"Cómo se salvó Wang Fó"
escrito por Marguerite Yourcenar
ilustrado por George Lemoine
traducido por Emma Calatayud
editado por Gadir Editorial, en el 2006
comentado por Félix Albo
Para finalizar junio (¿ein?), qué mejor que continuar disfrutando el regusto oriental que nos dejó El grito de la Grulla de la semana pasada (bueno, de la anterior, o la otra, o... ay, el verano).
Cómo se salvó Wang-Fô es un cuento. Un cuento chino, que se desarrolla en la época de los Hang. Un cuento contado, magistralmente, uniendo dos artes como son la pintura y la palabra, de tal manera que en este caso, las palabras no solo pintan el imaginario de la persona que lee o escucha, sino que nos envuelven en la forma que tiene de mirar el mundo un gran pintor como es el protagonista Wang-Fô.
Nos cuenta, por ejemplo al principio, que los ladrones no entraban en las casas donde este pintor hubiera pintado perros guardianes, y que cualquier caballo que apareciera en sus pinturas estaba atado para que no escapara lienzo adentro. Narran y describen. Describen y pintan. Pintan y cuentan.
Nos cuenta, por ejemplo al principio, que los ladrones no entraban en las casas donde este pintor hubiera pintado perros guardianes, y que cualquier caballo que apareciera en sus pinturas estaba atado para que no escapara lienzo adentro. Narran y describen. Describen y pintan. Pintan y cuentan.
La historia nos muestra distintas maneras de vivir cada momento, la relación de admiración de un discípulo a su maestro, la calma, la serenidad como filosofía... Y una manera de mirar el mundo... Sin didactismos ni aleccionamientos, con un ritmo asombroso y una solemnidad transmitida en cada frase, en cada coma. La historia de una vida inmensa, intensa y asombrosamente sencilla y humilde. Es impresionante como la lectura de este libro está llena de silencios que se leen. ¿Se me entiende? Quizá si no lees el libro, no.
Son tres los personajes que rondan en esta historia.
Wang-Fô es una persona de avanzada edad enamorado de la belleza que le rodea en su cotidiano. Hallando casi sin buscarlo el contraste de colores, la luz, las texturas, los planos, las profundidades... Humilde, sencillo y silente. Todo arte, percepción y expresión. A pesar de proyectar siempre su mirada de artista, no es ajeno a nada de lo que le rodea: escasez, violencia, dolor... pero incluso en lo más doloroso, como es el asesinato de su fiel discípulo Ling, a la par del dolor, admira la hermosura de la mancha escarlata que deja su sangre sobre el suelo. Un ser que gusta más regalar que vender. Regalar a quien sabe apreciar su arte. Un personaje que llena y hacia el que uno no puede más que sentir respeto y admiración.
Ling es un personaje asombroso también. Siempre atendiendo a su maestro a cambio de todo lo que aprende. Le sirve, le busca cuidado, reposo y alimento, le ayuda en su quehacer artístico desliendo los colores, disponiendo los pinceles... Servicial hasta la sumisión, con respeto. Tanto, que es incapaz de morir por no dejar solo a Wang.
El tercero es el Emperador, que posee una voz tan dulce que entran ganas de llorar. Un ser criado al margen de su pueblo, de la realidad; que ha crecido fascinado por las pinturas de Wang-Fô y que ha creído que el mundo poseía tanta belleza como la que queda plasmada en sus pinturas.
Quiere encerrar a Wang "en el único calabozo del que no podrás salir -le dice-, he decidido que te quemen los ojos ya que tus ojos son las dos puertas mágicas que abren tu reino. Y como tus manos son los dos caminos, con sus diez bifurcaciones, que conducen al corazón de tu imperio, he dispuesto que te corten las manos".
Vive cegado por la ira, la impotencia que le produce descubrir que el universo pintado por Wang-Fô es, a sus ojos, mucho más bello que el real. Descubrir que aún siendo la persona más poderosa, casi una deidad que lo posee todo a su antojo, es incapaz de apreciar y transmitir la belleza que el pintor percibe en el mundo que le rodea.
