La letra desobediente. Braulio Peralta
Dejé de creer en milagros cuando fui a la iglesia a pedir por mi abuelo porque estaba en fase terminal. La figura de yeso, un Cristo en éxtasis, ni se inmutó; salí del templo sin respuesta. Adolescente, dejé la religión: la creencia era una, y la realidad, otra. Mi abuelo murió. Ni la ciencia ni la milagrería pudieron con un cáncer.
No critico a quien crea en milagros: entiendo que pueden ser
fenómenos donde coinciden astros y sucesos, y pasa que alguien se cura
con rezos, pero admitamos que la ciencia no funciona de esa manera.
Tiene la fuerza para sanar gente, pero no hace milagros, simplemente
cura porque una sustancia, con la intervención médica, logra sus
objetivos. Allí el milagro es científico.
Pensaba en esto cuando Josefina Vázquez Mota invocó la palabra al decir “los milagros sí existen”. Bueno, ella lo sabrá. Puede ser un milagro de la política que ella sea candidata a la Presidencia por su partido porque Ernesto Cordero no prendió como el elegido por Felipe Calderón, o el milagro es que los astros estén del lado de las mujeres, que finalmente importan en cuestiones político-electorales.
Los milagros tienen mucho de infantil, como creer en las hadas o en sapos convertidos en príncipes; maravillosa literatura que nos cubre las almas de sueños. Al crecer, aquello forma parte de nuestra imaginería, nos ayuda a cruzar por la realidad con esperanza. Ignoro qué leyó Vázquez Mota pero su libro publicado, Dios mío, hazme viuda por favor, me indica que no fue asidua lectora. Uno puede escribir si leyó suficiente, pero su imaginería se quedó en milagrería: aniñada, sin carácter.
Más que nada por eso le va tan mal en las encuestas. Hizo bien el PAN en ganar a la izquierda y al PRI la elección de una mujer para la presidencia; histórico, de avanzada, con todo y el resultado negativo. Pero Vázquez Mota no entendió que necesita escuchar, atender a un equipo que le urge dejar los milagros en paz para lograr una campaña de propuestas, no de sonrisas y aun enseñar las piernas: podría vestirse más práctica.
Los mexicanos y mexicanas no quieren una mujer tradicional. Existen muchas en sus casas que callan y obedecen, o que se van con Enrique Peña Nieto por bonito; sobran mujeres así (y hombres, obvio). Vázquez Mota tendría que demostrar que puede gobernar con faldas sin necesidad de aparentar usar pantalones. ¿Un milagro quizá?
Pensaba en esto cuando Josefina Vázquez Mota invocó la palabra al decir “los milagros sí existen”. Bueno, ella lo sabrá. Puede ser un milagro de la política que ella sea candidata a la Presidencia por su partido porque Ernesto Cordero no prendió como el elegido por Felipe Calderón, o el milagro es que los astros estén del lado de las mujeres, que finalmente importan en cuestiones político-electorales.
Los milagros tienen mucho de infantil, como creer en las hadas o en sapos convertidos en príncipes; maravillosa literatura que nos cubre las almas de sueños. Al crecer, aquello forma parte de nuestra imaginería, nos ayuda a cruzar por la realidad con esperanza. Ignoro qué leyó Vázquez Mota pero su libro publicado, Dios mío, hazme viuda por favor, me indica que no fue asidua lectora. Uno puede escribir si leyó suficiente, pero su imaginería se quedó en milagrería: aniñada, sin carácter.
Más que nada por eso le va tan mal en las encuestas. Hizo bien el PAN en ganar a la izquierda y al PRI la elección de una mujer para la presidencia; histórico, de avanzada, con todo y el resultado negativo. Pero Vázquez Mota no entendió que necesita escuchar, atender a un equipo que le urge dejar los milagros en paz para lograr una campaña de propuestas, no de sonrisas y aun enseñar las piernas: podría vestirse más práctica.
Los mexicanos y mexicanas no quieren una mujer tradicional. Existen muchas en sus casas que callan y obedecen, o que se van con Enrique Peña Nieto por bonito; sobran mujeres así (y hombres, obvio). Vázquez Mota tendría que demostrar que puede gobernar con faldas sin necesidad de aparentar usar pantalones. ¿Un milagro quizá?
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