lunes, 17 de junio de 2019

¿De quién son?



¿De quién son?
Sylvia Teresa Manríquez

Camino al trabajo me detengo por un café, desde la ventana de mi carro pude verla. Estiró las manos para recibir una crepa y un café negro grande. La observé.
Es morena, como de treinta años, la piel firme a pesar del descuido. Vestido corto y raido, pies descalzos. Se retiró seguida por al menos tres perras y dos perros con quienes iba compartiendo el alimento.
En una banca una pareja joven. Los cabellos sucios y la ropa rota. Guardan sus pocas pertenencias en dos o tres bolsas de plástico.
De otra banca se levanta un hombre, quizá 27 o 28 años de edad, luce cansado, su ropa está en mejores condiciones aunque en su calzado se ve que ha andado muchos caminos. Se acerca y pide dinero que complete el pasaje para regresar a su casa.
Es de Sinaloa, dice, que si no puedo darle dinero por favor envíe un mensaje por la radio diciendo que está atrapado en Hermosillo. Le diga a su familia que no pudo llegar al otro lado y que en esta ciudad unos cholos le quitaron todo menos la ropa.
No es toda la gente en situaciones difíciles que encuentro en la calle. Estoy segura que quien lee podría también hacer su propia lista con la preocupante sensación de que cada vez son más las personas en pobreza extrema que pronto serán indigentes, cada vez más.
¿De quién son las y los indigentes?
¿Quién cuida a la mujer de las crepas además de sus perros, desde cuándo no se hace un Papanicolaou?
¿Dónde toman agua limpia, que comen, dónde están cuando no los vemos?
De quién son me pregunto desde que conocí a este hombre que me pidió encarecidamente dé la dirección de la plaza para que su familia pueda encontrarlo.
Un sabor amargo me viene al recordar a seres como el “Manzanitas”, a quien conocí hace muchos años cuando me ofreció libros para enriquecer mi acervo. Decía que era físico, enseñó francés y tenía familia, acabó viviendo fuera de su casa, así terminaron sus días.
Es estremecedor saber que en este país todas y todos corremos el riesgo de caer en la pobreza extrema y después convertirnos en indigentes.
El Diccionario del Español Mexicano, del Colegio de México (Colmex) define Indigente como la persona que carece de lo necesario para vivir, que no tiene lo imprescindible para subsistir; y a la Pobreza como la situación de las personas en que carecen de lo necesario para vivir o lo tienen muy limitado; ejemplo: la pobreza de los seris, la pobreza de un maestro.
Hace poco tiempo la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), informó que la magnitud de la población mexicana que vive en pobreza e indigencia es mayor a la que, en promedio, registran América Latina y el Caribe.
Casi 40% de las y los mexicanos viven en pobreza y 13% en la indigencia. Eso significa que en este país tenemos casi 41 millones de pobres y 15 millones de indigentes (tomando como referencia 112 millones de habitantes en México según Inegi en el último censo de población).
Observando esos datos el escalofrío es inevitable. Si la economía no mejora todos y todas estamos expuestos a encontrarnos en las estadísticas como extremadamente pobres, o en el peor de los casos, indigentes; porque después de la pobreza extrema viene la indigencia, cuando solo se posee lo que se lleva puesto.
Entonces ¿De quién son los indigentes? Tenemos un censo que dice que hay 600 en la capital sonorense ¿Es la solución regresarlos a su lugar de origen donde seguramente hay más personas en situación de calle? ¿O por qué se regresan?
Asistirlos en un centro hábitat, con atención médica, sicológica, alimentación, baño y vestido es un buen paso. Pero no termina allí. Se necesitan programas que posibiliten la colaboración de autoridades y ciudadanía, a fin de proveer programas que los ayuden a prepararse para el autoempleo y poder salir de las calles, volver a sentirse personas dignas, eso como primer paso.
Porque los indigentes son de todos, todos debemos participar en la solución.

@SylviaT   Correo: sylvia283@hotmail.com

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