La letra desobediente / Braulio Peralta
2013-01-07
El periodismo avanza si la crónica es la reina de la realidad.
Pero no estoy seguro que avance. Prolifera, eso sí, la opinión en
diarios. Con la radio y televisión casi no contamos. Y escasea la
crónica sobre los acontecimientos más relevantes de la vida nacional.
Aunque hay casos de microhistorias cronicadas, de gran nivel, no hay
espacio para los periodistas que en los últimos años se han acercado a
las revistas o la publicación de libros para contar sus historias.
Es en el mercado editorial donde abundan libros de periodismo. Demasiados, diría. Malos, la mayoría. Excepcionales solo algunos, sobre todo, por estar bien escritos. El escándalo vende más, pero no es garantía de pulcritud escritural. Eso sí: publicar un libro de periodismo brinda la oportunidad de darse a conocer. Lydia Cacho se hizo famosa con Los demonios del edén. O Anabel Hernández, con Los señores del narco.
La crónica tiene una larga historia en el periodismo. Es imprescindible el libro de Carlos Monsiváis, Antología de la Crónica en México, básico en escuelas. O La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska. Sin esos libros no entenderíamos la revitalización de un género mayor que se ha venido impulsando con fuerza, independientemente de que sean escritores o periodistas los que cronican la realidad.
Hay dos libros de crónicas importantes que se publicaron en 2012: Jorge Carrión con Mejor que ficción, y Darío Jaramillo Agudelo con Antología de la crónica latinoamericana actual. Los dos son complementarios. Son disparejos, sobre todo por las ausencias de periodistas empecinados en escribir bien y con contenidos sin ficción. Por ejemplo: una gran ausente en esos libros es Magali Tercero, cronista de primer nivel, autora de Cuando llegaron los bárbaros.
Los libros de crónicas son necesarios para la comprensión de un país. Y la crónica, más que un lujo, es un género vital en el periodismo. Habría que hacer una antología actual de la crónica en México. La actualidad que vivimos amerita un libro así, con los periodistas y temas recurrentes sobre la realidad, como Diego Enrique Osorno, Marcela Turati, Héctor de Mauleón, Froylán Enciso, Fernando del Collado…¿Quién más?
La crónica vive su mayoría de edad. No hay duda: es el documento oficial de la historia. Ojalá el diarismo apoye más este género que requiere de espacio para su mejor desarrollo.
Es en el mercado editorial donde abundan libros de periodismo. Demasiados, diría. Malos, la mayoría. Excepcionales solo algunos, sobre todo, por estar bien escritos. El escándalo vende más, pero no es garantía de pulcritud escritural. Eso sí: publicar un libro de periodismo brinda la oportunidad de darse a conocer. Lydia Cacho se hizo famosa con Los demonios del edén. O Anabel Hernández, con Los señores del narco.
La crónica tiene una larga historia en el periodismo. Es imprescindible el libro de Carlos Monsiváis, Antología de la Crónica en México, básico en escuelas. O La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska. Sin esos libros no entenderíamos la revitalización de un género mayor que se ha venido impulsando con fuerza, independientemente de que sean escritores o periodistas los que cronican la realidad.
Hay dos libros de crónicas importantes que se publicaron en 2012: Jorge Carrión con Mejor que ficción, y Darío Jaramillo Agudelo con Antología de la crónica latinoamericana actual. Los dos son complementarios. Son disparejos, sobre todo por las ausencias de periodistas empecinados en escribir bien y con contenidos sin ficción. Por ejemplo: una gran ausente en esos libros es Magali Tercero, cronista de primer nivel, autora de Cuando llegaron los bárbaros.
Los libros de crónicas son necesarios para la comprensión de un país. Y la crónica, más que un lujo, es un género vital en el periodismo. Habría que hacer una antología actual de la crónica en México. La actualidad que vivimos amerita un libro así, con los periodistas y temas recurrentes sobre la realidad, como Diego Enrique Osorno, Marcela Turati, Héctor de Mauleón, Froylán Enciso, Fernando del Collado…¿Quién más?
La crónica vive su mayoría de edad. No hay duda: es el documento oficial de la historia. Ojalá el diarismo apoye más este género que requiere de espacio para su mejor desarrollo.
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