Pero antes del suplicio del maestro, le pide bajo una amenaza terrible, que acabe una de sus obras. Una que a Wang le transporta a su juventud. Un cuadro sin acabar que nos llevará a un final realmente sorprendente y bello que cierra el cuento dejando tras su lectura, un rastro de calma y satisfacción.
Las ilustraciones, suaves, lentas, silenciosas también, acompañan en el baile al delicado texto.
Un libro para lectores engatusados, para personas que acostumbran a sumergirse en los libros. Propongo como edad de comienzo los quince, quizá antes, quién sabe. Uno nunca puede predecir la reacción ante la belleza.
Un placer, elefantes, un verdadero placer de lectura.
Ideal para pasar una tarde de verano y dejarse desleír por un atardecer único. Como todos.
Si te animas... luego nos cuentas.
Feliz lectura. Feliz verano.
Son tres los personajes que rondan en esta historia.
Wang-Fô es una persona de avanzada edad enamorado de la belleza que le rodea en su cotidiano. Hallando casi sin buscarlo el contraste de colores, la luz, las texturas, los planos, las profundidades... Humilde, sencillo y silente. Todo arte, percepción y expresión. A pesar de proyectar siempre su mirada de artista, no es ajeno a nada de lo que le rodea: escasez, violencia, dolor... pero incluso en lo más doloroso, como es el asesinato de su fiel discípulo Ling, a la par del dolor, admira la hermosura de la mancha escarlata que deja su sangre sobre el suelo. Un ser que gusta más regalar que vender. Regalar a quien sabe apreciar su arte. Un personaje que llena y hacia el que uno no puede más que sentir respeto y admiración.
Ling es un personaje asombroso también. Siempre atendiendo a su maestro a cambio de todo lo que aprende. Le sirve, le busca cuidado, reposo y alimento, le ayuda en su quehacer artístico desliendo los colores, disponiendo los pinceles... Servicial hasta la sumisión, con respeto. Tanto, que es incapaz de morir por no dejar solo a Wang.
El tercero es el Emperador, que posee una voz tan dulce que entran ganas de llorar. Un ser criado al margen de su pueblo, de la realidad; que ha crecido fascinado por las pinturas de Wang-Fô y que ha creído que el mundo poseía tanta belleza como la que queda plasmada en sus pinturas.
Quiere encerrar a Wang "en el único calabozo del que no podrás salir -le dice-, he decidido que te quemen los ojos ya que tus ojos son las dos puertas mágicas que abren tu reino. Y como tus manos son los dos caminos, con sus diez bifurcaciones, que conducen al corazón de tu imperio, he dispuesto que te corten las manos".
Vive cegado por la ira, la impotencia que le produce descubrir que el universo pintado por Wang-Fô es, a sus ojos, mucho más bello que el real. Descubrir que aún siendo la persona más poderosa, casi una deidad que lo posee todo a su antojo, es incapaz de apreciar y transmitir la belleza que el pintor percibe en el mundo que le rodea.
Pero antes del suplicio del maestro, le pide bajo una amenaza terrible, que acabe una de sus obras. Una que a Wang le transporta a su juventud. Un cuadro sin acabar que nos llevará a un final realmente sorprendente y bello que cierra el cuento dejando tras su lectura, un rastro de calma y satisfacción.
Las ilustraciones, suaves, lentas, silenciosas también, acompañan en el baile al delicado texto.
Un libro para lectores engatusados, para personas que acostumbran a sumergirse en los libros. Propongo como edad de comienzo los quince, quizá antes, quién sabe. Uno nunca puede predecir la reacción ante la belleza.
Un placer, elefantes, un verdadero placer de lectura.
Ideal para pasar una tarde de verano y dejarse desleír por un atardecer único. Como todos.
Si te animas... luego nos cuentas.
Feliz lectura. Feliz verano.
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