Ponderado o reservado cuando se trata de
hablar de casi cualquier otro tema que domine, cuando se toca el México
antiguo, Bonifaz se transforma y habla encendidamente o discute con
pasión.
El maestro Campos, uno de los mejores
entrevistadores de nuestro mundo literario, conversó con nuestro
grecolatino sobre temas prehispánicos, sobre su gusto por el
México antiguo. El padre Garibay lo inició en la poesía náhuatl
y en su juventud se acercó a los textos sagrados de los mayas. El
maestro Campos hace en una de sus preguntas una afirmación luminosa: Creo que sólo dos libros de lírica mexicana en el siglo XX dieron
nueva vida a la poesía de nuestros antepasados:
Águila o sol de
Paz y
Fuego de pobres de Bonifaz. Rubén termina esta
entrevista con una visión estremecedora de la caída de
México-Tenochtitlan: Hernán Cortés grita a los indios: Quiero
hablar con uno de sus grandes señores. Y uno de los nuestros
responde: Puedes hablar con quien quieras. todos somos grandes
señores.
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Coincidentemente con
sus inicios en la traducción sistemática de los latinos, a fines
del decenio de los cincuenta Rubén Bonifaz Nuño empezó a
adentrarse con lúcida exaltación en nuestro difícil y fascinante
pasado prehispánico. Ponderado o reservado cuando se trata de hablar
de casi cualquier otro tema que domine, cuando se toca el México
antiguo, Bonifaz se transforma y habla encendidamente o discute con
pasión. Ha estudiado ante todo las culturas olmeca y náhuatl.
Bonifaz considera
que todo está por decirse e interpretarse, pero para hacer una
exégesis seria se debe confiar sólo en lo auténticamente
prehispánico. Juzga que esto se halla muy poco en los textos de
prosa y poesía que los misioneros ordenaron transcribir y mucho más
en los signos de las piedras.
Entre sus libros
sobre nuestra historia antigua están: El cercado cósmico
(1985), Imagen de Tláloc
(1986), Hombres y serpientes
(1989) y Olmecas: esencia y fundación
(1992).
¿Cómo nació y se fue
desarrollando su gusto por el México antiguo?
Yo traté con indígenas, con gente como yo, desde muy temprano.
Mi padre era telegrafista, y en mi casa estaba la oficina del
telégrafo. Los mensajeros por lo regular eran indígenas y contaban
sus historias. También tuve conversaciones con un jardinero
indígena, quien incluso alguna vez me llevó una pequeña mata de
mariguana para decirme que yo no debía meterme con eso.
Esos fueron los contactos humanos; el primer contacto intelectual
lo tuve en el tercer año de primaria, cuando estudié la historia de
México de Guillermo Sherwell, donde se habla de los indios como debe
hablarse, como iguales o superiores. En toda la primera parte de su
historia, Sherwell está venerando de maneras diversas a nuestros
antepasados, y luego, en las páginas sobre la Colonia, tiene un
capítulo, Encomenderos y frailes, donde muestra a los niños que
éramos entonces el gran crimen cometido por los españoles al
reducir a los indios a miembros de una encomienda, bajo el pretexto
de adoctrinarnos. En nombre de la religión se explotaba o se mataba
de hambre o de extrema debilidad.
Un siguiente contacto se dio cuando estudiaba el primero de
preparatoria hacia 1940. Aunque tenía poco tiempo, porque había
muchas materias que estudiar, cuando había un hueco, por ejemplo
porque un maestro no asistiera, los amigos solíamos ir al billar o
al café. Pero como también sucedía muy a menudo que no tuviera
dinero, prefería irme al Museo Nacional, que se hallaba entonces en
la calle de Moneda. Ese fue mi primer encuentro directo con las
piezas de escultura prehispánica, principalmente con la mal llamada
Coatlicue.
En esos años y en los años cincuenta seguí yendo al museo y
empecé a preguntarle a las piedras qué eran, pero en ese tiempo
lamentablemente no me contestaron.
¿Y cómo se acerca a la poesía náhuatl?
Debió ser por 1945. Para mí fue muy importante leer el libro
Poesía náhuatl, traducido por el padre Ángel María
Garibay, en la Biblioteca del Estudiante Universitario. Sin embargo
ya había leído antes el
Popol Vuh y el
Chilam Balam de
Chumayel. Todavía recuerdo líneas que me impresionan: Se
levantó la gran madre ceiba de en medio del recuerdo de la
destrucción de la tierra. O: Me voy, soy dios, pues; soy
poderoso, pues.
De lo que he leído, que no sea una copia desdichada de
traducciones o transposiciones sin densidad poética, creo que sólo
dos libros de lírica mexicana en el siglo XX dieron nueva vida a la
poesía de nuestros antepasados: Águila o sol
de Octavio Paz
y Fuego de pobres
de usted. En poemas de estos libros hallo
una viva adaptación de contenidos, de imágenes, de giros
coloquiales y rítmicos.
