jueves, 7 de abril de 2011

Estamos hasta la madre... El Zancudo, no mata pero hace roncha

Arturo Soto Munguía

07/Abril/2011

En las baldosas de la plaza hay carteles que una niña pega con cinta adhesiva para que no se los lleve el viento de la tarde. Nublada tarde en Hermosillo, como nublados están los ánimos de los que se juntan para gritar lo mismo que dicen las cartulinas en las baldosas de la plaza: ¡No más sangre! ¡Estamos hasta la madre!

La convocatoria para replicar la marcha que en todo el país sacó a la gente de sus casas para manifestar su indignación, su miedo, su rabia, su azoro, su impotencia frente a la muerte de miles de mexicanos inocentes caídos con etiqueta de ‘daño colateral’ en el caos de la guerra contra el narcotráfico.

Juan Francisco Sicilia era un joven de 24 años, uno más que estuvo en el lugar y el momento equivocados; fue encontrado atado de pies y manos, torturado, muerto, encajuelado junto a otros seis cadáveres. Era hijo del laureado poeta Javier Sicilia, que tras la noticia dirigió una filosa carta abierta a los políticos y a los criminales, cuyo título lo dice todo: “Estamos hasta la madre”.

Y esa misma rabia se desbordó la tarde de ayer por las principales plazas y avenidas de las ciudades de México. En Hermosillo comenzaron a juntarse desde las cinco de la tarde en la Plaza Emiliana de Zubeldía, frente a la Universidad de Sonora, cuyas puertas permanecen cerradas con banderas rojinegras por la huelga de maestros.

No son muchos, pero tienen muchas ganas de ser escuchados, de protestar, de tomar la calle para pedir un alto a la violencia en el país, ni un muerto más, no más sangre. Que si no pueden, que renuncien, piden al presidente de la República y a sus funcionarios, como lo pidió Alejandro Martí hace tiempo; como lo pidió también Javier Sicilia. Como lo pedirían todos los padres de los casi diez mil muertos civiles que ha dejado la guerra contra el crimen organizado en los últimos cuatro años.

Esto es un infierno”, reza un cartel en el pecho de un activista universitario. “Te apoyamos, Javier Sicilia”, dice otro.

A la plaza llegan también algunos de los padres de los niños muertos en y tras el incendio del 5 de junio de 2009 en la Guardería ABC, que han mantenido en esa misma plaza, desde entonces, 49 cruces blancas con los nombres de sus hijos.

Una mujer reparte rosas blancas y Natalia Vidales, editora y activista social distribuye calcas del Movimiento por la Paz y forma un coro que ensaya la canción-tema de ese movimiento: “Todos somos iguales/Sonora también eres tú/Si alzamos la voz cantando/podremos un día encender la luz…

El contingente comienza a formar filas y toma el bulevar Rosales rumbo al sur, a Palacio de Gobierno. No son muchos, pero su voz se escucha fuerte en las consignas “El pueblo callado también será acribillado”, “Calderón no pudiste, renuncia”, “Sicilia vive, la lucha sigue”.

En Palacio, la marcha es recibida por las bocinas que ya se volvieron una referencia obligada de todas las manifestaciones políticas en ese lugar. Todos los postes de los faroles tienen un par de ellas y todo el día dejan escuchar canciones que ambientan la plaza pública. Pero cuando hay una manifestación, alguien sube el volumen para acallar los gritos, y los gritos también suben sus decibeles y aquello se convierte en una competencia desigual entre gargantas y bocinas.

Los manifestantes enfurecen. Gritan más fuerte y, convencidos del sinsentido de esa competencia, terminan por rodear el palacio y colocarse frente a la puerta lateral, donde María de los Ángeles y Alejandro Cabral Porchas dan lectura a la carta del padre herido:

Estamos hasta la madre de ustedes, políticos –y cuando digo políticos no me refiero a ninguno en particular, sino a una buena parte de ustedes, incluyendo a quienes componen los partidos–, porque en sus luchas por el poder han desgarrado el tejido de la nación, porque en medio de esta guerra mal planteada, mal hecha, mal dirigida, de esta guerra que ha puesto al país en estado de emergencia, han sido incapaces –a causa de sus mezquindades, de sus pugnas, de su miserable grilla, de su lucha por el poder– de crear los consensos que la nación necesita para encontrar la unidad sin la cual este país no tendrá salida…

De ustedes, criminales, estamos hasta la madre, de su violencia, de su pérdida de honorabilidad, de su crueldad, de su sinsentido. Antiguamente ustedes tenían códigos de honor. No eran tan crueles en sus ajustes de cuentas y no tocaban ni a los ciudadanos ni a sus familias. Ahora ya no distinguen. Su violencia ya no puede ser nombrada porque ni siquiera, como el dolor y el sufrimiento que provocan, tiene un nombre y un sentido. Han perdido incluso la dignidad para matar. Se han vuelto cobardes como los miserables Sonderkommandos nazis que asesinaban sin ningún sentido de lo humano a niños, muchachos, muchachas, mujeres, hombres y ancianos, es decir, inocentes…

Caen unas pequeñas gotas de lluvia en la tarde gris hermosillense, y los manifestantes vuelven por donde llegaron, en marcha, con las mismas consignas y con el sentimiento de que algo han aportado en la lucha por la paz, en el México violento de estos días.

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