Pinches contratistas son muy mentirosos
Dia de publicación: 2012-06-09
Por Carlos Sánchez / Dossier Politico
Pesqueira: comunidad ubicada al nororiente
de Sonora. Aquí los niños, adolescentes, juegan a la felicidad con una pelota
de basquetbol, bajo cuarentaitrés grados centígrados a la sombra, con el sol a
plomo. Encima de un baldío, un circo que huele a resistencia, a muchos años de
divertimento.
En Pesqueira hay familias que
provienen de etnias indígenas, sobre todo que emigraron desde el sur del país. Vinieron
a trabajar en el campo, en la recolección de uva, y aquí, en Pesqueira, han
visto crecer a los hijos, los nietos.
A Pesqueira llegó Abel Pérez
López. Vino desde su tierra, San Juan Bautista Tuxtepec, Oaxaca, a buscar la
vida, después de construir allá, en sus años de juventud, la antigüedad en el empleo
con el cual logró su jubilación, pagos mensuales que recibe su madre.
Debajo de un mezquite, en la
esquina donde colindan las calles Antonio Amarillas Villa y 21 de marzo, Abel
hilvana desde la memoria lo que él es, lo que ha sido. Extrae de una mochila
rosa unas pinzas para cortar racimos de uvas, su herramienta de trabajo, con la
cual, dice, ha ganado miles y miles de pesos, pero ya las pinzas están viejas,
y la resaca es un trinche que lo hostiga, por eso las ofrece en venta, A
cincuenta pesos, nomás pa’ completar un pisto.
Abel tiene en la mirada un niño
travieso, digamos nostálgico, que de pronto se apersona y juega con frases de
ternura, con sonrisas que le toman por asalto y le modifican el semblante. De
los dolores a la felicidad, de la derrota al triunfo. Todo esto ocurre en su
oratoria. Y va a los años de jugar con los primos, en el barrio, esos primos
que, recuerda, eran pudientes, y alguna o muchas veces pretendieron abusar de
él. La traición bíblica de Caín, en este caso con la variante no del hermano,
sino del primo, los primos.
Por eso la lejanía para con su
tierra, y la incomprensión de su familia, la que ignora los motivos de su paso
trashumante en estos años recientes donde busca vivir lejos de quienes llevan
sus mismos apellidos.
Abel muestra sus manos e ilustra
cómo tiemblan, luego habla de lo gacho que es la cruda, Si vieras en las
madrugadas, tengo delirios, siento que me persiguen, a veces quisiera mejor
morir.
--¿Cuánto hace que trabajas en el
campo?
--Muchos años.
--¿Desde cuándo andas por acá?
--Ahorita llegué a Pesqueira
después de cinco años, pero yo me llevo más en Villa Juárez, allá en San
Vicente, con los García.
--¿Por qué viniste a Pesqueira?
--Me dijeron que iba a estar
bueno aquí, allá apenas va a empezar.
--¿En Oaxaca, qué dejaste?
--Mi madre nomás, mis hermanos
están del otro lado. Hijos no, nunca he sido papá. Mi padre me enseñó a
trabajar en el campo, que en paz descanse, Jorge Pérez Martínez, se llamaba, él
me llevaba al campo desde niño. Cuando yo me recuerdo mi infancia mis primos
querían abusar de mí, tenían dinero, por eso cuando voy allá yo no quiero ni
verlos, se pasaron de verga, si yo te platicara la historia, nadie me ha
comprendido, ni mis hermanos, la única que me comprendía era mi cuñada, pero…
Yo empecé a trabajar en el campo
de muy chico, del campo te puedo enseñar a sembrar frijol, chile, plantas de
abajo, ahorita ya es puro invernadero, ahí lo meten y crecen las plantas, mi
mamá tiene treintaicinco hectáreas, y todas están a mi nombre.
--¿Por qué andas aquí?
--Pues ando valiendo queso, y
estoy pensionado por el gobierno, me dan una mensualidad, pero la cobra mi
mamá, por eso ella no se preocupa. Yo soy una persona, así como me ves, conozco
todo lo de abajo de los carros, de mecánica, también soy bueno en la
electricidad, pero ya se murió mi patrón, yo estaba trabajando con el ingeniero
Honorato Avendaño Nieto, lo único que yo lo cuidaba, le administraba el dinero.
