miércoles, 9 de abril de 2008

¡¡ EL DIVAN CON PESADILLAS !!


Antenoche tuve una pesadilla
Por Miguel Angel Avilés 2008-04-09


Antenoche tuve una pesadilla. En serio, créanme, anteanoche tuve una pesadilla, una pesadilla horrible, muy horrible, así como lo leen.
De pronto me encontraba yo en una oficina elegante y a la vez estrafalaria por tanto lujo. Era mi consultoría, la tan soñada y el que les cuenta leía no se que libro en mi cubículo cuando, intempestivamente, entró mi secretaria, una voluptuosa mujer pasadita de los treinta cinco años y me dice con cara de asombro que me busca el diputado Oscar Téllez y cuando menos espero, el aludido ya está sentado frente a mi con los ojos desorbitados y un color pálido como la de un embalsamado…sin mas preámbulo y sin dejar de jugar nerviosamente con sus manos, me dice que se encuentra en un aprieto y que requiere con urgencia mis servicios para salir de este atolladero.

Yo lo vi tan afligido que de inmediato le pedí que se recostara en el diván y me contara todo hasta el último detalle…me tomó la palabra, se trepó al mueble y habló y habló y habló como por dos horas de un Fondo Nacional de Apoyo a las Empresas de solidaridad y de unos créditos que habia autorizado a sus correligionarios por varios millones de pesos y él decía que no y que sí que no y que dice, que los compromisos, que sus amigos, que esto y aquello, maldecía la hora que lo habia hecho, pero lo de la licencia eso si que no, que su dieta, que la familia y forcejeaba con si mismo como si estuviera atado con una camisa de fuerza; así estuvo hasta que se fue quedando dormido como un bebe…al despertar extendió un cheque y pago mis honoratarios, me confesó que se sentía como nuevo y que, raudo, iría al Congreso del Estado a enfrentar, con estoicismo, este conflicto.

De antemano me juró que él era inocente, que era inocente de la vileza que le achacaban y que era mentira que estuviera eludiendo el problema…ya para irse, abrió su maletín y extrajo un sombrero de felpa además de unos bigotes y una barba postizos. Se los puso y quedó irreconocible: es que afuera de seguro están los medios, me confió; enseguida se despidió de mí y me dio un abrazo fuerte como agradecimiento. Antes de marcharse, develando una sonrisa taimada, se puso a mis órdenes: “cuando necesite usted un crédito, ya sabe, nomás búsqueme, me pidió, y saliendo caminando a paso lento y encorvado como un anciano…
Estaba yo por reponerme cuando de nuevo mi secretaria, con tono sensual tal como se lo he exigido, me dice que me busca la diputada Petra Santos…. ¿Qué, que, queeeeee???

En serio yo no lo podía creer: allí, frente a mi, estaba, en efecto, la mismísima Petra Santos elegantemente vestida y con un peinado como si se acabaran de pelear una par de gallos en su cabeza. Se presentó y sin más ni mas, me recitó su amplio currículo como luchadora social lo cual provocó que en un momento yo llegara a pensar que estaba frente a Tania la Guerrillera.

Yo no pude evitar la emoción de tener como mi paciente a tan distinguida y perfumada mujer quien ya para entonces me habia confesado que requería cuanto antes mis servicios profesionales. Sin dejar de hablar, volteó hacia el diván y de pronto saltó hacia él como una niña. En cuanto se recostó su voz se transformó en un tono diabólico, macabro, distorsionado como si viniera desde su subconsciente, de su yo, de su super yo o sabrá Dios. : empezó a decirme, en literal monólogo y con la mirada perdida que ella no era ella, que su discurso en público era la otra cara de sus actos privados...

Se soltó llorando cuando me reveló que en varias ocasiones, en secreto, a solas, en lo oscuro, donde nadie lo supiera, les ha pedido a sus colaboradores que le firmen hojas en blanco o le suscriban un papel donde renuncian a no demandarla si llega a despedirlos o que no acudirán a ninguna instancia ni dirán ni pío aún cuando ella siga regateándoles sus principales derechos laborales como hasta ahora tales como servicios médicos, aguinaldos, salarios puntuales y otros más…

No quiso dar nombres pero con una ansiedad incontrolable dijo que ya no hallaba qué hacer con tanto aviador que tenía desde el sur de Sonora hasta Ensenada y el Congreso como si nada, que aparte el dinero que recibía para asesores lo había invertido en las prebendas con fines electorales y ahora no tenía como justificarlo.

No sigas, la calme, lo sé todo, ya no se atormente, le pedí.

¿Lo sabes? ¿Sabes todo lo que he hecho? me inquirió, estupefacta. ¿¿¿Quién te lo dijo??? Me interrogó con fuerza.

“Se dice el pecado pero no el pecador”, le advertí sereno…

Desde su frente empezó a transpirar una humedad grisácea mezclado con el tinte color salmón del maquillaje; yo estaba muerto de miedo ante aquel espectáculo casi delirante…. la señora reía y lloraba, reía y lloraba, reía… acusaba a un tal diablo y blasfemaba contra un tal Burs; la pesadilla llegó a su pináculo cuando en ese estado se echó a mi brazos y su llanto se volvió una carcajada y así como se subió al diván, saltó de él cual una quinceañera; se alisó el cabello y como si nos conociéramos desde mucho, mucho tiempo atrás me dijo con extrema displicencia: “luego te pago , eh” y salió casi levitado al quedo son de sus tacones…
Yo no podía liberarme de aquel sueño terrorífico; quería hablar pero mi garganta emitía sólo extraños sonidos guturales; ahora les puedo contar que mi cuerpo hervía en calentura, que desvariaba y que en unos minutos me empapaba de sudor; mis pupilas se dilataban, se contraían, se dilataban; el iris de cada ojo pasaba del color verde, al marrón, del marrón al azul, del azul al rojo intenso: mi orejas, mis grandes orejas, daban vueltas como un rehilete y luego salían volando.
Hice por despertar una y otra vez pero no pude. Mi secretaria volvió a entrar pero ahora no venía acompañada, entraba sólo ella y su traje de mujer madura, sus lentes, su escote, su falda pegada. Se acercaba a mí y me empujaba hacia el diván. Cuando yo suponía lo evidente, que ya sobraban las palabras, que esa beldad sería para mi, como un acto de magia ese bello rostro se desvanecía y en su lugar se incrustaba la cara de Elba Esther Gordillo y el cuerpo de Beatriz Paredes. Yo pegué un grito que despertó a toda la colonia y, antes de despertar yo, me ví salir de mi consultoría, tan soñada, con una rapidez de galgo. Algún día le diré los nombres de los que me encontré afuera, haciendo una larga, larga cola, para entrar.

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