viernes, 7 de agosto de 2009

La calle nunca se aromó tanto de flores

El Zancudo
(No mata, pero hace roncha)




Arturo Soto Munguía


La discusión sobre cuántos son es irrelevante porque no tiene vuelta de hoja: son más que ayer.
Son más los muertos. Son más las flores. Son más los llantos. Son más la rabia y el coraje por la impunidad y la indolencia gubernamental. Son más los muertos.
La manta que llevan al frente tiene los nombres de cada uno de ellos. Comienza con Ana y terminaba con Yoselin, pero ayer mismo le agregaron el nombre de Juan Carlos.
La leyenda bajo los 49 nombres reza: 48 angelitos sacrificados a causa de la corrupción.
En realidad son más. Son 49.
Entre Ana Y Joselin hay 46 nombres más; son los de 48 bebés muertos por el incendio en la guardería ABC, de Hermosillo, Sonora, hasta hace unos días. Porque justamente al cumplirse dos meses del incendio, fue sepultado Juan Carlos, cuyo nombre se agregó al final de la lista.
El pequeño de tres años falleció en un hospital gringo y por eso ahora son más.
Se comienzan a juntar en la plaza de los Tres Pueblos, al sur de la ciudad. Un mausoleo que jamás estuvo tan aromado de flores.
Ahí, alrededor del arco de la iglesia de Batuc, uno de los tres pueblos muertos bajo las aguas de la presa El Novillo, comienzan a juntarse.

II

A las seis cuarenta y siete, el primer redoble de la batucada es la señal para tomar la calle por novena ocasión en Hermosillo. Llenan el bulevar Vildósola hacia el sur, rumbo a un destino que saben doloroso, incierto, detonador de todos los recuerdos vueltos suspiros, sollozos, abrazos, llantos a voz en cuello.
Van hacia la guardería ABC, la tétrica bodega hoy custodiada por elementos de la Policía Estatal Investigadora, de uniformes camuflajeados y con armas largas. Rodeada por una valla metálica y cintas de plástico amarillo.
Los tres boquetes que un ciudadano abrió en la pared frontal del edificio sin salida de emergencia, para salvar quién sabe cuántas vidas, permanecen cubiertos con hule negro.
Hacia allá van y por eso las manos se crispan sobre los ramos de rosas, margaritas, gladiolas, claveles… Nunca había olido tanto a flores en la plaza de los Tres Pueblos.
Al frente la batucada abre paso. Ya no llevan vendas en su boca y con sus redobles van abriendo brecha ahora rumbo al sur. A un destino doloroso, como lo resumió uno de los padres.
Tras ellos va una muñeca de chapetes y labios escarlata. Vaporosa falda rosa mexicano, camina como muñeca. Es una muñeca como las que el 5 de junio, se quedaron solas, sin las infantiles manos que jugaban a darles vida. Así se mueve y así tiene la mirada, como de muñeca. Vacía. Sola.
Otra muñeca le sigue los pasos. Mide casi tres metros y el maquillaje que dibuja una flor amarilla y naranja le cubre el rostro.
-¿Por qué la flor?
“Es que no traía ni una y entonces decidí pintarme de flor”, responde desde las alturas de su gran zancada con que avanza en silencio, rumbo al sur.
“Pero ya me regalaron unas”, dice mientras se aleja, agitando un ramito de claveles.
A lo largo del trayecto, la gente se suma, con sus flores en la mano, a la marcha. Nuevamente están todos: los nietos, los hijos, los abuelos, las madres, las hermanas, los tíos, las primas, los compadres y las comadres que podríamos ser todos y cada uno.
Por el bulevar, hacia el norte, los carros van a vuelta de rueda. Muchos encienden las luces, aunque la tarde aún es luminosa antes de llegar al parque de la Solidaridad, donde dos muchachas de camiseta blanca, sostienen una lona con la imagen de Emilia y Camila Fuentes.
La primera tiene, bajo su sonrisa que desarma al más pintado, las palabras: ‘En recuperación’.
Bajo la sonrisa de Camila no hay nada. Tras de su imagen y su sonrisa que podría derrumbar la tierra entera, sólo hay unas alas.
Con esas imágenes, las muchachas se incorporan a la marcha.