Pero ya ahora tengo ganas de andar de otra forma, sólo espero que me digan:
amigo tú vas a cambiar, Dios sabe, ¿verdad?, yo quiero estar cambiado, vivir
tranquilo, bien limpio, en mi mente conectar lo que voy a hacer nada más, y a
cuidar a ciertas personas, si tú traes dinero te tengo que cuidar a ti.
Estas tijeras tienen como unos
dos años conmigo, han cortado miles de uvas Yo ya tengo cuarentaisiete años, y
voy a cumplir más el treinta de julio, claro que vamos a hacer fiesta, si estoy
en mi casa, claro.
--¿En qué te viniste de Oaxaca a
Sonora?
--La primera vez me vine contratado,
pinchis contratistas son muy mentirosos, prometen que al llegar te van a dar
una despensa, y son mentiras, ni botana te dan, ni modo, son puras mentiras de
ese contratista, Antonio González, él nos trajo el 2002, y de ahí para acá mi
mamá ya me daba por muerto, regresé a Oaxaca el 2005, porque me metí a un
centro de rehabilitación cristiano, te digo que leo la biblia, y eso es lo que
me mantiene, nomás que ahorita, el domingo apenas empecé a caer otra vez con la
tomadera, tengo ahorita como trece días pistiando, no a gusto porque estoy
operado de una hernia ombligal, y sí me pegan una patada… el otro día me tiró
una un bato, con una bota picuda, apenas la alcancé a agarrar, allá en el
casino, yo cargo pesado, por eso me salió la hernia, un carro como ese que va
pasando te lo cargo de volada, yo sé estibar.
--¿Dónde duermes?
--Ahorita te voy decir dónde me estoy quedando, porque no he
ido por mis cosas, no he cobrado, tengo cincuenta cajas de uva sin cobrar, en
el campo Pesqueira, acá pa’ San Juanito, con el Chato, pero me quedo aquí donde
se ponen los tianguis, duermo debajo de un carro, pero no vivo a gusto, tú
sabes los fríos que pasa uno, esta mañana tuve que pararme, me estaba muriendo
del frío. Si alguien me dice vamos a trabajar yo dejo de pistiar y se día hasta
que no me inviten una cerveza entonces sí. Ahorita me quiero ir de aquí, ayer
me invitaban para Chihuahua al corte del chile, en el chile ¿sabes cuánto me
gano yo?, cuando no es con tijera, a mano, me gano más de cuatrocientos bolas
diarios, por cortar chile, gano una feria, y estoy viejo, ¿verdad?, y todo para
mí, para qué le voy a mandar a mi mamá si ella está cobrando la pensión.
Ahorita, con todo respeto te digo
la verdad, que si no ahí está ese sol que me está oyendo, ahorita pos vendí mi
celular, vendí todo y pos perdí los números, me robaron mi mochila allá en San
Vicente, por la Baja California, yo he andado por todos lados, hasta La Paz he
andado yo, me gusta trabajar, cuando llego me la dan de mayordomo, o me dan un
tractor, yo manejo, nomás que eso sí, cuando agarro la pistiada pierdo todo el
trabajo. Dios me pagó esta operación (Abel levanta su camisa, muestra una
cicatriz que le atraviesa la piel encima del estómago), yo no tengo
resentimiento con mis hermanos, lo que pasa es que todo el tiempo cuando tengo
celular yo le tengo que hablar a ellos, ellos nunca me buscan, tengo que llegar
a la montaña yo si la montaña no va a mí, yo soy más grande.
Ahorita me voy a echar un pisto,
para curarme y ya. Te voy a decir la realidad, a veces tengo delirio de
persecución, y mucha hambre, pero ya ahorita me eché unos tacos, un compa me
regaló un lonche, aquí toda la gente de Oaxaca me cuida a mí, porque me
conocen.
--Abel mira hacia el campo donde
los niños adolescentes juegan a la felicidad. Su mirada parece atravesar el
horizonte. Levanta su mochila rosa, salen de allí como de una caja de pandora,
un envase de caguama, un rollo de papel sanitario, Abel mira cómo el papel se
desplaza por la calle, lo mira sin parpadear, al volver de su contemplación
toma el cuello de la botella, lo sumerge en la mochila: Esto es lo único que me
importa, el papel vale madre, al cabo que ya ni cago. Después se echa a andar, quién
sabe hacia adonde, al descender la cuesta hacia al norte de Pesqueira, de a
poco se pierde entre una bruma que levanta el viento al tocar la tierra.
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