viernes, 8 de abril de 2011

¿Qué sucede con una manifestación?

Andrés Lajous

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Caminando en el Distrito Federal, en la marcha convocada por Javier Sicilia y un gran número de organizaciones civiles, una amiga originaria de Ciudad Juárez, me dijo “invité a unos amigos de Juárez para que vinieran, pero no quisieron, ya saben que esto no sirve para nada”.

Entiendo el desencanto de quien ha participado en manifestaciones a favor o en contra de distintas causas y la sensación de impotencia que a veces deriva de ellas. Sin embargo, las manifestaciones que tuvieron lugar antier en distintas ciudades del país, emotivas como fueron, probablemente logren mucho más de lo que parece a simple vista. No sólo me refiero a las consecuencias concretas, como la esperanza de que las autoridades de Morelos y federales, resuelvan el caso y procuren justicia, sino a la capacidad para cambiar los términos de la discusión pública que existe sobre la así declarada guerra contra el narco. Las manifestaciones son al menos dos cosas, procesos de distribución de información, y argumentos en sí mismos. En el primer caso, lo que logra una convocatoria a una manifestación es que las personas por lo menos se planteen y discutan la posibilidad de ir.

¿Marcho o no marcho? La pregunta suele derivar en distintas respuestas que hacen uso de la información disponible sobre el tema o causa: “Marcho porque la convocatoria la hace X, que le pasó Y”, “Marcho porque no creo que así se solucione Q y se podría solucionar con P”, “No marcho porque no estoy de acuerdo con que T diga que F es responsable de Q” y un largo etcétera de justificaciones que nos hacemos a nosotros mismos, pero que más importante aún, le hacemos a los demás. Es decir, la presencia de la propuesta a manifestarse, incluso antes del evento mismo, es una forma de expresión y difusión de ideas. Es la construcción al nivel más pequeño de múltiples espacios de deliberación que incitan a las personas a reflexionar y tomar una posición sobre el tema o causa para la que se convoca la manifestación. Así, casi inevitablemente, nos expresamos e informamos sobre el fondo del asunto al discutir la forma de expresarlo públicamente.

Una vez que la convocatoria difunde información, las marchas son en última instancia argumentos apoyados en poder y recursos. Quienes nos manifestamos, al hacerlo, desviamos recursos propios para agregarlos en una expresión colectiva. En un ejemplo —tal vez injusto— es equivalente a hacer una caja de ahorro: sumamos nuestros recursos (tiempo/dinero), para que otros los “gasten” o inviertan en algo distinto a nuestras vidas cotidianas. Pero lo que hace que una marcha no sea igual que la simple compra de un desplegado o spot de televisión, es que en la marcha se manda una señal de poder real que va más allá del dinero: el (los) cuerpo(s).

La dolorosa carta de Sicilia publicada el fin de semana pasado, nos llamó a “hablar con nuestros cuerpos, con nuestro caminar”. Los cuerpos que se manifiestan, no sólo son la expresión pública y física de un o unos argumentos, sino una amenaza real de poder. Suficientes cuerpos “hablando” y caminando, que al hacerlo convencen a más cuerpos que “hablan” y caminan, tienen la capacidad de obligar a que los gobiernos —por vergüenza o al menos sentido de oportunidad— cambien la forma en la que actúan y justifican su acción pública.

Pero los cuerpos que “hablan”, no sólo le están hablando a sus gobernantes, le están hablando también a la sociedad. Una manifestación es la forma de levantar la mano, de decir que aquí existimos algunos que pensamos así, que sentimos esto, que queremos lo otro, que no soportamos aquello. Por eso caminé la marcha del miércoles, porque creo que muchos ayudamos a expresar, que en este país existimos algunos que no creemos que se pueda hablar de una política de seguridad exitosa cuando sigue creciendo el número de muertos, que no queremos que los gobiernos definan su política pública basados en el odio y el miedo, que no creemos que la estrategia de seguridad del gobierno federal haya sido justificada de forma transparente y democrática, que no creemos que se esté haciendo el mejor esfuerzo por atender las causas del problema de seguridad que vivimos, ni que se esté actuando considerando que las personas, criminales o no, en México, tienen derechos.

1 comentario:

  1. Las marchas tienen distintos matices. Crecí en las marchas. Mi padre me llevaba a las marchas por reinvidicación de derechos de los maestros, mi madre me llevaba a las procesiones de fiestas litúrgicas. Una y otra impregnada por significados adversos, no obstante supe que las marchas eran comunión social, era ir en dirección con los otros hacía un mismo sentido. Firmar un acuerdo con los pies. ¿Cambiaban las cosas? Quizás en el 68, en el año axial, o mas en los ochentas se uso como un arma de presión social y ya en el DF degenaron su sentido hasta hacerlo molesto tanto para el peatón como para el conductor. Y desde luego demeritaron su significado. La marcha: las marchas; ¿significan ahora algo? Si bien no se duda de su significación si de su eficacia. En este tiempo las decisiones salen desde una mesa con tufo burocratico. No obstante las marchas nos recuerdan sobre todo al homo-oficinum que hay que estirar los pies, alzar la voz. En un país que tiende a la obesidad no es asunto menor.

    Un abrazote.

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