Crecí como el niño aquel al que le dijeron que la patria era un cuerno de la abundancia, de riqueza, de porvenir. Lo creí sin advertir que era un mito.
Después me contaron que Dios creó este país inmenso y sus recursos naturales, aunque su único defecto eran los mexicanos, vaya usted a saber por qué. Las leyendas...
Luego me platicaron el chiste de la cubeta de los cangrejos jalándose unos a otros para que nadie salga de la prisión: la parábola del envidioso.
Igual memoricé las palabras del político arrastrado: “lo que usted diga, señor Presidente” (el sentido del servilismo que no sabe que el que se agacha una vez lo hará siempre).
Por más que quiero entender el concepto de patria me topo con la realidad y sus chistes: la risa como respuesta, la mueca como final.
Me aprendí en la primaria el poema de Ricardo López Méndez, “México, creo en ti” y el verso delator de López Velarde: “los veneros de petróleo, el diablo”.
Declamé el poema premonitorio de Amado Nervo: “nací de una raza triste… De un país sin unidad ni ideal ni patriotismo…” Cursi y melancólico país de petatiux.
Con todo, es imposible escapar de la realidad diamantina: charcos de sangre, decapitados sin nombre, el canto salvaje de la guerra. El cementerio a la calle… Estamos cercados.
Soy de los que sueñan que el Estado no sea un infierno, un atentado a la dignidad de la persona. Nos están robando la ilusión y los deseos. ¿Cómo despertar de semejante realismo?
La patria, claro, huele a tortilla, mole, fiesta de pueblo y amistad. Pero no puede escapar de su destino, con todo y sus festejos del “mes de la patria”.
Hay que hacer de la patria el esplendor del nuevo Estado libre, sin dogma, sin religión oficial y sin ejércitos manipulados por guerras clandestinas: una disputa por territorios de perdición.
Yo por lo pronto desperté el primero de septiembre con una llamada del presidente Calderón; por instinto le colgué el teléfono como una forma de desobediencia civil…
Ni madres. Despertemos en nuestro interior. No olvidemos que todo nace del deseo y termina en la paz. Miremos a la patria con ojos de extranjero.