Ese libro lo publiqué en 1961 pero debo haberlo terminado en
1958. Me sirvió mucho ser discípulo de Miguel León-Portilla a
fines de los años cincuenta, quien nada cicateaba en sus clases de
lo que sabía. También estudié por ese tiempo la lengua náhuatl
pero quizá no aprendí gran cosa.
Aunque las piedras al principio no le dijeron nada, más
tarde parecieron hacerlo. Usted ha dicho numerosas veces que si algo
no engaña ni está contaminado por la sevicia intelectual de los
misioneros en los varios lenguajes del mundo prehispánico, es el
lenguaje de las piedras. Interrogándolas parecen haber surgido
Imagen de Tláloc, Hombres y serpientes, Olmecas: esencia y
fundación,
su texto sobre la Coatlicue.
Lo he dicho y lo sostengo. Mire, precisamente al estudiar con
León-Portilla, me percaté de que los textos que estudiábamos no
eran prehispánicos, sino textos creados por los misioneros para
amansarnos a los indios. Entonces empecé a dar en la cuenta de que
no debíamos hacer mayor caso de estos textos porque están
falsificados. Como se sabe, en el Calmecac se educaba a los
capitanes, porque nuestros antepasados estaban hechos para hacer la
guerra, una guerra, desde luego, no como se entiende ahora. Nadie
puede educarse para capitán y decir: Solamente venimos a sufrir,/
solamente venimos a llorar. Lo que en verdad dirían ellos es esto:
Solamente venimos a conquistar,/ solamente venimos a vencer. Los
hechos históricos demuestran que era ésta la doctrina que los
aztecas seguían: no la de la tristeza y la inutilidad de quien no
sirve para nada y sólo viene a sufrir, sino la de quien sirve para
todo y quiere dominar al mundo.
Entonces ¿considera que no hay textos en los Cantares
mexicanos
y en Los romances de los señores de la Nueva España
que tengan un fondo auténtico del antiguo mundo náhuatl?
Según puedo inferir, hay cosas auténticas en los
Veinte
himnos sacros de los nahuas, porque hasta la fecha no hay
nadie que los entienda. Digo esto apoyándome también en Sahagún,
quien dice que organizan sus fiestas y sus bailes y cantan pero no
se entiende lo que dicen. Como se sabe, nadie entonces y nadie
posiblemente después, que no lo tuviera como lengua materna, llegó
a saber el náhuatl como Sahagún, y si él no entendía los cantos
era por algo. Por eso al leer ahora los himnos y no entenderlos,
tengo la confianza de que son auténticos.
¿Fue ese descreimiento en la verdad de los hechos lo que le
hizo buscar la verdad en las piedras?
La hipótesis a que llegué más tarde fue que debían verse las
piedras porque eran verdaderas, pero que los textos debían verse con
mucho cuidado para encontrar cosas verdaderas entre un cúmulo sin
fin de mentiras, y que esas cosas verdaderas de los textos podían
compararse con lo expresado por las piedras. En todas las grandes
culturas existen textos cosmogónicos donde se explica la creación
del hombre y del mundo y la función del mundo en relación con el
hombre. Encontré un texto francés del siglo XVI en la
Histoyre
du Mchxique, donde se expone el principio cosmogónico que guió
la cultura de los antiguos. Este texto está comprobado hasta el
último punto por las imágenes prehispánicas esculpidas. Allí fue
donde encontré la imagen de Tláloc, que es siempre la de una figura
humana, completa o parcial, con dos serpientes. Allí está la
génesis de
Imagen de Tláloc.
Entre los judíos la creación se hace para servir al hombre,
mientras que entre nosotros la creación se hace para que el hombre
la conserve. La cultura occidental, que deriva de las raíces judías
y grecorromanas, conserva esa idea de que el hombre puede dominar a
la naturaleza; los mexicanos antiguos no la dominaban, sino
realizaban una alianza con ella y aun llegaban a
ser ella. En
ese texto se explica cómo del cuerpo del hombre se hacen la tierra y
el cielo y cómo el hombre fue el motor para que los dioses crearan
el universo con su cuerpo. Porque los dioses vieron al hombre y
decidieron que había la necesidad de crear el mundo. No recuerdo
ninguna otra cultura donde el hombre sea el motor y la materia de la
creación universal. El hombre aquí ya está creado.
En suma, en el lenguaje de la escultura está escrita la
verdadera historia y dibujado el verdadero rostro prehispánicos
mexicanos.
