Por José Martínez / Difunet / Dossier Politico
De acuerdo a las estadísticas, en México cada
 cinco días, en promedio, es asesinado un periodista, eso lo convierte 
en uno de los países con más periodistas asesinados y desaparecidos en 
el mundo. A pesar de ello el presupuesto del gobierno del presidente 
Felipe Calderón asignado a la Fiscalía encargada de investigar estos 
delitos asciende a menos de 250 mil dólares (tres millones de pesos) 
para el año 2012. Uno de los años más sangrientos para la prensa.
“Es
 una pena pero esa nuestra realidad”, me dijo la fiscal Laura Angélica 
Borbolla en una reunión con miembros de la Fundación para la Libertad de
 Expresión (Fundalex).
Como se sabe el 3 de 
mayo de 1993 fue proclamado como el Día Mundial de la Libertad de Prensa
 por la Asamblea General de las Naciones Unidas (decisión 48/432, de 20 
de diciembre), siguiendo la Recomendación adoptada durante la 26ª sesión
 de la Conferencia General de la Unesco en base a una resolución de 1991
 sobre la “Promoción de la libertad de prensa en el mundo” donde había 
reconocido que una prensa libre, pluralista e independiente era un 
componente esencial de toda sociedad democrática y un derecho humano 
fundamental. Desde entonces, se ha celebrado cada año el 3 de mayo, 
aniversario de la Declaración de Windhoek, cuando en Namibia como 
conclusión de un seminario convocado por la prensa africana se propuso 
que cada 3 de mayo en todo el mundo se celebrara el Día Mundial de la 
Libertad de Prensa como una oportunidad para celebrar los principios 
fundamentales de la libertad de expresión; evaluar la libertad de 
prensa; defender los medios de comunicación de los atentados contra la 
independencia y rendir homenaje a los periodistas que han perdido sus 
vidas en el cumplimiento de su deber.
Es así 
que el pasado jueves 3 de mayo cuando los periodistas de todo el mundo 
nos aprestábamos para conmemorar el Día Mundial de la Libertad de 
Expresión, la víspera aparecían los cuerpos cercenados de tres 
periodistas mexicanos en el estado de Veracruz, días antes Regina 
Martínez corresponsal de la revista Proceso había sido asesinada en esa 
misma entidad. 
Ese día yo me encontraba 
representando a la Fundalex en Torreón, Coahuila, donde estudiantes de 
periodismo de varias universidades del país se daban cita para recibir 
los premios nacionales de periodismo universitario. Formaba parte del 
jurado y ofrecería una conferencia magistral ante maestros y 
estudiantes. Guardamos un minuto de silencio. Ofrecí mi charla con la 
voz entrecortada por más que quise disimular mi tristeza. Allí estaban 
los futuros periodistas que con ilusión cursan una carrera universitaria
 persiguiendo los sueños de lo que Gabriel García Márquez ha calificado 
como “el mejor oficio del mundo” pero que en México, como en otras 
partes, se ha convertido en uno de los más peligrosos. ¿Qué futuro le 
depara el destino a estos jóvenes que sueñan algún día contar con un 
título de periodista? Les hablé de Manuel Buendía y de Jesús 
Blancornelas. Dos grandes periodistas, centinelas de la nación.
Como
 ellos, la corresponsal Regina Martínez y los fotorreporteros Gabriel 
Huge, Guillermo Luna Varela y Esteban Rodríguez –que fueron masacrados 
en Veracruz– no buscaban ser héroes, servían y amaban a su país. Sus 
familiares y sus colegas del gremio solo queremos justicia. Como ellos, 
casi un centenar de periodistas en México han sido victimados, mientras 
otros se encuentran desaparecidos. Sus casos se mantienen impunes.
Así,
 ante el desdén del gobierno mexicano, en especial del presidente Felipe
 Calderón, el diario The Guardian –uno de los diez más leídos e 
influyentes del mundo– les ha rendido un homenaje a los periodistas 
asesinados en México, con una exposición en las instalaciones del diario
 británico donde se exhiben 55 imágenes de los reporteros ultimados en 
los años.
