viernes, 27 de noviembre de 2009

Mi abuelo Agustín era de Colonia

Esta ciudad de Alemania pertenece al estado o land de Renania del Norte-Westfalia. Su nombre en alemán es Köln. Se ubica a orillas del Rin.
Mi abuelo comparte este origen con los compositores Max Bruch y Jacques Offenbach, (éste último nacionalizado francés). Mi abuelo obtuvo, a su tiempo, la ciudadanía mexicana. Cuenta mi madre que su abuelo era un militar mexicano que andaba por Alemania, allí conoció a Dolores Loweree, se casaron y nació su padre. Era la época de la primera guerra mundial, por lo que el Capitán Andrés Ochoa decidió traer a la familia a México, al DF. Agustín no dejaría este país nunca.
Mi madre orgullosa, de vez en cuando muestra el acta de nacimiento original de su padre, digna de un museo, una hoja amarilla y partida por el paso del tiempo, con palabras inentendibles para mí, que no sé hablar ni leer el idioma alemán.
Agustín Ochoa Loweree fue su nombre. No sé porque vino a Sonora, a Hermosillo. Lo que sí sé es que se enamoró de mi abuela Hermelinda Narvaez, a quien llamaban Linda. Tuvieron dos hijos: Agustín y Sylvia. Ambos tan blancos como sus progenitores, el pequeño de ojos cafés como el padre y la bebé de ojos azules como la madre.
Dicen que Agustín Ochoa Narvaez, siendo aun bebé contrajo una enfermedad debida a que su madre le dio leche materna después de haber hecho un coraje, lo que le provocó la muerte.
Un día mi abuelo se fue, los abandonó cuando mi madre sólo tenía 2 años de edad. Poco tiempo después la tristeza acabó con las ganas de vivir de Linda y falleció. Mi madre quedó bajo la tutela de su abuela materna.Lo que sigue se los cuento después.
Recuerdo esta historia familiar debido a que la caída del muro de Berlin celebra ya 20 años, y me pregunto que pensaría mi abuelo Agustín. Yo no lo conocí, aunque nos escribimos algunas cartas.
¿Sentiría tristeza por su país dividido? ¿Guardaría acaso algún buen recuerdo de su natal Colonia? Nunca lo sabré. Pero yo si celebro la desaparición de tan ofensiva barrera. A él no le tocó que los habitantes de una misma ciudad, divididos por fuerza, tuvieran distintos pasaportes, dependiendo del lado del muro en que les había tocado seguir viviendo. Dos países, una nacionalidad. Trato de imaginar a las familias reuniéndose, encontrando que después de 40 años las cosas habían cambiado. ¿Cuántos familiares no pudieron reencontrarse? ¿Cuantos niños habrán crecido sin entender la existencia del muro? O peor aún, haciéndolo parte cotidiana de su vida. Amores perdidos, ilusiones truncadas. Sabores, olores, texturas y hasta colores que se fueron perdiendo, y que se están reencontrando.

Continuará...

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