III

La iglesia de San José está cerrada. No está doña María Rosario López, la que marcha tras marcha, hacía repicar las campanas, dejando caer la levedad del peso de su cuerpo, sobre la pesada soga que arrancaba un tañido lastimero y solidario desde el campanario.
No están unos, pero están otros.
Está la luna, por ejemplo. Grande, luminosa, clara en el suroriente. Están los que no habían estado y que igual se conmueven al paso de la marcha, y abandonan las banquetas y deciden caminar con ellos, en silencio.
Que si eran trescientos cuando salieron. Que si eran quinientos. Quién sabe. Cuando llegaron a la guardería eran casi dos mil. Y ahí los estaban esperando otros tantos con un grito que hacía eco en los interiores calcinados de la bodega que servía como guardería a los niños que murieron.
A los que sin morir están muriendo. A los que sin estar muriendo, llevarán por siempre el nombre de sobrevivientes y llegado el momento, contarán a sus hijos la historia que ahora apenas estamos queriendo escribir nosotros.

IV

A las ocho con cinco, un aplauso recibe a la marcha. La marcha que no quisiera llegar ahí para no hurgar en la memoria dolorosa, que lejos de sanar, se martiriza por un gobierno que echa sal en las heridas.
Un día antes, los medios de comunicación dan cuenta de la comparecencia ante un juzgado federal con sede en Sonora, de los dueños y socios de la guardería ABC:
Marcia Matilde Altagracia Gómez del Campo Tonella –la prima incómoda de Margarita Zavala y de Lourdes Laborín-, Sandra Lucía Téllez Nieves, Antonio Salido Suárez y Gildardo Francisco Urquídez Serrano, todos ellos se presentaron a declarar ante el Juez Primero de Distrito, Raúl Martínez.
Los buscados por Interpol en 187 países mediante la emisión de una ‘ficha roja’, llegaron a Hermosillo, Sonora, y presentaron su declaración por escrito. Y luego se fueron.
Ese mismo día, el ministro de la Suprema Corte, Sergio Salvador Aguirre Anguiano, declaró desde su ronco pecho que el caso no sería atraído, que no se formaría una comisión investigadora, debido a que los hechos del 5 de junio “no alteraron la vida en la comunidad de Hermosillo”.
Un día después, la mayoría de los ministros votan en contra del dictamen de Aguirre Anguiano y deciden que sí habrá una investigación de la Suprema Corte.
Ese mismo día hubo manifestaciones de solidaridad en algunas ciudades de Sonora, de Estados Unidos y en el Distrito Federal.

V

Ha caído la noche cuando llegan a la guardería. La oscuridad aporta su toque fúnebre. Las paredes hablan desde sus manchas de hollín y su olor a quemado.
Los padres avanzan con sus manos llenas de flores y su corazón lleno de recuerdos. Lloran. Suspiran. Sollozan. Tratan de resistir pero no pueden. Una señora se desmaya y un hombre la abanica con una pancarta que clama por Justicia.
Uno a uno van llegando hasta la puerta, donde se ha instalado un altar en memoria de los muertos. A un lado hay 49 cruces blancas y muchas flores, veladoras, incienso.
El dolor del recuerdo es insoportable. Imposible no llorar en medio de tanta tristeza. Las mejillas de las madres están mojadas y la voz se ahoga en la garganta de los padres que pretenden ser más fuertes pero no lo consiguen.
Uno a uno van dejando sus ofrendas de flores blancas y rosas; azules y moradas, amarillas y anaranjadas.

VI

Hay en el templete un hombre y una mujer que se besan. Su beso es tierno, apenas rozan sus labios y comparten en las mejillas las lágrimas que a cada quien le brotan. Ella está embarazada. Él es el padre de Fátima y del niño que su esposa lleva en las entrañas. Él también llora, con el llanto de los hombres, que tiene un valor especial cuando se mezcla con el llanto de la mujer que se ama.
Lloran cuando se menciona el nombre de su hija. Lloran cuando el Ave María inunda el espacio acústico en la voz de un ángel. Lloran cuando se pasa lista y el nombre de su hijo aparece otra vez, ahí, frente a esa bodega tétrica y custodiada por policías que portan armas largas.
En el templete hay hombres y mujeres que desde su silencio, decidieron no ser más silencio.
¿Cómo que un ministro de la Suprema Corte declaró que el caso de la Guardería ABC no sería investigado, bajo el ‘contundente’ argumento de que no se alteró la vida en la comunidad?
Tendrían que haber estado, los Ministros de la Suprema Corte, en el preciso momento en que uno por uno, iban pasando a las puertas de la guardería ABC, a depositar su ofrenda.
Hubieran visto el osito elaborado con margaritas blancas, la muñeca de flores, el arreglo y su leyenda. Hubieran visto, los ministros de la Corte, como se convulsionan los pechos de las madres y los padres; cómo se desmaya alguien frente al edificio donde su hijo murió entre las llamas.
Si vieran eso, los ministros de la Corte, no aceptarían que la vida en Hermosillo, Sonora, sigue igual después de la muerte de 49 niños y la condena a vivir con lesiones de otros tantos.

