Huevones y tragones
Por Carlos Loret de Mola
Flora Pérez ha de ser la mujer más pobre de México. Vive en la comunidad de Villa de Guadalupe, en la montaña de Guerrero, entre los municipios que han sido catalogados como “el más pobre” del país por los dos más recientes censos. Regresaba tras haber caminado tres horas para llevar al centro de salud más cercano a uno de sus cuatro hijos.
Tras cruzar un río y subir un cerro, Flora llegaba a su vivienda de lámina de cartón y palos de madera, aislada de toda civilización, y se disponía a consumir su único alimento del día: atole de maíz y quelites. Flora, pues, no lleva una vida sedentaria ni come mucho, pero es una mujer con evidente sobrepeso, según los estándares de la Secretaría de Salud.
Si en el país, según cifras de Sedesol y Salud, poco más de la mitad de la población vive en la pobreza y cerca de 70% de los mexicanos tiene sobrepeso, no hace falta ser experto en estadística para concluir que un alto porcentaje de los gordos de México son pobres. El innegable problema de la obesidad no es tan sencillo como sugieren las campañas publicitarias del Estado que llaman a los ciudadanos a comer sanamente y hacer ejercicio, y por lo tanto transmiten la idea de que el que está gordo es por flojo y glotón, o si se permite a este reportero la expresión, huevón y tragón.
La dieta a la que pueden tener acceso los sectores menos favorecidos de la población es paradójicamente rica… pero en carbohidratos. A ellos, tras las arduas jornadas que desarrollan para conseguir el sustento, el Estado les machaca su eslogan: “¡Muévete!”. El tema de la obesidad, que justificadamente preocupa a la autoridad, requiere enfoques integrales. Si el diagnóstico es que todo se debe a que la gente come muchas papitas y luego se echa a ver la tele en el sofá, los avances no podrán ser muchos porque esa es una mirada “clasemediera”.
Si avanza esta iniciativa, se deberá presentar el reglamento y habrá que ver quién y bajo qué criterios decide qué califica como comida chatarra. ¿Una galleta está prohibida dentro de una dieta balanceada? ¿Qué galleta sí y qué galleta no? ¿Habrá control sanitario si se decide impulsar la venta de verduras y frutas, o dejaremos de tener un problema de grasa para tener otro de tifoidea? El Instituto Nacional de Nutrición siempre ha defendido que comerse una bolsa de chicharrones no es la bronca si se combina bien con otros alimentos más benéficos.
Revertir los índices de sobrepeso llevará mucho tiempo porque implica un cambio cultural, pero también me parece indispensable incluir el factor económico. La obesidad no es sólo cosa de exhortar a la gente a moverse.
SACIAMORBOS
Su cálculo: Manlio y CTM, sí; UNT y Chuchos, quizás; AMLO, Beatriz y Rojas, no.
Por Carlos Loret de Mola
Flora Pérez ha de ser la mujer más pobre de México. Vive en la comunidad de Villa de Guadalupe, en la montaña de Guerrero, entre los municipios que han sido catalogados como “el más pobre” del país por los dos más recientes censos. Regresaba tras haber caminado tres horas para llevar al centro de salud más cercano a uno de sus cuatro hijos.
Tras cruzar un río y subir un cerro, Flora llegaba a su vivienda de lámina de cartón y palos de madera, aislada de toda civilización, y se disponía a consumir su único alimento del día: atole de maíz y quelites. Flora, pues, no lleva una vida sedentaria ni come mucho, pero es una mujer con evidente sobrepeso, según los estándares de la Secretaría de Salud.
Si en el país, según cifras de Sedesol y Salud, poco más de la mitad de la población vive en la pobreza y cerca de 70% de los mexicanos tiene sobrepeso, no hace falta ser experto en estadística para concluir que un alto porcentaje de los gordos de México son pobres. El innegable problema de la obesidad no es tan sencillo como sugieren las campañas publicitarias del Estado que llaman a los ciudadanos a comer sanamente y hacer ejercicio, y por lo tanto transmiten la idea de que el que está gordo es por flojo y glotón, o si se permite a este reportero la expresión, huevón y tragón.
La dieta a la que pueden tener acceso los sectores menos favorecidos de la población es paradójicamente rica… pero en carbohidratos. A ellos, tras las arduas jornadas que desarrollan para conseguir el sustento, el Estado les machaca su eslogan: “¡Muévete!”. El tema de la obesidad, que justificadamente preocupa a la autoridad, requiere enfoques integrales. Si el diagnóstico es que todo se debe a que la gente come muchas papitas y luego se echa a ver la tele en el sofá, los avances no podrán ser muchos porque esa es una mirada “clasemediera”.
Si avanza esta iniciativa, se deberá presentar el reglamento y habrá que ver quién y bajo qué criterios decide qué califica como comida chatarra. ¿Una galleta está prohibida dentro de una dieta balanceada? ¿Qué galleta sí y qué galleta no? ¿Habrá control sanitario si se decide impulsar la venta de verduras y frutas, o dejaremos de tener un problema de grasa para tener otro de tifoidea? El Instituto Nacional de Nutrición siempre ha defendido que comerse una bolsa de chicharrones no es la bronca si se combina bien con otros alimentos más benéficos.
Revertir los índices de sobrepeso llevará mucho tiempo porque implica un cambio cultural, pero también me parece indispensable incluir el factor económico. La obesidad no es sólo cosa de exhortar a la gente a moverse.
SACIAMORBOS
Su cálculo: Manlio y CTM, sí; UNT y Chuchos, quizás; AMLO, Beatriz y Rojas, no.
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