lunes, 5 de diciembre de 2011

Los Corleone

La letra desobediente

Braulio Peralta



Nueva York no tiene efigies de Malverde o la Santa Muerte visibles, pero la droga flota sobre el aire. Acá se consume y ha sido centro de batallas desde entrado el siglo XX para su control y distribución entre las mafias del tráfico. Harlem y el Bronx, los escenarios de ayer y hoy. Pero también cerca de la estación de autobuses, a un lado de la 42. No es difícil observar en las esquinas el narcomenudeo, y retirarse con cautela.

En los 80 la ciudad era peligrosa: crímenes, atracos, violaciones, drogas... En las esquinas de Manhattan se veía gente perdida, con ojos extraviados. Aun en los 90 el crack había sentado su reino, en detrimento de la juventud. El azoro de los turistas era palpable. Para los 90 el alcalde Rudolph Giuliani implementó su “tolerancia cero”. El resultado: el índice de criminalidad y delincuencia se redujo un 67 por ciento. Lo que no quiere decir que haya destruido el negocio de la droga. Pero los turistas ya no lo vemos tan fácilmente.

Caminando por Harlem, el paisaje nocturno se asemeja a un libro de James Baldwin, Blues de la calle Beale: “hombres que regresan a sus casas, borrachos vacilantes, mujeres apresuradas, drogadictos…” No hay peligro para el transeúnte. Pero cuando no estás acostumbrado al paisaje afroamericano el prejuicio se impone. De Harlem y el Bronx sale la nota roja por violaciones, crímenes o drogas en los diarios. De afroamericanos y latinos están infestadas las cárceles, por narcotráfico. El control de Giuliani termina en las afueras de la Gran Manzana. Igual que en el filme El odio, donde París es color de rosa, pero sus márgenes…

Resuenan las palabras de Don Corleone en El Padrino:

“—El negocio de las drogas no es bueno. No es algo como las apuestas, el licor o las mujeres. Los narcóticos…”

Su negativa al control de la droga en Nueva York provocó, en 1946, la guerra de las mafias auspiciadas con gobiernos de entonces. Había que entrarle al negocio del futuro —dijeron— con el apoyo de periodistas, policías y alcaldes corruptos, a modo. Nada era personal. Era negocio… Como hoy.

Uno se pregunta si de verdad las autoridades estadunidenses no saben dónde están los Corleone de hoy para terminar con un negocio ilegal en una nación que consume más de 40 por ciento de la producción mundial de las drogas. Porque…

Regresando a México volveré a ver El Padrino, pensé.

Reencontrar los libros


Por Carlos Sánchez

Guadalajara es la inercia de los días, el tráfico vehicular y humano.
Guadalajara es nota para la violencia. Veintiséis muertos en el interior de una camioneta. Todos con el tiro de gracia.

Guadalajara es la derrota del super líder en la liguilla. Avasallado por Querétaro, el último lugar de los que obtuvieron un boleto para la fiesta. Las Chivas pusieron de luto a sus seguidores.

Guadalajara es la sempiterna torta ahogada. Guadalajara es un mariachi constante.

Guadalajara es el encuentro internacional de escritores, de periodistas. El escaparate para el pensamiento que emana desde la inspiración, la talacha, el reporteo, la invención, la realidad. Todo esto congregado por las siglas FIL que significa Feria Internacional del Libro.

Esta ciudad es la alfombra para los escritores alemanes, y a ellos se les dedica esta edición de la feria. Y es aquí, en este recinto Plaza donde el contingente forma constantes olas de excitación. La necesidad de alcanzar localidad, la urgencia por palpar los objetos llamados libros, la caricia en los oídos desde las voces que saben decir lo que se piensa.

Reencuentro uno

Trece años tuvieron que pasar para que Rodolfo Martínez, el Sietepisos, regresara a la tierra donde vivió momentos trascendentes de su infancia. Trece años y después de librar la condena por el tráfico de mariguana hacia el gabacho.

Ahora la mirada del Sietepisos se cuelga de los estantes de la Feria del Libro. Acaricia de apoco uno a uno los títulos prendidos de los estantes. Tal vez en su contemplación recuerde las páginas que con fruición devoró en el interior de una celda. Tal vez su venganza, contra ese tiempo de encierro más no de soledad, porque se acompañaba de libros, sea recuperar el tiempo y leer con mayor libertad.

A Rodolfo lo conocí en una celda del CERESO 2 de Hermosillo. Hicimos camaradería porque luego sus palabras se dispararon hacia la literatura. Nos acompañamos algunos fines de semana, otras veces cuando menos lo esperábamos, ambos. Y fuimos de la mano hacia los proyectos para cuando recuperara la libertad.

Un día me dijo que viajaríamos en sucios trailers, los que él pilotea, porque su oficio es la carretera. Hoy que nos encontramos y ante un café para celebrar, sus palabras siempre sabias me refrendaron el deseo, la razón de estos minutos para encontrarnos: “Cuidado con lo que desees, porque puede ocurrir”, me dijo.

Mira lo que son las cosas, me dije, antes de abandonar la Feria, donde también me reencontré con Ricardo Solís, camarada poeta que tenía extraviado desde hace más de seis años, lo más interesante de Guadalajara, que ironía, es la recuperación de la amistad, después de saber la violencia inscrita dentro de una camioneta. Con el tiro de gracia.

