miércoles, 13 de julio de 2011

El cristal: detonador de drama social

Carlos Sánchez

13/Julio/2011

1.- Testimonio de una dama envuelta en el consumo de la droga en boga.

Encender el fragmento de un foco es un ritual. La llama se convierte en calor indispensable para avivar el humo que ha de instalarse en el cerebro. Abrir más los ojos es el efecto, también agilizar la dinámica física.

Ana fuma de tres a seis globos diarios. Lleva veintidós calendarios sobre la vida y un par de ellos consagrándose al químico en cuerpo y mente.

Tiene su espacio predilecto, hacerlo en cualquier parte no sería lo mismo, por eso a ciertas horas del día el cerrojo de la puerta del baño corre hacia la derecha, y da privacidad.

No es humo artificial, quizá similitud de adrenalina en un concierto con cámara de gases. La boca acaricia solamente el químico gris, lo engulle con levedad para de inmediato dispararlo hacia el espacio. Ana sabe que si el jalón llega hasta los pulmones de manera directa, pudiera ocurrirle lo que a su camarada, el que por no regular la dosis, ahora tiene vista en un solo ojo: el izquierdo se apagó para siempre.

Ana sabe, siente, que el placer tiene su precio, y si con el consumo del cristal la adrenalina asciende, de igual manera crece el riesgo de bajar la guardia en las defensas del cuerpo.

“Si ya he tenido broncas; hay veces que como que me cae infección de tanto humo en los pulmones, porque me duele la espalda, acá en la parte de arriba, pero tomo pastillas para la infección y se me quita, pero sí me queda como algo pegajoso, como cuando andas resfriado, y tiras baba, pero la baba que me sale es blanca .

“La neta no me da miedo, al contrario, cuando fumo me da pa’rriba. Esta madre siempre me trae bien alivianada, me pone pa’ allá y pa’ acá, muy activa. Para andar así me tengo que fumar diario unos trescientos pesos de loquera, que vienen siendo seis globitos, o a veces compro un dieciséis, en dos cincuenta, que ya ese es por mayoreo, un buen bultito”.

Ana es desempleada, voluntaria, por que al parecer el trabajo no le seduce.

El placer del consumo, ante cualquier vicisitud económica, lo resuelve a como de lugar.

“Ya picados y en la barra, uno saca dinero hasta por debajo de las piedras, porque si no le pongo me desespero, me desespero, me desespero, ando buscando por donde sea algo.

“Po’s la neta sí, hasta ahorita siempre lo he resolvido (sic), porque si alguien conocido llega a tener en venta, me hace valer, no me deja morir ‘ai te va’, o fiado, o consigo dinero pa’ pagarlo. ¿Quieres que te diga la neta? Simón, sí he llegado a aventármela, sí he robado con tal de tener feria, y he agarrado lo que sea, nomás que valga de cien pa’ arriba, que te alcance pa’ una cura, donde esté prestado, y que te den de perdida cincuenta o cien, pero que alcance para una cura de perdida, un globo, algo que te cure la malilla que traes, con eso”.

Ana estuvo hace dos años y medio tirando tiempo tras las rejas, el móvil: robo con violencia. Se vino de la prisión al año y meses de estar por allá. Su jefa le hizo el favor de comprar un buen abogado, y la condena de tres años se convirtió en la mitad del tiempo.

Antes de entrar a prisión había “probado” el cristal, pero no se había prendido como ahora.

“Yo fumaba mota, antes de caer, pero ya cuando recuperé la libre, en un cotorreo que tuve unos compas sacaron el foco, pos lo agarré y ya el engranaje no me soltó, ahora ni mota, ni coca, puro foquito, cristal y cristal.

“Sí botaneo bien, me alimento bien. Y el sueño, pos cómo te diré, antes, cuando recién le ponía no me daba nada de sueño, no dormía noche ni día, pero como ya tengo bastante tiempo, ya si fumo en el día me puedo dormir en la noche, pero ya de tanto uso como que sí se te va quitando un poco el apetito, pero siempre le hago la lucha”.

