jueves, 23 de abril de 2009

Hay un sorbo de café...


carlos sánchez...


es domingo y Andrés Calamaro canta Sus ojos se cerraron. La mirada que se refleja en el agua oscura tiene la borrosidad de siempre. Pesa el desvelo y un solo zumbido cobra fuerza en el cerebro.

Mi hermano tiene un cuerpo de carrizo, es débil, frágil, vulnerable.

Tiene también la honda pena de la muerte. Porque se le apareció certera en la vida de su mujer. Ella le dijo que ya, que el cuerpo tiene límites para el dolor, que necesitaba el caer de sus pestañas para no levantarlas más, porque no las podía, porque los metros cúbicos de químicos son sarro en las venas y mutilan las ganas, las fuerzas.

En el llanto de mi hermano encontré el mío. Aunque él valiente indicándole al doctor que apagara las burbujas del agua dentro del cristal, la que mantenía en tic tac el corazón, y ella agradeciéndole con el último apretón de manos. Y yo que no soy ni una mínima parte de la razón para entender el final.

Arropado en el cajón, hecho un harapo de ruido permanente saliéndole del pecho, mi carnal tuvo la osadía de gritarle que se fuera ya. Échenla ya, llénenla de tierra, báñenla de flores, que se muera de veras, que no sea más su presencia un piano desafinando el temblor de mis piernas. Mi hermano era un grito llenando la funeraria.

Lo tomé de su espalda, lo abracé como cuando era niño y debía calmarlo por el dolor de sus caprichos. En eso apareciste, llena otra vez de infancia, con tus pantalones rotos de las rodillas, con un rosario en tus manos, porque venías a rezar por ella, a estar conmigo, para que yo viera que no sólo de nihilismo estás hecha.


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