No es nuevo que las religiones estén en contra de la homosexualidad. Lo singular es que existen religiosos que, más allá de los preceptos de su iglesia, entienden las leyes como igualitarias para todos los sexos y razas y empiezan a concebir la convivencia civil como respeto al derecho ajeno.
Que hay que combatir la intolerancia religiosa, sí. Que hay que hacer valer el carácter laico del estado, también. Y ejercer nuestros derechos cívicos, sin duda. Pero antes sería sano que homosexuales y lesbianas estudiarán la historia de los movimientos sociales que han permitido llegar, primero, a las Sociedades de Convivencia, en 2006, y a los matrimonios gay con derecho a adopción, en 2009.
Nada surge de la nada. Hubo un movimiento gay combativo desde los años 60, que se atomizó en los 80 con la aparición del sida y que se reformuló en los 90, en la búsqueda de alternativas sociales positivas para minorías excluidas de normas heterosexuales, hasta lograr los relativos éxitos de hoy. En ese movimiento gay crecieron las redes sociales, los organismos no gubernamentales; un pensamiento cívico sin exclusiones. Desde 1969-71 que surgió el movimiento gay, lo que siga depende de nosotros como comunidad.
Digo “relativos éxitos” porque el matrimonio gay no es un fin para parejas en concubinato. La lucha sigue. Hay quienes creemos que el matrimonio tradicional está aniquilado hace décadas. El divorcio está a la orden del día y los niños sin padre o madre son el pan de cada día. ¿Es lo que pretendemos imitar; o vamos a forjar una manera diferente de un matrimonio no convencional? Los gays estamos obligados a aportar formas diferentes de convivencia en pareja, con o sin hijos.
Acabar con los guetos, sí, pero sin renunciar a una forma de cultura, la propiamente gay que justo nos hace diversos a los heterosexuales. Esa es la nueva lucha: espacios públicos para ser vistos en libertad y acabar con los mitos y leyendas absurdas sobre nuestras formas de vida “oscura y decadente”. La educación sexual pasa también para los homosexuales y lesbianas; aparte, lo que le corresponda a las religiones.
No es con cartas “chistosas” como las de Jesusa y Liliana Felipe en La Jornada como se hace política. Esos enfrentamientos dañan a la comunidad; igual, la rivalidad entre Enoé Uranga y David Razú. Es hora de que la comunidad gay se exprese sin prejuicios.
braulio.peralta@milenio.com
Que hay que combatir la intolerancia religiosa, sí. Que hay que hacer valer el carácter laico del estado, también. Y ejercer nuestros derechos cívicos, sin duda. Pero antes sería sano que homosexuales y lesbianas estudiarán la historia de los movimientos sociales que han permitido llegar, primero, a las Sociedades de Convivencia, en 2006, y a los matrimonios gay con derecho a adopción, en 2009.
Nada surge de la nada. Hubo un movimiento gay combativo desde los años 60, que se atomizó en los 80 con la aparición del sida y que se reformuló en los 90, en la búsqueda de alternativas sociales positivas para minorías excluidas de normas heterosexuales, hasta lograr los relativos éxitos de hoy. En ese movimiento gay crecieron las redes sociales, los organismos no gubernamentales; un pensamiento cívico sin exclusiones. Desde 1969-71 que surgió el movimiento gay, lo que siga depende de nosotros como comunidad.
Digo “relativos éxitos” porque el matrimonio gay no es un fin para parejas en concubinato. La lucha sigue. Hay quienes creemos que el matrimonio tradicional está aniquilado hace décadas. El divorcio está a la orden del día y los niños sin padre o madre son el pan de cada día. ¿Es lo que pretendemos imitar; o vamos a forjar una manera diferente de un matrimonio no convencional? Los gays estamos obligados a aportar formas diferentes de convivencia en pareja, con o sin hijos.
Acabar con los guetos, sí, pero sin renunciar a una forma de cultura, la propiamente gay que justo nos hace diversos a los heterosexuales. Esa es la nueva lucha: espacios públicos para ser vistos en libertad y acabar con los mitos y leyendas absurdas sobre nuestras formas de vida “oscura y decadente”. La educación sexual pasa también para los homosexuales y lesbianas; aparte, lo que le corresponda a las religiones.
No es con cartas “chistosas” como las de Jesusa y Liliana Felipe en La Jornada como se hace política. Esos enfrentamientos dañan a la comunidad; igual, la rivalidad entre Enoé Uranga y David Razú. Es hora de que la comunidad gay se exprese sin prejuicios.
braulio.peralta@milenio.com