Conforme se acerca la elección presidencial de 2012, mucha gente me pregunta si hay un escenario que me preocupe. Hay varios que no pueden descartarse como la posibilidad de que un loco asesine a un candidato o gobernante de alto nivel. Ese tipo de cosas no son hipotéticas en nuestro país. Por desgracia ya han pasado. Pero el propósito de este artículo no es invocar esta clase de demonios. Lejos de eso quisiera mencionar el escenario que más me preocupa y que no puede descartarse como un simple sueño guajiro.
Imagine usted que el lunes 2 de julio de 2012, un día después de los comicios federales, nos amanezcamos con la noticia de que el PAN volvió a ganar la Presidencia de la República por tercera ocasión. Y lo logró por un margen estrecho. Digamos que de menos de dos puntos porcentuales.
Ya sabemos, desde ahora, cuál va a ser la reacción de la izquierda, independientemente de si queda en segundo o tercer lugar. Su candidato, Andrés Manuel López Obrador, es muy predecible en este tipo de situaciones. Inmediatamente criticará a las autoridades electorales, desconocerá el resultado, alegará que la supuesta mafia que gobierna a este país le volvió a robar la Presidencia y movilizará a sus seguidores. Muy probablemente volverán a ponerse en un plantón permanente en el Zócalo de la Ciudad de México. Incluso en esta ocasión no debe descartarse que el conflicto escale con huelgas de hambre de personajes prominentes de la izquierda incluido López Obrador.
Eso, desde ahora, es muy predecible. Lo crítico en este escenario es cómo reaccionarán los otros perdedores, es decir, los priistas. Para visualizar esto hay que entender cómo se sienten los tricolores hoy en día. Ellos creen que, con Enrique Peña Nieto como su candidato presidencial, tienen todo para ganar. Están convencidos de que regresarán a Los Pinos en 2012. Piensan que ya les toca. Saben que en 2006 se equivocaron con el candidato que escogieron pero ahora cuentan con la mejor maquinaria electoral y el personaje más carismático. La perfecta combinación ganadora: buen partido y buen candidato. Además piensan que el PAN va a llegar desgastado después de 12 años de gobernar y que la izquierda no podrá superar sus divisiones internas. En suma, que los priistas están convencidos de que las estrellas están alineándose a su favor.
Y así lo demuestran todas las encuestas. Independientemente de quién sea el candidato, el PRI es el partido con mayores preferencias entre el electorado. Cuando los encuestadores ponen a Peña Nieto en la hipotética boleta de 2012, las intenciones a favor del PRI suben aún más. Incluso apuntan a una posible victoria apabullante con más del 50% de los votos.
Eso es hoy. Desde luego que todo esto puede cambiar de aquí al primero de julio de 2012. Pero lo importante es que el ambiente actual apunta a una victoria cómoda del PRI. Y ellos están muy ilusionados con esta perspectiva.
Ahora imaginemos que esta gran ilusión termina en una enorme desilusión. Algo similar a lo que sintieron los perredistas en 2006. Esa sensación de creer que “ya ganamos” para despertarse con la noticia de que “ya perdimos”. ¿Qué harían los priistas en este escenario? ¿Aceptarían, sin chistar, el triunfo del PAN por un margen estrecho?
Hay que recordar que en 2000 no fue fácil que los priistas aceptaran el triunfo del entonces candidato panista, Vicente Fox. Fue gracias a la grandeza del presidente Zedillo y del candidato Labastida quienes, con una visión de Estado, aceptaron la derrota de su partido. Pero no faltaron las voces dentro del tricolor que, al estilo López Obrador, querían rebelarse frente a este resultado.
En 2006 también hay que recordar que Roberto Madrazo en un principio se negó a aceptar la estrepitosa derrota de su partido en las urnas pero, ante la contundencia de los números en contra de los priistas, pues ya no pudieron hacer nada más que echarse para atrás y observar la pelea entre Calderón y López Obrador hasta el día en que el primero tomó posesión como Presidente de México.
En fin, que no es fácil que un partido acepte su derrota, mucho menos si no está acostumbrado, mucho menos si hay una gran ilusión por ganar, mucho menos si el revés es por un margen estrecho. Me imagino que va a ser dificilísimo que el PRI se trague ese sapo. Y no van a faltar las voces radicales dentro de ese partido —que las hay— de desconocer el resultado de la elección e incluso unirse a la protesta en contra de las elecciones que hagan López Obrador y compañía.
Súmese a eso la debilidad en que llegarán las autoridades electorales a los comicios del año que entra. Los partidos, todos, van a estar enojados con ellas si implementan a rajatabla la absurda reforma hiperreguladora de 2007. Ni se diga las televisoras a quienes desde hoy les están imponiendo multas multimillonarias. En este sentido, habrá muy pocas voces en los medios que defiendan las acciones y decisiones de los árbitros electorales.
Fíjese usted: la izquierda protestando en las calles; el PRI muy dolido alegando una elección injusta y desconociendo el resultado; las autoridades electorales desgastadas y sin apoyo en los medios. A eso súmese un ambiente de violencia. Todo lo cual puede derivar en una crisis institucional con un Presidente muy debilitado a final de su sexenio. Ése, si me preguntan, es el escenario que más me preocupa.
Twitter: @leozuckermann
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