domingo, 20 de junio de 2010

Brindo por tí



A mi padre
Por Sylvia Teresa Manríquez.

Por el día en que, con la alegría de los brindis llegaste a la ventana del sanatorio a demostrar el júbilo de, ahora sí, ser padre. ¡Cómo olvidarlo! Fue casi casi en el día de tu santo. El de “Los Panchos”. ¿Lo recuerdas? Llorabas. Y eran lágrimas de gusto que se fundían con la angustia. Esa ansiedad que apresaba al preguntarte si esa niña de apenas ocho meses de gestación habría de sobrevivir. Porque Isabel, la primogénita, a los nueve meses como vino se fue. No se logró. Y mírame padre, aquí estoy, brindando con letras por este pedazo de historia que nos ha tocado compartir.

Sí: brindo, porque sin ti no estaría donde estoy. Por todo lo bueno y lo malo. Los gustos y los disgustos. Por abrevar en tu experiencia. Por abrirme al futuro.

Brindo, padre, por aquel primer día de clases, en que tomada de tu palma, llegue a otras manos, las de aquella maestra en que atinadamente confiaste.

Y por la bicicleta que no pudo ser, y a la que año con año le dediqué el mayor esfuerzo, afanándome a ser mejor para obtener las más altas calificaciones.

Brindo también, por los partidos de béisbol que juntos disfrutamos, vitoreamos y gritamos porras al equipo de casa. Y qué me dices de las funciones de box, que debo confesarlo, nunca me gustaron pero que agradezco solo porque te veía reir rodeado de lo que más quieres: tus hijos y tu esposa. Tú, mi madre y mis hermanos.

Por los viajes a la playa que tanto disfrutabas. Por esos días de sol y vida en el campo donde solías relajarte a placer. Por la muñeca que camina o el radio de transistores que aún conservo con especial celo.

Ofrezco un brindis especial por aquella gran máquina de escribir con la que me infundiste el gusto y la pasión por las letras.

También por el día en que con más amor que dinero, me viste graduar de prepa, ilusionado por el promisorio futuro que me esperaba.

Sí: vaya un brindis por tu carácter fuerte que nos forjó el temple. Que nos enseñó el valor de la prudencia. De la rectitud como norma que rige nuestros actos y actitudes.

Y si alguien se atreve a juzgarte, padre, por tu forma de ser, por tus gustos, por tu silencio, por tu mirada recia, habremos de recordarle lo duro que es llevar ese título cuando el dinero no alcanza. Cuando es preciso sacrificar a la familia, dejarla sola para buscar el sustento. Cuando se vio crecer a los hijos más rápido que uno.

Padre, permítete decírtelo: si la vida te ha premiado con los nietos, que son tan hijos míos como tuyos, es que lo has hecho bien.

Por eso brindo. Porque estamos aquí, a pesar de todo. Del tiempo. De las crisis. De las venturas y desventuras. De los desvelos. De las mudanzas.

Pero sobre todo, brindo por tenerte, Padre. ¡Salud!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entrada destacada

 Poesía Palabras para descifrar el laberinto del silencio.  Sylvia Manríquez