miércoles, 6 de mayo de 2009

Cuando mi voz calle con la muerte, mi corazón te seguirá hablando. Rabindranath Tagore.

El café, la tarde y tu recuerdo. Viajo años lejanos y te veo, te encuentro. Tus brazos abiertos, tu cariño generoso. Me regreso al tiempo presente, doloroso. Es tan valioso tu rostro que junto a tu cuerpo está, primero, en una urna con tapa de cristal, que la gente llama féretro; de madera preciosa despues, para resguardar por siempre tus cenizas. Duele, sí que duele, no esperar volver a encontrarme con tus brazos abiertos mientras me llamas como solo tú me nombrabas. Sin embargo, y buscando consuelo, mi mente me dice que soy afortunada por haber coincidido en algunos hermosos tramos con tu existencia, pero el corazón no cesa de llorar.

Chivilinguis

Difunde La Cábula Ediciones títulos creados por convictos para romper su marginalidad

Por CARLOS F. MARQUEZ
El sosiego campea leve en las exclusas y patios del Centro de Readaptación Social II de Hermosillo, Sonora, pero al menos campea. Las horas aquí no vienen cargadas de incertidumbre como aquellas que revientan en el Cereso principal donde también se quiere aprisionar la conciencia. Si no fuera por las bardas que niegan el lejano horizonte del desierto, la visita pudiera pensar que su estancia en ese lugar fue como una reunión sabatina de amigos que cantan, hablan de política, danza y hasta de literatura. ¡Sí, literatura!
Carlos Sánchez nació como cualquier persona: a fuerza de pujidos y empujones, y su respectiva palmada en las nalgas para comprobar con llanto que está vivo. Pero el destino no se cansa de darle bofetadas al Güero para comprobar el temple de su vitalidad, es así que creció en el popular barrio Las Pilas, ahí donde se ubica la prisión en la que se ejecutara la última pena de muerte en México y que hoy es el Museo de Sonora. Pero la muerte se quedó suelta para levantar el polvo y remover la mugre del barrio, de ello dan cuenta varios amigos de Carlos que sólo han dejado cruces sembradas por todas partes en la colonia.
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