martes, 14 de diciembre de 2010

Que bueno que estamos bien

Sylvia Teresa Manriquez
13/Diciembre/2010

Hoy te vi, con tu uniforme deslavado y los zapatos gastados, lucías tan cansada como la última vez que platicamos. Afortunadamente este cansancio arraigado en cada arruga prematura de tu rostro no ha borrado el brillo de tu mirada. Hueles a recién bañada, lo percibo mientras apoyada en el trapeador que a diario te acompaña en la jornada laboral, me saludas y me cuentas lo que te preocupa. No comprendes porqué el aguinaldo que tanto esperaste no te libera de las presiones económicas. Tantas cuentas por pagar, y tantas ilusiones que no podrán ser. A pesar de que, aseguras, sigues las recomendaciones de la Profeco para estirarlo lo más posible.

Me atrevo a preguntar si cuando tenías pareja te iba mejor. Aspirando profundamente el fresco aire de la mañana, aceptas que no, ríes con amargura y confiesas que el dinero se iba en pagar “sus” gastos, porque él tiene gustos muy refinados.

Me cuentas de tus hijos, ambos en primaria, de lo listos que son. El mayorcito ya te ayuda en la casa. Pregunto por tus hijas, ambas criando a bebés de pocos meses de vida y refieres brevemente como la pasan con sus también jóvenes maridos. La preocupación que sientes al verlas sin ambiciones, viviendo cada día sin pensar en el futuro. Hablas de tu madre, tal vez tu único apoyo, 60 años tiene y tan ágil, trabajando como tú, solo que ella limpia casas y tú oficinas.

Ay amiga, si te sirvieran de consuelo las estadísticas del Inegi que dicen que en nuestro país hay 3.6 millones de hogares formados sólo por el jefe o jefa y sus hijos, 8 de cada 10 están dirigidos por una mujer, como tú, que se fletan cada día para pagar todos los gastos que ocasiona sacar adelante a la familia.

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