Ningún pueblo puede ascender sin ideales. Ningún ideal puede prosperar sin un líder. Ningún hombre puede creer sin resultados. México vive sin ideales, sin líder, sin resultados.
Hemos vivido asesinatos atroces: en la Colonia, en la Independencia, en la Revolución; durante el priato, en el régimen panista… Nombres, sobran. Hemos creído y descreído tramos de la historia del país. Pocos hombres han quedado en el inconsciente colectivo del pueblo mexicano. Me atrevo a nombrar dos a los que la gente perdona todo; esa masa ajena a la historia oficial: Emiliano Zapata y Francisco Villa.
La leyenda crece cuando sabemos que Villa, el robavacas, fue el único latinoamericano que irrumpió en Estados Unidos (país que nos ha invadido tres veces: en 1847, por Texas; en 1914, en el Puerto de Veracruz, y en 1916, cuando se instalaron 11 meses en Chihuahua, buscando llevarse, vivo o muerto, a Villa). No le perdonaron su incursión en Columbus. ¡Se regresaron sin honores!
¿Qué pasó en la sierra Towhi? El misterio para los historiadores por fortuna lo recrea a manera de ficción Ricardo Garibay en su cuento Chicogrande, y lo agranda en su guión para la película del mismo nombre, Felipe Cazals, con la complicidad de Rafael F. Muñoz, con Las cuerdas de mi general.
Cazals, sin concesiones, hace un filme antiyanqui sobre la lealtad y la identidad de los mexicanos (un sueño guajiro, lo sé). Pero un sueño que deberíamos contemplar aquellos que ya no sentimos nada ante los discursos de los políticos. En Chicogrande habla la plebe, esa masa amorfa que se solidariza contra el enemigo, para redimirse. El lenguaje nos traspasa.
¡Los actores se roban la pantalla! Cazals regresa rotundo, superándose a sí mismo (Canoa, Las poquianchis, El apando). Chicogrande es una película para emocionarnos de nuestras miserias, burlándonos y muriéndonos por la patria. Parece idealista. Lo es. Hacía falta un creador que hiciera una película donde la palabra del México profundo es la protagonista (sin Himno Nacional de por medio).
La identidad está extraviada, pareciera, sin remedio. Pero si el ideal tiene sus raíces en la tierra, el espíritu de Chicogrande en Towhi demuestra que se puede morir de pie, antes que de vergüenza, agachado para siempre. Con un ideal, con la lealtad, una nación puede levantarse.
Ningún mexicano debe perderse esta película. Da consuelo.
braulio.peralta@milenio.comTomado de