Por Carlos Sánchez
Álamos, Sonora.- En la frontera de Nogales, Sonora, habita el recuerdo de una infancia que trajo como consecuencia el carácter extremo. Allí Jaime López, compositor y cantante, cronista y poeta, era un buqui trepado en el tren de carga, carnales. «… si soy un poco extremoso no es por mi culpa amor mío / desde pequeño a lo loco / voy del calor a lo frío…
Un día después de completar los cincuenta y cinco años de existencia Jaime López se presenta de nuevo en este estado donde alguna vez los tropezones en sus pies fueron contra los durmientes de la vía del ferrocarril. Viene a cantar en el Festival Alfonso Ortiz Tirado. Y en una pausa a la vista de ese paisaje de callejones y casas de arquitectura colonial, de la ciudad sede, Álamos, atiende a los (algún tiempo), colegas de la prensa. Jaime también ejerció el periodismo, según cuenta su vite.
Espigados los brazos y el cuerpo, una sonrisa desde sus labios llenando la sala para la entrevista. La conversación como preguntas y respuestas, la inquietud por la ansiedad de treparse en unos instantes más al escenario. Jaime atiende de buen humor enfundado en su inseparable jeans, y esa vestimenta informal que como religión impone una camiseta.
En su exposición hay tiempo para contar su capacidad para la tristeza, y ejemplifica: «En una ocasión hice un jingle para unos cigarros que ya no existen, y hay voy yo bien entusiasmado (a entregar el jingle), y no, me lo rechazaron, me dijeron qué cosa tan triste, no tienes algo más alegre, y dije, es lo más alegre que he hecho. No se me da la alegría».
Jaime López es la paradoja en algunas de sus letras contrastando con el ritmo de su música. La alegría se desborda en la guitarra, la armónica, y es la nostalgia un alud dentro de los versos.
Hablar de los tecnicismos en materia de composición es respuesta ante la interrogante. Dice Jaime López que «el compositor es el que hace la música, autor es el que hace la letra, eso es formalmente, a mí lo de cantautor se me hace una cacofonía… soy un lector y la literatura me ha enseñado más que la propia música, uno como letrista es músico, uno trabaja la letra desde la óptica o perspectiva musical.
«Si la literatura me enseñó mucho de música, el inglés me enseñó mucho de mi idioma musicalmente. La labor de un letrista es de un músico, no es un poeta. Una vez en broma, y casi me linchan, en una convención de poeta a la que me invitaron como mariachi, un colega de prensa preguntó: usted es poeta también, yo dije: no, yo sí trabajo. Esa es la diferencia entre letristas y poetas, y espero que no haya un poeta en la sala».
Poetas no había en la sala, la risa un estruendo entre las paredes, sí.
En el paso del tiempo la formación de la infancia rebota en las obsesiones del artista. La religión inevitable, sería como hablar del sistema político mexicano y omitir la corrupción.
En el repertorio de Jaime López un cuento surrealista está hecho canción. No me podría morir sin tener tu respuesta ante la pregunta, le confieso al esperar turno para poder lanzar la interrogante. Después de otros comentarios, más risas, polémica sobre vicisitudes y netas, el turno para levantar la voz llega. ¿Cómo nace la canción Bonzo? Jaime López da un grito como aprobando la pregunta, y es la respuesta una emoción constante.
«Es una larga historia. Yo no sé si nací naturalmente incrédulo, ateo o qué, no sé si leí el evangelio según san mateo, pero independientemente de que nací en la frontera donde no está muy regulada la religión, la política y demás, vengo de una familia que sí es sumamente católica, realmente nunca tuvimos una disciplina católica, pero sí costumbres porque en México hasta los ateos son católicos.
«Mi primera gran blasfemia la dije como a los cinco años de edad, yo oía siempre a mi mamá, cuando me pasaba algo, decir ya vez te castigó Dios y lo único que logró es que yo odiara más a Dios. Las figuras mesiánicas no me atraen, con pasamontañas o sin pasamontañas, con coronas de espina o sin ellas. Un día que mi madre me dijo Dios te castigó yo voltee al cielo y dije, pos
chinga a tu madre pinche Dios. Mi amá se quedó así como qué onda ese, de ahí salió Qué onda ese (la canción). Mi mamá irónicamente se llama Ángela, y tuvo siete hijos, y creo que puros hombres, aunque todavía no me consta, y mi mamá tuvo la fama de tener a puro ateo y aunque no nos pusimos de acuerdo ninguno de mis hermanos cree en Dios.