Ana acaricia a su perro “El Moquin”. La lengua de su mascota lame los dedos de su dueña mientras ésta le espulga los corucos que le heredó un gato, otra mascota que hace unos días le quitó la vida la llanta de un carro. Por la manera de acariciar el pelo del “Moquin”, parecería que Ana tiene entre sus brazos al hijo que no tiene. Y mientas el reventar de corucos entre sus uñas, por el amor a su perro, Ana fluye en su conversa.

“Con el consumo de cristal puede llegar a que te duela la cabeza, a sentir calentura y que te duelan los huesos cuando se te está bajando el efecto, cuando te pega la malilla, o a sentirte desesperada y buscar dónde robar, por dónde sacar algo para curarte.

“Sí he tratado de tumbarme el rollo, pero es una adicción fuerte, y pues tienes que tener mucho huevos para dejarla. Sí he dejado algunos tipos de loquera, yo antes me inyectaba cocaína, duré dos años y la dejé, también dejé las pingas, dejé la mota”.

Cuando ya la ansiedad ruge y el cristal se dispone de nuevo a recibir el calor de la lumbre, Ana platica sobre el tránsito de los preparativos del próximo ritual. Al romper un pedazo de plástico que protege la dosis, Ana observa con mirada de “amor” la textura del globo. Sabe ella de qué está hecho, o cuando menos de lo que le han dicho que es.

“Sé de algunos tóxicos que trae: un contenido de veneno para animales, ácido de baterías; muchos le meten corte de caballo, ese es un producto que usan para sacarle más ganancia a la mercancía”.

Cuando la lumbre sentencia el momento preciso para el ritual, Ana dispone sus sentidos todos para optimizar la inhalación. Perder la menor cantidad de humo es un reto inminente. En cuatro o cinco minutos su vida se transforma. La voz de Ana se torna entre cortada, pausada, difícil es articular las palabras, el cristal activa su efecto, se sumerge al interior del cerebro, del cuerpo.

“Esto es como cuando amaneces muy aflojerado, pero al irle poniendo vas sintiendo unas ganas inmensas de platicar, y el rollo te sale hasta por los codos; ya después te pones a alzar, a barrer o lavar, en eso de trabajar te pones activo, y no sientes que la droga te llega, uno nomás se pone a tirar un salivero, o igual muchas veces cuando le pones en exceso, la sangre como que sí se te pone una madre caliente, o cuando le pones de más hasta alucinas”.

El sabor que le deja el humo en la boca, es amargo, y es éste mismo le que le mutila el deseo de fumar tabaco, y le hace acrecentar el deseo de beber agua.

Ana cuenta ahora el cuento que vivió en esos días de exceder.

“Yo una vez juraba que había visto a alguien arriba del techo de la casa, y anduve dando vueltas como loca, o muchas veces he oído ruido y me he viajado con que me andan persiguiendo lo policías, y sí, sí da un chingo de miedo, y sí se llega al pánico”.

Algunos de sus camaradas, bajo la loquera del cristal, han llegado a delinquir, dice Ana, “desde robo con violencia hasta asaltos”.

Si bien el cristal le permite ese experimento del placer mental y físico, en ocasiones censura el deseo por el placer sexual.

“Cuando no le pongo en exceso sí me dan ganas, pero cuando le pongo de más puedo estar con mi pareja pero no llegar al orgasmo; sí hay excitación, y se siente que la sangre hierve, pero hasta allí porque por más que uno desee, no se toca el orgasmo”.

Esta y otras consecuencias físicas, emocionales o sociales, son el costo de la adicción. Ana dice que por saber que la sociedad -la familia que sufre-, la rechaza, constantemente se trepa en depresiones, y fuertes, y aunque ha tratado de separase del los globos, del humo, del fuego, del cristal, no ha podido tumbarse el rollo:

“Porque no se puede”.

2.- Testimonio de Rosa: tirar cristal es su modo de ganarse la vida

Y hasta que me truene

La miseria es el móvil del delito. El delito es la venta de enervante. El enervante es cristal.

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