viernes, 2 de diciembre de 2011

Mujeres en la Caravana por la Paz: “nos mataron el miedo”

Este es el trabajo que recibio el Premio de Perdiodismo Aleman, es un homenaje a la valentia, la entereza y el temple de las mujeres del Movimiento de Paz con Justicia y Dignidad.

La señora María Herrera Magdaleno de Pacajuarán, Michoacán. Busca a sus cuatro hijos desaparecidos.
Foto: Germán Canseco


27 de septiembre de 2011 ·
REPORTAJE ESPECIAL

Temple, valentía y determinación caracterizan a las mujeres que participan en la Caravana por la Paz para exigir que cese la violencia desatada por una guerra absurda que ya ha causado más de 50 mil muertos… En estas entrevistas madres, esposas, hermanas e hijas de quienes han sido víctimas de la violencia expresan su determinación de no cejar en su lucha. Explican que el miedo impide que la gente se manifieste y exija justicia. Una de ellas asegura que ya superó esa traba: “Como ya nos mataron una parte de nosotras ya no sentimos miedo”.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- A ellas les lastima conjugar el dolor con la alegría pero a menudo deben hacerlo para aguantar su calvario. A estas mujeres, de todas las edades, se les puede ver recorriendo hospitales, ministerios públicos, morgues o cualquier lugar donde puedan decirles que localizaron a sus familiares. Otras veces se les descubre terriblemente angustiadas hurgando en las fosas clandestinas tratando de encontrar un resto de su ser querido que les ayude a cerrar el duelo.
Son ellas las que ahora están al frente de las agrupaciones ciudadanas de víctimas de la guerra contra el crimen organizado, así como en el movimiento por la paz donde, subiendo a las tribunas a denunciar sus tragedias o al frente de las marchas y sin temor, han tomado el micrófono para gritar en las ciudades más peligrosas del país: “Señores delincuentes, entréguennos a nuestros hijos, a nuestros hermanos, a nuestros maridos”.
Las mujeres son mayoría en las organizaciones que se han formado en el país pidiendo justicia para sus familias, víctimas de la guerra contra el narcotráfico declarada por Felipe Calderón.
En la organización Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (Fundec), por ejemplo, son las esposas, madres, hermanas, hijas, primas o nueras las que han trabajado sin descanso para documentar cada uno de los 185 casos de desaparecidos que tienen registrados.
Ante la indolencia gubernamental, estas mujeres se han convertido en investigadoras policiales porque tienen detectados los patrones que siguen autoridades y criminales para secuestrar a sus familiares e incluso han elaborado un mapa de las rutas que siguen, los puntos más peligrosos y hasta sitios que presumen son lugares a donde los llevan para, a base de drogas y torturas, someterlos e integrarlos a sus ejércitos de sicarios e informantes.
Con el sufrimiento se les ha ido forjando el carácter desde hace dos años y medio, cuando empezaron a organizarse. Yolanda Morán, fundadora de Fundec es la mujer que saltándose el protocolo le gritó a Felipe Calderón que les hicieran caso, que no eran “daños colaterales” sino ciudadanos exigiendo justicia. Eso ocurrió el 23 de junio pasado durante el diálogo con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en el Castillo de Chapultepec. “Tuve que imponerme porque no nos hacían caso”, dijo después del encuentro.
En el movimiento pacífico que encabeza Javier Sicilia otro grupo de mujeres que casi siempre están solas o a veces acompañadas de sus hijos pequeños han tomado la vanguardia de la resistencia civil pacífica. Dejaron atrás familias, comodidades, trabajo y sus hogares para sumarse a las marchas y caravanas que han recorrido buena parte del país exigiendo justicia y paz en los lugares más violentos donde el infierno es vida cotidiana.

“Regresen a nuestros hijos”

Hace unos meses María Herrera, de 62 años, estaba postrada en cama. La desaparición de cuatro de sus hijos y la indiferencia de las autoridades por encontrarlos la tenían sin ganas de vivir. Un día, mientras se volcaba en su propio dolor en su casa de Pajacuarán, Michoacán, escuchó a uno de sus nietos decirle a su pequeño hermano: “Vente, mi abuelita ya no nos quiere, no sé qué le pasa, pero ya no nos quiere”. “A partir de ahí –comenta– hice un esfuerzo, me paré de la cama, me metí a bañar y comencé a cambiar. Hice un esfuerzo muy grande porque ya no tenía ganas de vivir. Me sentía como muerta; sabía que estaba viva porque respiraba. Ya no tomaba mis medicamentos, pero la vocecita de mi nieto me hizo reaccionar.”

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