«Alguna vez fui adolescente, alguna vez fui mamón, y no se me ha quitado, pues ahí fue cuando más duro me dio el ateismo, hasta que una vez me relajé, gracias a mi madre y que tuve estudios filosóficos en la prepa con don Pedro Chávez, y a partir de allí me dije, bueno, por una elemental dialéctica, negar a Dios es afirmarlo, no hay nada peor que ser ateo porque estás afirmando a Dios, entonces después de pensar tanto en esas cosas inútiles, pasó mucho más tiempo hasta que creo que en Bonzo quedaron resuelto los problemas de creer o no creer, al final de cuentas vienes de la descomposición para ir a la composición, la cosa es no pararse en el proceso, uno empieza componiendo porque descompone y al final de cuentas yo no quiero creer en Dios, quiero que Dios crea en mí, si es que existe.
«Cuando llegué a Bonzo fue como alrededor de los veinticinco años, yo estaba muy clavado con una mujer que me llevaba muchos años, ahí fue cuando hice el papel de graduado, y fue una relación muy intensa y no quiero entrar en detalles porque todavía vive, ahora es mi abuela, y había cuestiones que discutíamos para bien, además no hay cosa más chingona que coger y hacer un parlamento en la cama: los actos políticos empiezan realmente desde la cama, entonces era una gran discusión sobre Dios, el partido comunista y demás, entonces yo en ese tiempo hice sin proponerme eso que llaman trilogía con Adiós a los dioses, Mano del mando, y Bonzo. Una planteaba más la cuestión de la religión como poder político, metafóricamente, pero curiosamente Bonzo salió así de tas, yo creo que todavía es una canción imperfecta, pero es irónica porque en el trabajo del letrista una rima innecesaria echa a perder todo, se nota cuando nada más es una rima y no le crees a alguien (al compositor), en Bonzo no hay problema porque tiene un sentido diferente en lo que está antes de la rima, este fue el acto más racional que pude haber tenido y que es de estilo, pero el contenido que al final de cuentas es el resultado de la forma y siempre creo más en ese proceso, en la forma. Con Bonzo me exorcizo en los problemas de creer o no, desde entonces estoy en paz con Dios y conmigo. Ahora puedo presumir que no me importa si hay más allá, si hay Dios o no, el problema es si yo existo o no».
En la alameda: tararear, bailar
Después con tacuche y tando, la alameda en el corazón de Álamos tuvo como cereza del pastel el canto de Jaime López: trova-rock. El sentimiento y la urbanidad. Historias de camioneros y un grito solicitando el destierro de la historia en: Sácalo.
Aprovechar el trabajo y la diversión. Los ñeros con jorongo y huarache, dos de ellos, (venidos del sur del país en plan de empleo), con el pelo despreocupado, una cerveza corona como arma, entonaron las rolas del ese, el chilango bando.
La armónica ahora en vivo y un estruendo entrando en los cuerpos. La lira exacta y la voz en su manipulación llenaron incluso los árboles en derredor. Si señores, la banda sono-sinaloense calló para otorgar el paso a las rolas del nativo de Matamoros, Tamaulipas, ese delgado caballero que en la muñeca de su mano derecha tiene tatuado en una tira de tela el nombre de su ciudad.
La raza, fan o no, en el empeño de la alegría moviendo los cuerpos. No ha falta el contenido de las letras al pie de la letra. Tararear y bailar.
Fueron poco más de sesenta minutos, fueron más de diez rolas, fue un coro cuasi generalizado que detuvo al bate de la guitarra para que no abandonara el escenario antes de echarse otra. Complació y convenció. Un salud para los colegas de la prensa. Antes de partir, lo inevitable, la rola del tema previo al concierto: Bonzo. La emoción que se desborda.
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