Hace cinco años que en Sonora los periodistas nos miramos a los ojos, confundidos, enojados, indignados, asombrados, furiosos, tristes, desesperanzados.
Estuvimos en esta plaza y también en la sede de la Procuraduría General de Justicia del Estado.
Hace cinco años tomamos la calle y marchamos todos juntos, con la rabia y el miedo y el azoro entre los dientes.
Alfredo Jiménez Mota, había ‘desaparecido’ y Miriam Denisse Ramos había sido asesinada.
Ambos periodistas. Ambos jóvenes. Ambos referencia memorable para que no olvidemos que cinco años después, Alfredo no aparece y el crimen de Miriam sigue impune. Totalmente impune.
Años atrás, el periodista Benjamín Flores fue asesinado a balazos en San Luis Río Colorado.
Hoy, los periodistas de Sonora nos volvemos a reunir, a mirarnos a los ojos. A preguntar por Alfredo y por Miriam como hace cinco años, pero también, y este es el motivo de estar tristes, para preguntar ahora por los 64 periodistas asesinados en México. Por los 11 desaparecidos. Por los otros, que se cuentan por centenas, que han sido amenazados, golpeados, condicionados, coartados.
Ahora estamos aquí para preguntar si Jaime Canales, Héctor Gordoa, Alejandro Hernández y Óscar Solís, periodistas todos, secuestrados todos, negociados todos como moneda de cambio para dirimir disputas entre la delincuencia organizada y el Estado desorganizado, tenían que poner sus vidas en el filo de la navaja para entender lo vulnerable que puede llegar a ser el ejercicio del periodismo en México.
Hace cinco años, los periodistas de Sonora suscribimos un manifiesto, a propósito de la desaparición de Alfredo Jiménez y el asesinato de Miriam Denisse en el que se leía: “Hemos venido a preguntar a todos, si la ausencia física de un periodista es el precio que hay que pagar por escribir el relato de estos días, que no son color de rosa.
“Pero esta vez no sólo hemos venido a preguntar. También llegamos para exigir el inmediato esclarecimiento del caso, el deslinde de responsabilidades, la aplicación de la ley.
“A exigir garantías para el desempeño de nuestro trabajo, ocasionalmente molesto para algunos, pero siempre imprescindible para todos”.
Cinco años después, aquí estamos otra vez, haciendo las mismas preguntas, preguntando por nuestros muertos, por nuestros desaparecidos, por nuestras garantías.
Hoy llegamos otra vez aquí vestidos solamente con lo que nos hermana: la exigencia de justicia y de respeto.
Los periodistas no somos candidatos a prisioneros de guerra; no nos seduce la idea de pasar a la historia en la condición de ‘víctimas colaterales’; no tenemos vela en los 28 mil entierros, salvo aquella que nos acredita para hacer el relato de estos días aciagos que, como los de hace cinco años, son cualquier cosa menos apacibles.
Somos periodistas y hemos de contar lo que sucede. Somos, si se quiere, una plaga molesta, una nube diversa de gustos y voluntades; de aficiones, simpatías y desapegos; iguales y diferentes, pero juntos en la tarea que hemos elegido.
Así estamos y aquí estamos para reiterar que no nos gustan las respuestas huecas. No queremos eternizar el olvido. No nos da la gana ser cómplices del silencio y la desmemoria; de la impunidad y la corrupción.
Como ayer, hoy estamos aquí para que no se olvide, para impedir el regreso a la barbarie, a la persecución y muerte de las ideas, al pasado que no acaba de irse y así nos lo hace saber con casos como los que hoy nos tienen aquí, con un gran signo de interrogación sobre nuestras cabezas, preguntándonos quién sigue.
Y volveremos mañana y cuando sea necesario, porque no queremos el silencio como respuesta, tal y como lo suscribimos hace cinco años.
Porque después de todo este tiempo las cosas no han mejorado. Peor aún, el periodismo en México vive una de sus épocas más negras.
Porque nadie sabe quién será el siguiente.
Hasta hoy, siete de agosto de 2010, casi 30 mil personas han muerto en hechos relativos a la guerra contra el narcotráfico; en los barrios más exclusivos del país lo mismo que en los arrabales, suena la metralla.
Ya nadie está seguro ni siquiera en su casa, en su escuela o en su trabajo. Hay un clima enrarecido, denso, demasiado pesado para describirlo sin el sobresalto de por medio. Sin la incertidumbre o el temor, el mal presentimiento, el ‘ojalá que no pase’ o el encomendarse a Dios cada mañana, según sea el caso.
Esa es la realidad que debemos salir a reportear cada día.
Si por ello hay que pagar con el secuestro, el ‘levantón’ o la vida, sepan quienes lo ordenan que ya tenemos suficiente con la incertidumbre laboral, la precariedad salarial, las dificultades y carencias para desarrollar nuestro trabajo. Sepan que la falta de servicios médicos resulta más letal que las balas, y a eso tenemos que enfrentarnos diariamente, sin más armas que una libreta, una pluma, una grabadora, una vocación ajena, distante a la suya.
Por ello suscribimos las demandas que en Distrito Federal, como en otras entidades del país, levantan en estos momentos los colegas que son tan periodistas y tan mexicanos y tan vulnerables como los que hoy estamos aquí.
Y esas demandas son:
1.- ¡Alto a la impunidad en torno de los asesinatos, secuestros, desapariciones y amenazas a los periodistas y trabajadores de los medios de comunicación! ¡No más agresiones!
2.- Las instituciones del Estado mexicano, y los diferentes órdenes de gobierno, tienen el deber y la obligación constitucional de garantizar el pleno acceso y disfrute de los derechos a la libertad de expresión y a la libertad de información, para los periodistas y la sociedad en general, sin distinción de posiciones ideológicas o políticas. Esos derechos, que deben tener plena vigencia para todos los mexicanos, no pueden, en modo alguno, suspenderse, acotarse, negociarse o transferirse. ¡Que se cumplan! ¡Que se hagan cumplir!
3.- Que se pongan en marcha, de inmediato, los mecanismos institucionales de protección a la labor de los periodistas, con pleno respeto a la pluralidad, la libertad y la independencia de todos y cada uno de los medios de comunicación.
Desde Hermosillo, Sonora, México, fraternalmente para todos aquellos a quienes en el mundo, sean o no periodistas, se identifiquen con la resistencia, con la negativa a ser comparsa del baño de sangre con el que se está lavando las manos el gobierno mexicano, les decimos que acá tampoco estamos de acuerdo.
Que estamos de luto.
Que estamos enojados, indignados, asombrados, furiosos, tristes, desesperanzados, sin más armas que nuestra vocación por comunicar.
Que de muchas maneras, somos parte de ese ejército de viudas y de huérfanos; de esa multitud de hermanos, primos y parientes; amigos o conocidos que un día crecimos sin la presión de una .45 en la sien, sin vomitar la adrenalina frente a un hombre decapitado, o descuartizado y convenientemente acomodado en una hielera.
Que no queremos un país así para nuestros hijos.
Somos periodistas y vamos por la vida relatando lo que pasa, haciendo el recuento de los hechos, arrimando datos a la memoria social de nuestros pueblos, aportando lo mucho y lo poco que tenemos en la construcción de una sociedad donde se pueda vivir sin miedo.
A eso aspiramos, nada más. Pero también, nada menos.
Plaza Emiliana de Zubeldía
Hermosillo, Sonora, México
7 de Agosto de 2010.
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