Reencuentro dos

Llegamos al salón B Internacional a las doce en punto. La respuesta a la convocatoria era obligatoria, porque así es cuando la querencia apremia. Allí se presentaría, y se presentó, Poesía en prenda, del poeta también sonorense Abigael Bohórquez.

Fueron las palabras de Ricardo Solís las que nos condujeron al encuentro con la importancia de la obra de este vate cuasi marginado por los grupos de poder de la literatura cuando su juventud decía la libertad.

Ricardo Solís trajo a cuenta las compañías de Bohórquez y citó a los grandes: Carlos Pellicer, Efraín Huerta. Éste último quien escribiera el preciso poema intitulado Palabras para Abigael Bohórquez, y donde declara al sonorense como un poeta de poderosa y macha poesía.

Luego vino la lectura en voz de Ricardo sobre aquellas ansias de novillero que un día destacara Bohórquez en el texto de una presentación de alguno de sus tallerandos. Los aplausos fueron para Abigael, por la precisión del retrato que de su persona y obra hiciera el Solís.

Seis años tuvieron que pasar para escuchar de nuevo a Ricardo, y estrecharle de nuevo la mano, sentir el calor de las palabras, con la honestidad, la pasión, el compromiso que me ha devuelto la posibilidad de respirar a cabalidad.

Reencuentro tres

A John Gibler lo reencontré en el pasillo del hotel, hacia el elevador. Me saludó y recordó que la noche anterior nos vimos en un bar de la urbe tapatía. Le dije que me dirigía a la FIL, a la presentación de México rebelde. Soy el autor, me respondió.

Caminamos a prisa, porque ya el reloj nos picaba las costillas, sobre todo a él como estelar de la tarde. Llegamos puntuales, incluso con dos minutos para la recuperación del aire después del recorrido entre las olas otra vez de la raza moviéndose dentro del mar de libros.

A John Gibler lo presentó el escritor Diego Osorno, y fue éste quien rememoró la construcción del trabajo contenido en México rebelde, desde aquellos días cuando Chiapas era boga para los titulares de los medios, cuando Oaxaca era de balas y abuso de poder. ¿Seguirá siendo?

John se trepó en el recuerdo tal vez para argumentar la gratitud hacia la solidaridad de Diego. En una conferencia de prensa para medios alternativos, los zapatistas marginaron a los grandes, y Diego escribía en ese momento para Milenio. Quedaron excluidos John y Diego. Comenzaron las palabras, la conclusión del próximo viaje, la noticia de que Gibler, siendo extranjero y sin recursos no tenía cómo moverse a la próxima estación.

Diego dijo entonces, cuenta John: “Te vienes conmigo. Así, no nos conocíamos ni cinco minutos y así es el corazón de este hombre, así es la bondad… y fui con él dos meses, hasta que él tuvo que ir a cubrir la tragedia de Pasta de conchos, pero desde entonces hemos cubierto la otra campaña, en San Salvador Atenco donde él pasó la noche y estuvo allí hasta la madrugada cuando entró la policía a reprimir.”

John se trepó de la memoria, de allí donde nace lo que ahora presenta a manera de su libro México rebelde:

Fuimos a Oaxaca el diecisiete de julio, para un fin de semana, según. Íbamos a ir a cubrir la Guelaguetza tomada y nos quedamos seis meses. Siempre, Diego, ha sido neta una fuente de inspiración, un maestro, cómo navegar desde las barricadas hasta el pensamiento y la política mexicana, y pues un amigo tremendo, un hermano”.

Gibler se emociona y ya Diego le señala que es su presentación, sugerencia de que abunde sobre su obra. John simula secarse las lágrimas y con el preámbulo de aplausos, continúa:

Este libro nace directamente del llamado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en finales de noviembre, comienzo de diciembre de dos mil cinco, sacaron un comunicado llamando a la prensa alternativa, decían: mira, la otra campaña es tuya, es una experiencia única para conocer y reportear sobre el México profundo, las historias de abajo, y los medios masivos no lo van a hacer, entonces convocamos la presencia de los medios alternativos.

En este momento yo estaba viviendo en San Francisco, apenitas había dejado de trabajador como investigador para un centro de derechos humanos, para probar la suerte de ser periodista independiente, y dije, pos a eso voy. Leí la sexta declaración de la selva lacandona y fue el primero documento político que dije, esto sí lo firmo, aquí pongo mi firma.

John llegó y en esa experiencia, a confesión de parte, aprendió periodismo a partir del ejercicio de los otros, los que estaban y estuvieron, permanecen en la brega. Observar, compartir el oficio, leer lo que los otros escriben le facilitó el camino para la construcción de México rebelde, libro que en un principio fue publicado en inglés y ahora circula en español, bajo el sello editorial Debate.

Reencuentro cuatro

Aleteo como un pez que agoniza fuera del agua. Me desafano de la multitud, egreso del marasmo que me provocan las demasiadas voces. Aleteo y me reencuentro con el aire, debajo del cielo es más fácil llenar de oxígeno los pulmones. No sé si los sentidos trastocados por tanta realidad en la exposición de John y Diego, no sé si tanta emoción por el reencuentro con Rodolfo y Ricardo, Abigael, no sé si la palabra literatura me hace sentir el privilegio de tanto que encuentro para seguir sin entender.

Camino hacia la soledad. Guadalajara me otorga en una postal el origen, la esencia. La veo tendida sobre la acera. Una mujer indígena suplica con la mirada y la mano extendida. Los que pasamos tenemos demasiada urgencia para llegar a la próxima estación.




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