¡Naturalmente! El hombre es por naturaleza curioso y
está de continuo preguntando y respondiéndose. Como además es
vanidoso y quiere perpetuar sus hallazgos, es decir, preservar sus
respuestas a determinadas preguntas y dejar su testimonio de las
verdades que encuentra, inventa la escritura. Pero no hay sólo las
escrituras alfabética y gráfica, sino también la simbólica, como
es el caso de la escultura. Y yo no considero de principio las piezas
de escultura prehispánica como obras de arte (aunque muchas lo
sean), sino como textos. Parto de la hipótesis de que en un
principio la intención del escultor no era hacer una pieza artística
sino un documento escrito.
Hay también otras maneras de contar la historia del México
antiguo. León-Portilla buscó reconstruirla a través de la poesía;
usted ha tratado de explicar nuestra cosmogonía a través de
pequeños cuentos.
Hay un solo poema que está palpablemente demostrado con
imágenes prehispánicas. Uno solo, y está en la
Histoyre du
Mchxique. Lo demás es otra historia. Yo tomo ese poema para
escribir los
Cuentos de los abuelos, y de allí voy
desprendiendo conclusiones, porque los frailes, que de seguro
revisaron los textos, destruyeron el verdadero sentido. Si revisa los
textos originales que yo desfiguré para hacer esos cuentos para
niños, se dará cuenta de la espantosa distorsión que realizaron.
En el
Popol Vuh hay cuentos que da náusea leer, porque en la
Colonia se trataba de deformar y falsificar lo que de grande teníamos
para convencernos de lo buenos que los españoles eran. Le pongo un
ejemplo: en uno de los textos cosmogónicos de la altiplanicie, se
nombra a uno de los dioses que hicieron el sol y la luna en
Teotihuacán como el Bubosillo, en un claro y total desprecio al
dios que iba a ser el sol. Para empezar los indios de entonces no
conocían la sífilis, y los misioneros hicieron que el dios que iba
a convertirse en el sol fuera un sifilítico.
En los
Cuentos de los abuelos escribí la lectura que
pienso que era la indígena para sacar de allí las verdades que
fundan esa creencia.
Sus dos grandes raíces culturales fueron al antigüedad
grecorromana y el mundo mexicano antiguo. ¿Qué le dieron?
Grecia y Roma me dieron el sentido del orden y de la importancia
del idioma. Puede pensarse que los griegos, que crearon tantas cosas,
han sido superados en casi todas ellas, pero no en el dominio y el
cultivo de la palabra.
Los romanos crearon el Derecho. Ellos me dieron la idea del orden
social. Pero Roma también cuidó el idioma como cosa fundamental.
Alguna vez reproduje la opinión de Julio César sobre la necesidad
de conservar sólido y puro el idioma como una manera de conservar el
sentido esencial del ser humano. Por eso insisto en que tenemos que
cuidar nuestra lengua nacional, que sin duda es una forma del español
que se nos impuso en otro tiempo, pero que, si lo dominamos, podemos
enseñárselo, ya como conquistadores, a los mismos españoles, cuyos
escritores y académicos desde hace tiempo escriben pésimamente.
Basta con leer la última edición del Diccionario de la Real
Academia Española para percatarse de que están deshaciendo el
idioma. Lo malo es que ese español en estado putrefacto que se habla
en España, se nos está imponiendo a través de los medios de
comunicación masiva. Si usted oye la televisión y la radio
advertirá con vergüenza que todos los vicios y las incorrecciones
del español de España se están metiendo en nuestra lengua
nacional.
Por nuestra historia de pueblo colonizado estamos obligados a
tener una cultura impuesta, que dista mucho de lo que fue la nuestra.
Pero para poder encontrar el valor de nuestra cultura debemos conocer
y dominar la española, principalmente el idioma, que es su
instrumento. Una vez que la conozca, seré dueño de algo, con lo
cual podré volver a explorar lo que es
mi verdadera cultura.
Mi cultura no está en la Venus de Milo, sino en la mal llamada
Coatlicue, la que siempre que la veo, me habla en mi idioma y me dice
lo que soy. Puedo decirle que ahora, a los setenta y seis años, no
puedo ver a Grecia y a Roma sino como modelos extranjeros.
Por eso he buscado que mis trabajos se introduzcan en las escuelas
y en las casas. Que los niños antes de oír las grandezas de
Inglaterra y de España, aprendan a conocer nuestra grandeza antigua
y la vuelvan presente. O dicho de otra manera: he narrado en otras
ocasiones un episodio del asedio de México-Tenochtitlan. Canal de
por medio están indios y españoles. Hernán Cortés grita a los
indios: Quiero hablar con uno de sus grandes señores. Y uno de
los nuestros responde: Puedes hablar con quien quieras. Todos somos
grandes señores.
Mis trabajos tienden a que eso sea lo que pensemos los mexicanos.
(Entrevista publicada en
La Jornada Semanal el día 10 de septiembre del 2000)