VII

Soy el naco de la familia.
Así dijo. Y así retó a todos. Su hija estuvo en la guardería ABC, pero la recogió media hora antes del incendio. Estaba feliz, dice el naco de la familia.
Pero se le acabó la felicidad cuando supo que su sobrino murió en el incendio.
Ustedes perdonen si se me sale una palabra, dice a voz en cuello. Pero yo sí sé quienes son los culpables y yo les doy un mes para que resuelvan esto. Yo sí sé quienes son y me los voy a chingar. Nomás el primero me va a pesar en la conciencia, los demás me valen madre. Yo sí sé quiénes son”, dice, refiriéndose a quienes acusa de ser los culpables.
Hijos de su puta madre, les dijo.
Con palabras más mesuradas, el papá de Santiago también dijo lo mismo: “Ya nada me mantiene aquí. No tengo motivos para vivir”, dijo, el mismo que en la tercera marcha pidió al gobernador que lo apresara, que él era el culpable de la muerte de su hijo, por haber confiado en las instituciones.
“Hace dos meses que también morí. No hay resignación. Habrá cumpleaños, navidades… y habrá un vacío en la mesa”, dice con voz serena y grave. Con la misma voz que dice: “Lo único que me importa es que los culpables de estas muertes, paguen”.
Habla también Manuel Rodríguez, padre de Ximena.
Ximena, la guerrera. La que sus padres decidieron entregar a Dios, después de tanto implorar un milagro.
Ximena la de los rizos castaños y la risa inolvidable, que puede demoler incluso resoluciones de la Suprema Corte.
¿Y Jocelyn? La de las colitas como palmeras diminutas, que bajo esta luna nos sonríe, feliz como era, antes del 5 de junio.
Y mientras ocho globos se van recortando en la luna llena, y se pierden en el cielo que ya está negro, abajo se animan los que nunca lo habían hecho.
Y hablan. Mientan madres. Lloran. Se preguntan cosas. Cosas que sólo puede preguntarse alguien arriba de ese templete, ante una multitud que grita ¡No están solos! ¡No están solos!

VIII

Otra vez el pase de lista. Uno a uno hasta completar 49. Otra vez el llanto que ahoga las gargantas y oprime los pechos al mencionar los nombres de los que un día estuvieron en sus vientres, entre sus brazos.
La madre de Ian Isaac pide, suplica a la multitud que oren por ella. Que necesita mucha oración porque ya no aguanta la soledad y los recuerdos.
Una joven lee la carta que escribió el padre de Daniel Rafael, al que le han comprado otro traje de beisbolista y muchas pelotas. La chica no puede leer bien, porque las letras tiemblan con el temblor de sus manos.
Habla también la madre de Jorge Sebastián. Es la primera vez que lo hace y acusa a los médicos del IMSS en Guadalajara, que le dijeron que su hijo tenía muerte cerebral y no era cierto. Alguien le pasa, desde abajo del templete, al otro hijo, el que le quedó vivo, pero con complicaciones respiratorias. Los médicos le han dicho que también puede morir. Lo toma en sus brazos, lo besa y lo muestra y grita: “El es mi niño, todos los días me pregunta por su hermano”.
Habla Manuel Rodríguez, el padre de Xiunelth. Dice que hay dos lugares en Hermosillo, por los nunca quisiera volver a pasar. Uno de ellos es la guardería que tiene enfrente, el otro es el hospital CIMA, donde falleció su pequeño.
Sus palabras salen quebradas y desgarradoras. Cuestiona a quienes han sugerido que el Movimiento 5 de Junio busca lucrar con la muerte de sus hijos. Y grita, para que todos lo escuchen: “Algún día me voy a juntar con él, y entonces voy a poder mirarlo a los ojos y sostenerle la mirada y él me dirá qué bueno que no te quebraste, papá; él se dará cuenta lo que vale para mi”.
¿Y saben qué? Yo sí tengo un precio. Ese precio es la justicia, si me la dan, inmediatamente les firmo, díganme dónde”

IX

Cae la noche en el sur de la ciudad. Huele a cera quemada y a flores y a incienso en la lúgubre guardería ABC. Acaba la novena marcha y comienza la organización de las que siguen.
Por la justicia que se niega a serlo. Contra la impunidad que se confirma al día siguiente, con el auto de formal prisión que el Juez Primero de Distrito en materia penal, dictó contra los socios de la guardería ABC.
Los que no pisarán la cárcel, porque los delitos que se les imputan (uso indebido de atribuciones y facultades; homicidio y lesiones culposas) no están tipificados como graves.

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