Para el inglés Chris Bain, director 
de la organización Cafod, los reporteros homenajeados en la exposición 
fotográfica deben ser recordados no sólo por sus muertes, “sino por su 
dedicación para desenterrar la verdad y mostrarla a la población. Si el 
mundo busca a héroes, aquí están”.
Ese 3 de 
mayo en Madrid, España, cuando se galardonaba al periodista mexicano 
Humberto Padgett de la revista Emeequis con uno de los premios “José 
Ortega y Gasset”, el presidente del periódico El País Juan Luis Cebrián 
fue preciso y contundente en su discurso: “Lo que desde hace tres 
décadas venimos premiando es el esfuerzo, individual o colectivo, de 
aquellos profesionales que contra viento y marea defienden el derecho a 
saber de los ciudadanos, su libertad de informar y de ser informados. 
Muchas veces ese esfuerzo no es suficientemente reconocido por los 
propios lectores, ni por sus colegas o las empresas editoras, pese a que
 su entusiasta servicio a la comunidad les supone a menudo la antesala 
de la cárcel, el destierro o aun la muerte”. 
Ante
 el caso de los periodistas ejecutados en Veracruz, Cebrián dijo que “su
 único delito fue testificar una realidad oprobiosa”.
Justo
 ese mismo día en una ponencia dictada en la Universidad Veracruzana, el
 experto en seguridad, Edgardo Buscaglia, director del International Law
 and Economic Development Center, elogió la valentía de los periodistas 
mexicanos que han tenido que reportar la tragedia por la que atraviesa 
el país. 
“No se puede combatir a la 
delincuencia organizada o prevenirla sin información, por eso se mata a 
periodistas que hacen investigaciones patrimoniales para descubrir 
vínculos de la delincuencia con políticos”. 
En
 México, queda claro que decir la verdad cuesta y no está por demás 
subrayar que la palabra empeñada por el presidente Felipe Calderón de 
castigar la impunidad en el caso de los asesinatos de periodistas, fue 
un compromiso que terminó por ser letra muerta, como ocurrió de igual 
manera con la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos cometidos 
contra la Libertad de Expresión que desde su creación en 2006 nació 
muerta.
La Fiscalía carece de recursos 
materiales y financieros. No tiene sede propia ni siquiera aparece en el
 organigrama de la Procuraduría General de la República. Su presupuesto 
es tan escaso que para el año 2012 apenas asciende a menos de 250 mil 
dólares (3 millones de pesos) para atender asuntos a nivel nacional. Su 
plantilla de funcionarios y empleados, incluyendo a la nueva fiscal no 
rebasa los veinte el número de su personal. 
Los
 integrantes de la pomposa Fiscalía Especial para la Atención de Delitos
 cometidos contra la Libertad de Expresión ocupan un pequeño espacio en 
las oficinas de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos 
Electorales (Feplade) donde se encuentran hacinados. No hay presupuesto 
ni para agua y muchos menos para café. Se ha llegado a carecer de los 
más elementales insumos de oficina. La mayoría de cientos de expedientes
 están rezagados. No hay seguimiento en muchos de los casos. Simplemente
 no hay recursos. Hechos que contrastan con los discursos rimbombantes 
del Presidente y los diputados que integran la Comisión Especial para 
Dar Seguimiento a los Agravios a Periodistas y medios de comunicación.
Así
 se atiende la libertad de expresión en uno de los países con mayor 
número de periodistas asesinados y desparecidos en el mundo.
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*José
 Martínez M., es periodista y escritor. Es Consejero de la Fundación 
para la Libertad de Expresión (Fundalex). Es autor del libro Carlos 
Slim, Los secretos del hombre más rico del mundo, y otros títulos, como 
Las enseñanzas del profesor. Indagación de Carlos Hank González. 
Lecciones de Poder, impunidad y Corrupción y La Maestra, vida y hechos 
del Elba Esther Gordillo. 

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