lunes, 7 de marzo de 2022


 

No más octavos pisos

Sylvia Teresa Manríquez


Tuve que saltar; la masa de cuerpos arremolinados me dirigió a la única salida, una ventana en el octavo piso, porque la escalera en llamas no podía transitarse. Miré sólo una vez hacia atrás, al infierno de máquinas, telas, hilos y cuerpos; y como quien no tiene más en la vida inicié un vuelo que no se detuvo al impactarse en la calle, porque nos salieron alas que heredamos a nuestras hijas y nietas. Allí dejamos el cuerpo y también la exigencia: igualdad y justicia.

Así imagino a las mujeres atrapadas en el incendio que, nos han estado recordando los medios, es el precedente del Día Internacional de la Mujer.

Conmemorar con fiestas y flores esta fecha es como vivir en el tiempo suspendido, porque no imagino a alguna sobreviviente de aquel incendio recibiendo rosas por haber tenido la fortuna de no morir en el siniestro mientras veía a sus compañeras, sus amigas, fallecer de manera trágica y dolorosa, solo por haber tenido el valor de manifestarse.

En lugar de flores viene bien reflexionar en la necesidad de políticas públicas que verdaderamente aseguren equidad, igualdad y justicia.

Porque, quién gana cuando a una mujer se le niega el empleo por estar embarazada, cuando necesita cumplir con cánones de belleza irreales e injustos para ser tomada en cuenta, cuando tiene que trabajar jornadas extenuantes para sobrevivir, cuando se le limita el cupo en carreras consideradas masculinas, cuando su participación política sigue siendo limitada en la práctica aunque en el discurso se asegure que es equitativa. Perdemos todos.

El 8 de marzo es una fecha que nos urge a hacer posible que miles de niñas mexicanas de comunidades indígenas y rurales puedan vivir como seres humanos y no como mercancía; a lograr que las mujeres podamos vivir sin violencia de género que nos cosifica.

Regalar rosas rojas olvidando los antecedentes del 8 de Marzo es similar a caminar en el margen de un oscuro abismo, con el riesgo de caer si no somos capaces de trabajar como sociedad unida.

Tramitemos condiciones que faciliten la autonomía de cada una de nuestras hijas, esposas, madres, amigas, colegas. Recordemos que aunque cada vez hay más mujeres ocupando puestos que antes eran exclusivos de los varones, el prejuicio sobre su desempeño sigue vigente, y que la mayor parte de las jornadas extenuantes y mal pagadas siguen siendo para las mujeres.

Estoy segura que hay quienes reclamaran en este punto asegurando que las mujeres si hemos avanzado en nuestras luchas y habrá quienes digan que no tienen  reparos en contratar a hombres y mujeres para un mismo trabajo, pero son los menos o se ven obligados por ciertas normas.

Reflexiono. Me siento parte del colectivo histórico de mujeres que reconoce una lucha necesaria y tan vigente hoy como hace dos siglos. En mi momento vencí prejuicios y me inscribí en una carrera de ingeniería en la que solo había dos o tres mujeres más; como muchas, me he sentido humillada cuando un jefe dice que no puedo ascender a un puesto de dirección porque las mujeres no sabemos mandar.

Cada vez que manejo mi propio auto, recuerdo que es posible gracias a las rebeldes que me preceden. Cuando visto pantalones, porque hubo una época en que mi madre sufrió señalamientos por vestirlos. Cuando decido si quiero o no tener más hijos porque mi abuela no tuvo esta oportunidad.

Cuando veo las jóvenes desarrollar trabajos que antes solo eran para los hombres, exigiendo su derecho a decidir y hacer.

Cuando me doy tiempo para reflexionar todo esto y actuar, asumiendo que con ello iré contra anquilosados prejuicios incluidos los de mis propias congéneres, cuando no terminan de comprender el valor y la fuerza que dan trabajar juntas, decidir juntas, exigir juntas, conmemorar juntas.

Porque ya no puede permitirse que las mujeres decidan como perder la batalla, igual que en el incendio de 1908. Mujeres que al atreverse a exigir su derecho a condiciones de trabajo similares a las de los hombres, se vieron forzadas a decidir como morir, si en las llamas de un incendio o en la calle, destino final del vuelo desde una ventana de octavo piso.

 

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