Tenía la ilusión de asistir, ayer, a la presentación de su libro de memorias de su vida en México
En su natal Santander, España, las banderas ondean a media asta en honor del cervantista.
Por Mónica Mateos-Vega
El caballero de la comunicación, don Eulalio Ferrer, dio su espíritu la noche del martes, como diría su admirado Miguel de Cervantes Saavedra.
El renombrado publicista falleció a los 89 años de edad, de causas naturales, en su casa del Pedregal de San Ángel, en la ciudad de México, acompañado por sus tres hijos, rodeado de sus libros, así como por decenas de cuadros y esculturas del Quijote, personaje que lo inspiró a lo largo de su vida.
Había sobrellevado varios meses una salud frágil, que se complicó luego de una caída. Obligado a reposar, se quejaba de lo que llamaba vacaciones forzadas, las cuales se empeñaba en terminar lo antes posible para entregarse a su pasión: escribir.
Ferrer tenía la ilusión de asistir, ayer, a la presentación de su libro México en el corazón, en el cual rememora 68 años de estancia en el país, además de su amistad con figuras como Mario Moreno Cantinflas y anécdotas con su compadre, el compositor de música vernácula José Alfredo Jiménez.
Impronta de una lectura
Don Eulalio nació en Santander, España, el 26 de febrero de 1920, en el seno de una familia humilde; su padre fue linotipista. Estudió en el colegio de Los Salesianos y posteriormente en la Escuela Laica de Magallanes.
En 1935 se inició como periodista en el diario La Región y ya en plena Guerra Civil envió crónicas desde el frente de Burgos al periódico El Cantábrico.
El autor de Los lenguajes del color (FCE, 2006) llegó a México como parte del exilio español en julio de 1940. Antes de su arribo a América estuvo unas semanas en Francia, en un campo de concentración, donde sucedió un hecho que daría un vuelco a su destino y que así narró el publicista a La Jornada, en 2007: “Cuando entré al campo de concentración Argeles sur Mer, como exiliado que perdió la Guerra Civil española, un miliciano me ofreció un libro a cambio de una cajetilla de cigarros; llevaba una que me habían dado al pasar la frontera y no fumaba; entonces, la cambié por el libro. Lo metí a la mochila y entré al campo de concentración, donde no había bancas, ni nada; había que dormir sobre la arena y mi almohada era la mochila.
“Al día siguiente, al sacar el suéter que llevaba para abrigarme porque hacía mucho frío, vi el libro, que era Don Quijote de la Mancha, una edición de Calleja de 1912. Imagine a un muchacho de 19 años leyendo todos los días a Don Quijote como único libro y con una obsesión casi religiosa, porque todo lo idealizaba.
Veía a la gente en el campo, que eran como 80 mil personas, y decía: ahí va Don Quijote, éste es Sancho Panza, y ése es el bachiller. Era ya una obsesión. Esa lectura quedó como una marca de conciencia.
La experiencia le reveló que su misión en la vida sería difundir en el mundo la obra de Cervantes y, a través de ella, el idioma español.
Del periodismo a la publicidad
Al llegar a México, Eulalio Ferrer se estableció con sus padres y sus hermanas en Oaxaca, donde se ganó la vida durante un tiempo recitando poemas de Federico García Lorca y Antonio Machado.
Luego continuó con su labor periodística en la revista Mercurio, de la cual fue director durante más de 10 años. En 1946 ingresó al ámbito de la publicidad; al año siguiente fundó la agencia Anuncios Modernos y en 1960 echó a andar Publicidad Ferrer (después conocida como Centro de Comunicación Aplicada), la que sería en los años 80 del siglo pasado la agencia publicitaria más importante de la República, “la primera mexicana en competencia con las poderosas empresas estadunidenses, sobre todo por su orientación hacia la cultura.
A la publicidad llegué por necesidad, no por vocación. La necesidad me llevó a estudiar una profesión que desconocía en un momento en el que no se estudiaba o privaba la improvisación. Aprendiendo la publicidad lo derivé a estudios de sociología, especialmente relacionada con el comportamiento humano; ahí encontré que las grandes decisiones del hombre se fraguan en el estómago y el corazón, dijo el escritor durante la última entrevista que concedió a este diario, apenas en diciembre, a propósito del Premio Nacional de la Comunicación 2008, que le otorgó el Consejo de la Comunicación.
A él se debe el desarrollo en México del concepto moderno de comunicología, que ha sido validado, entre otros centros, por la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid.
El año pasado, Ferrer sumó a su vasta obra de 42 títulos su primera novela, Háblame en español (editorial Océano), una suerte de recapitulación literaria y humana, un documento en el que se cifran los sueños que han vertebrado secretamente la vida del autor: el juego y el placer, el amor al arte, la pasión por la historia, la obsesión por el poder y la riqueza material, la admiración hacia los creadores, la fascinación por un amor que es como un trueque de adopciones, el orgullo de pertenecer a una raza y de hablar en su idioma y, en fin, el gusto por crear mundos paralelos e inventar fábulas ambiguas alimentadas por la historia, escribió a propósito de la obra el crítico literario Adolfo Castañón.
