lunes, 22 de agosto de 2011

Ratas


La letra desobediente

Braulio Peralta

a relectura de La peste, de Albert Camus, me dejó perplejo. Es de una actualidad asombrosa. Asómese a las imágenes de hambre en los niños que se deshacen en Somalia, si tuviera alguna duda. Vaya a Europa por televisión en los medios y vea el desastre de la economía. Mire al otro lado de nuestra frontera, a Estados Unidos, y observará la mentira del progreso.

Como escribe Stéphane Hessel en ¡Indígnate!: “el conjunto de la sociedad no puede claudicar ni dejarse impresionar por la dictadura actual de los mercados financieros que amenaza la paz y la democracia”. Malas noticias: la miseria es más fuerte que el miedo. Nada para las guerras que vivimos. La peste, sin bacilo de por medio, sin metáforas, se instaló en nuestras vidas inertes.

Camus advierte en su obra que la peste se instala como una forma de vida. No es que explotemos con los bubones bajo los sobacos. Es que algo en nuestra mente se corrompe, evadiendo la realidad. No veo, no oigo, no siento: no existo. Como si la desgracia fuera incapaz de acercarnos a la verdad, al silencio contemplativo y a la acción. Como si la indiferencia fuera el motor frecuente en los actos de los seres racionales. Como si dejar al azar las circunstancias que nos rodean impidiera el desastre. Negamos la peste humana que se atiene más a la fe que a la ciencia —social o exacta—, justo uno de los planteamientos del libro de Camus. Nosotros o las ratas.

El incendio ya está aquí y un falso optimismo nos impide verlo. El mundo nos informa que México es un país inseguro y aquí juramos que todo va bien, que no hay catarros financieros, ni asesinatos ni vejaciones; que la peste está bajo control. Olvidamos que el hombre no es una idea. Omitimos que uno vive y muere por lo que ama. Nos traicionamos en busca de un progreso inexistente.

Creí que me iba a deprimir con la lectura de La peste. Y no. Es sano saber que somos una interminable derrota. Que la condena es un principio, no un fin. Que el placer llega con el conocimiento de la vida, no con la omisión de la muerte. Escribe Camus: “Sin valorar ese resplandor excelso de eternidad que existe en el fondo de todo sufrimiento” es imposible aprender a vivir, a entender nuestra fragilidad.

No hubiera releído La peste sin el taller de lectura mensual. Gracias. Porque desperté de un periodo de embrutecimiento. Duro. Sí. Pero siempre es mejor saberlo.



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