¿De quién son?
Sylvia
Teresa Manríquez
Camino al trabajo me detengo por un café, desde la
ventana de mi carro pude verla. Estiró las manos para recibir una crepa y un
café negro grande. La observé.
Es morena, como de treinta años, la piel firme a pesar
del descuido. Vestido corto y raido, pies descalzos. Se retiró seguida por al
menos tres perras y dos perros con quienes iba compartiendo el alimento.
En una banca una pareja joven. Los cabellos sucios y la
ropa rota. Guardan sus pocas pertenencias en dos o tres bolsas de plástico.
De otra banca se levanta un hombre, quizá 27 o 28 años de
edad, luce cansado, su ropa está en mejores condiciones aunque en su calzado se
ve que ha andado muchos caminos. Se acerca y pide dinero que complete el pasaje
para regresar a su casa.
Es de Sinaloa, dice, que si no puedo darle dinero por
favor envíe un mensaje por la radio diciendo que está atrapado en Hermosillo. Le
diga a su familia que no pudo llegar al otro lado y que en esta ciudad unos
cholos le quitaron todo menos la ropa.
No es toda la gente en situaciones difíciles que
encuentro en la calle. Estoy segura que quien lee podría también hacer su
propia lista con la preocupante sensación de que cada vez son más las personas
en pobreza extrema que pronto serán indigentes, cada vez más.
¿De quién son las y los indigentes?
¿Quién cuida a la mujer de las crepas además de sus
perros, desde cuándo no se hace un Papanicolaou?
¿Dónde toman agua limpia, que comen, dónde están cuando
no los vemos?
De quién son me pregunto desde que conocí a este hombre
que me pidió encarecidamente dé la dirección de la plaza para que su familia
pueda encontrarlo.
Un sabor amargo me viene al recordar a seres como el
“Manzanitas”, a quien conocí hace muchos años cuando me ofreció libros para
enriquecer mi acervo. Decía que era físico, enseñó francés y tenía familia, acabó
viviendo fuera de su casa, así terminaron sus días.
Es estremecedor saber que en este país todas y todos
corremos el riesgo de caer en la pobreza extrema y después convertirnos en
indigentes.
El Diccionario del Español Mexicano, del Colegio de México
(Colmex) define Indigente como la
persona que carece de lo necesario para vivir, que no tiene lo imprescindible
para subsistir; y a la Pobreza como
la situación de las personas en que carecen de lo necesario para vivir o lo
tienen muy limitado; ejemplo: la pobreza de los seris, la pobreza de un
maestro.
Hace poco tiempo la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (CEPAL), informó que la magnitud de la población mexicana
que vive en pobreza e indigencia es mayor a la que, en promedio, registran
América Latina y el Caribe.
Casi 40% de las y los mexicanos viven en pobreza y 13% en
la indigencia. Eso significa que en este país tenemos casi 41 millones de
pobres y 15 millones de indigentes (tomando como referencia 112 millones de habitantes
en México según Inegi en el último censo de población).
Observando esos datos el escalofrío es inevitable. Si la
economía no mejora todos y todas estamos expuestos a encontrarnos en las
estadísticas como extremadamente pobres, o en el peor de los casos, indigentes;
porque después de la pobreza extrema viene la indigencia, cuando solo se posee
lo que se lleva puesto.
Entonces ¿De quién son los indigentes? Tenemos un censo que
dice que hay 600 en la capital sonorense ¿Es la solución regresarlos a su lugar
de origen donde seguramente hay más personas en situación de calle? ¿O por qué
se regresan?
Asistirlos en un centro hábitat, con atención médica,
sicológica, alimentación, baño y vestido es un buen paso. Pero no termina allí.
Se necesitan programas que posibiliten la colaboración de autoridades y
ciudadanía, a fin de proveer programas que los ayuden a prepararse para el
autoempleo y poder salir de las calles, volver a sentirse personas dignas, eso
como primer paso.
Porque los indigentes son de todos, todos debemos
participar en la solución.
@SylviaT Correo: sylvia283@hotmail.com
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