Eulalio Ferrer fue mecenas de numerosos proyectos culturales, pero sin duda el más importante es el que obsequió a México para corresponder a la generosidad del país: el Museo Iconográfico del Quijote, ubicado en la ciudad de Guanajuato, inaugurado hace 21 años.
El renombrado publicista falleció a los 89 años de edad, de causas naturales, en su casa del Pedregal de San Ángel, en la ciudad de México, acompañado por sus tres hijos, rodeado de sus libros, así como por decenas de cuadros y esculturas del Quijote, personaje que lo inspiró a lo largo de su vida.
Había sobrellevado varios meses una salud frágil, que se complicó luego de una caída. Obligado a reposar, se quejaba de lo que llamaba vacaciones forzadas, las cuales se empeñaba en terminar lo antes posible para entregarse a su pasión: escribir.
Ferrer tenía la ilusión de asistir, ayer, a la presentación de su libro México en el corazón, en el cual rememora 68 años de estancia en el país, además de su amistad con figuras como Mario Moreno Cantinflas y anécdotas con su compadre, el compositor de música vernácula José Alfredo Jiménez.
Impronta de una lectura
Don Eulalio nació en Santander, España, el 26 de febrero de 1920, en el seno de una familia humilde; su padre fue linotipista. Estudió en el colegio de Los Salesianos y posteriormente en la Escuela Laica de Magallanes.
En 1935 se inició como periodista en el diario La Región y ya en plena Guerra Civil envió crónicas desde el frente de Burgos al periódico El Cantábrico.
El autor de Los lenguajes del color (FCE, 2006) llegó a México como parte del exilio español en julio de 1940. Antes de su arribo a América estuvo unas semanas en Francia, en un campo de concentración, donde sucedió un hecho que daría un vuelco a su destino y que así narró el publicista a La Jornada, en 2007: “Cuando entré al campo de concentración Argeles sur Mer, como exiliado que perdió la Guerra Civil española, un miliciano me ofreció un libro a cambio de una cajetilla de cigarros; llevaba una que me habían dado al pasar la frontera y no fumaba; entonces, la cambié por el libro. Lo metí a la mochila y entré al campo de concentración, donde no había bancas, ni nada; había que dormir sobre la arena y mi almohada era la mochila.
“Al día siguiente, al sacar el suéter que llevaba para abrigarme porque hacía mucho frío, vi el libro, que era Don Quijote de la Mancha, una edición de Calleja de 1912. Imagine a un muchacho de 19 años leyendo todos los días a Don Quijote como único libro y con una obsesión casi religiosa, porque todo lo idealizaba.
Veía a la gente en el campo, que eran como 80 mil personas, y decía: ahí va Don Quijote, éste es Sancho Panza, y ése es el bachiller. Era ya una obsesión. Esa lectura quedó como una marca de conciencia.
La experiencia le reveló que su misión en la vida sería difundir en el mundo la obra de Cervantes y, a través de ella, el idioma español.
Del periodismo a la publicidad
Al llegar a México, Eulalio Ferrer se estableció con sus padres y sus hermanas en Oaxaca, donde se ganó la vida durante un tiempo recitando poemas de Federico García Lorca y Antonio Machado.
Luego continuó con su labor periodística en la revista Mercurio, de la cual fue director durante más de 10 años. En 1946 ingresó al ámbito de la publicidad; al año siguiente fundó la agencia Anuncios Modernos y en 1960 echó a andar Publicidad Ferrer (después conocida como Centro de Comunicación Aplicada), la que sería en los años 80 del siglo pasado la agencia publicitaria más importante de la República, “la primera mexicana en competencia con las poderosas empresas estadunidenses, sobre todo por su orientación hacia la cultura.
A la publicidad llegué por necesidad, no por vocación. La necesidad me llevó a estudiar una profesión que desconocía en un momento en el que no se estudiaba o privaba la improvisación. Aprendiendo la publicidad lo derivé a estudios de sociología, especialmente relacionada con el comportamiento humano; ahí encontré que las grandes decisiones del hombre se fraguan en el estómago y el corazón, dijo el escritor durante la última entrevista que concedió a este diario, apenas en diciembre, a propósito del Premio Nacional de la Comunicación 2008, que le otorgó el Consejo de la Comunicación.
A él se debe el desarrollo en México del concepto moderno de comunicología, que ha sido validado, entre otros centros, por la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid.
El año pasado, Ferrer sumó a su vasta obra de 42 títulos su primera novela, Háblame en español (editorial Océano), una suerte de recapitulación literaria y humana, un documento en el que se cifran los sueños que han vertebrado secretamente la vida del autor: el juego y el placer, el amor al arte, la pasión por la historia, la obsesión por el poder y la riqueza material, la admiración hacia los creadores, la fascinación por un amor que es como un trueque de adopciones, el orgullo de pertenecer a una raza y de hablar en su idioma y, en fin, el gusto por crear mundos paralelos e inventar fábulas ambiguas alimentadas por la historia, escribió a propósito de la obra el crítico literario Adolfo Castañón.
Eulalio Ferrer fue mecenas de numerosos proyectos culturales, pero sin duda el más importante es el que obsequió a México para corresponder a la generosidad del país: el Museo Iconográfico del Quijote, ubicado en la ciudad de Guanajuato, inaugurado hace 21 años.
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