos años tengo? -
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido...
… Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
…Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso!... ¿A quién le importa?
… Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
¡¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!!
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido...
… Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
…Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso!... ¿A quién le importa?
… Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
¡¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!!
Fragmentos de “Poema sobre la Vejez”
de José Saramago
Me gusta este poema de Saramago porque
sin quererlo habla de mi padre, que también es abuelo. Habla de mi abuelo
materno que sólo conocí gracias a través de cartas, esas misivas que se enviaban por
correo aéreo, las mismas que parecen en peligro de extinción. Habla de mi abuelo
paterno que aunque fuerte y serio, se dio la oportunidad de silbarme tonadas y compartirme rebanadas de sandía.
También habla del abuelo que me adoptó
como nieta, y sin ningún lazo biológico me quiso con tanto amor que todavía
me duele su partida. Ese que cantaba mientras me observaba tocar cada cajita de
la vieja botica en la que él manejaba sustancias, aromas y colores, que hoy colorean los recuerdos de la infancia.
Me gusta este poema de Saramago aunque
no habla de las cinco abuelas que tuve, y que me hacen afortunada.
No habla de ellas aunque juntas tenían
todos años del mundo. Las pienso valiosas porque eran fuertes, son el entramado en el que sobrevivimos las mujeres
que les seguimos.
Me enseñaron a amar tanto como a mantenerme firme en la contracorriente. Cocinaban, limpiaban, cuidaban, en la misma medida que se apropiaban de su derecho a opinar, decidir y hacer.
Soy afortunada porque tuve tres abuelos
y cinco abuelas. No puedo preguntarles que opinan de la violencia que hoy nos
invade espacios, pero estoy segura que desde sus trincheras estarían luchando
por liberarnos de ella.
No puedo preguntarles a mis abuelas
sobre alertas de género, feminicidios, injusticia, desigualdad, inequidad,
impunidad; sin embargo, estoy segura que me acompañarían en los reclamos, las preguntas
y los señalamientos.
Caminan a mi lado en este gran
contingente de mujeres que exigimos calles seguras, bocas sin hambre y manos
sin tortura.
Con ellas, yo tengo los años que necesito para vivir libre y sin temores, aunque tengo
miedo de que la violencia secuestre la tranquilidad en la que las recuerdo.
Ellas saben que por la
experiencia de vivir aquí, los anhelos son más grandes cada día. Saben que no he
perdido la esperanza porque pertenezco a esa parte de la sociedad que aún no
olvida lo que es vivir sin sobresaltos.
Y sin importar los años que tenga,
lucharé para lograr que mis sueños, los de ellas, los de mis hijas, mis nietas,
sean fuertemente asegurados por todas las manos, y no sólo acariciados con los
dedos.
@SylviaT sylvia283@hotmail.com