lunes, 11 de junio de 2012

Cuando no escribo me entristezco: Carlos Sánchez

Tomado de: / Juan José Flores Nava / El Financiero

Dia de publicación: 2012-06-10  

HERMOSILLO, Son.-- Son las 5:30 de la mañana aquí, en Hermosillo. La temperatura es fresca, muy fresca: ronda los 20 grados Celsius. La tarde pronostica un infierno de más de 40. Carlos Sánchez despierta, prepara el café y en unos minutos está afuera, sentado bajo un árbol: se pone a escribir. Es el momento del acicate y de soltarle la rienda a esas ideas, imágenes, emociones, sentimientos, reflexiones, contradicciones, sonidos que le han estado circulando por todo el cuerpo desde hace días, semanas, meses, años quizás. "El instante que más disfruto de la vida es el amanecer", dice Carlos sólo para dar paso a sus razones: "Es cuando tengo más energía; cuando fluye más la literatura". Es una rutina que procura sostener.
Es un ritmo que el propio Carlos Sánchez se ha impuesto y que, al parecer, ha dado frutos: no sólo porque el año pasado publicó Matar --con el que ganó en 2010 el Concurso del Libro Sonorense en la categoría de crónica--, sino porque esta semana le entregaron el premio 2012 del mismo concurso, ahora en la categoría de cuento.


--Cuando no escribo me entristezco --dice Carlos Sánchez--. Cuando no escribo me falta dopamina. El acto de escribir me genera adrenalina y hace que mi cuerpo tenga más energía. Al tener energía tengo más ganas de vivir. Tengo felicidad.

--Alguna vez usted dijo que escribir le ha ayudado a construir su identidad.

--Sí, y creo que ya están abiertas las puertas de esta casa de misterio que es la identidad. Ya estoy entrando ahí. Los fantasmas ya se dosificaron. Soy menos tormentoso. Estoy entendiendo qué quiero hacer en la vida y eso me ha apaciguado.
Está claro: lo que Carlos Sánchez quiere y hace en la vida es escribir. Por más que a sus compas, a sus camaradas en el barrio, les entre la duda de cuándo se va a poner a trabajar en serio y dejar ese hobby que no le deja billete.

--Los que escribimos --reconoce-- nos enfrentamos todos los días no sé si a un rechazo, pero sí a una omisión o a una etiqueta. Hablo de dificultades que empiezan a la par del ejercicio de la escritura, tanto económicas como de encontrar espacios para publicar. Son muy pocos los escritores que encuentran lugar para exponer su trabajo. Y cuando uno es incipiente en el oficio se batalla más.

--Pero dos premios en un par de años debe ser, cuando menos, un guiño de que se va por buen camino.

--Un premio te pone en la palestra: los medios te toman en cuenta y hay un estímulo económico, además de la publicación del libro. Este nuevo reconocimiento me cae bien porque estos últimos meses había estado moviendo intensamente Matar, y ahora hay un nuevo argumento para creer en lo que escribo. Uno escribe para que la gente lo lea y los premios permiten que volteen a verte.

--Ha comentado que en las crónicas de Matar está el saldo rojo de la vida. Por el contrario, en el libro de cuentos con el que acaba de ganar el Concurso del Libro Sonorense 2012, Hazlo por mi corazón, apela a la ternura, al recuerdo, a la nostalgia.

--Sí, en Hazlo por mi corazón, como dices, estoy apostándole un poco a las atmósferas, a los acontecimientos que surgen a partir de la nostalgia, de la búsqueda, de la espera. También a la ternura y al reencuentro de esos detalles de la vida que nos marcan: las ausencias, las muertes. Están muy presentes el abandono y la desaparición del ser amado, de las cosas que provocan nostalgia. Busco un ritmo y personajes distintos a los de Matar o a los de Linderos alucinados; tal vez los personajes de Hablo por mi corazón sean un poco más parecidos a los de mi Aves de paso, pero ahora los relatos son más extensos.
Un par de ejemplos: en el cuento que da título al libro, el personaje principal está en un concierto de Los Nuevos Cadetes de Linares, en la frontera, en Nogales. Y junto con la música en vivo va evocando una noche en que ahí mismo se encontró con una chava que llegó en busca de su madre. El protagonista del relato describe cómo era la chica, cómo la recuerda, cómo bailaron y cómo es que sin haberla visto nunca más se siente profundamente enamorado. Piensa que tal vez podría regresar. Ahora él, el protagonista, es el que busca, es el que espera, es el que necesita tenerla cerca.

--Las crónicas de Matar de repente parecen una pesadilla tanto para los protagonistas como para el lector. Son presos que le cuentan a usted su historia; son historias y registros judiciales, sonidos del barrio sobre hombres que llegaron presos. La constante, sin embargo, parece ser la pobreza, el abandono, la miseria, la violencia de los padres contra los hijos, de la calle contra sus habitantes.

--Parece que, en efecto, la violencia, el asesinato y la prisión sólo se dan en la pobreza. Pero no es realmente cierto. Lo que me encontré al entrevistarme con todos estos presos y conocer sus historias es lo implacable que puede ser el destino a partir del contexto en el que naces. Pero también me encontré con la honestidad en las voces de los personajes, con la manera en que se puede caer en desgracia, víctima de nuestros propios impulsos, de nuestras circunstancias.
Ahí está, como muestra, dice Carlos Sánchez, aquella crónica de un muchacho encerrado en el tutelar para menores. Hasta antes de convertirse en delincuente era un chavo con buenas calificaciones, estudiante de preparatoria. Dice el texto:
"Jugábamos basquetbol. Chaparrito: parecía Superman. Brincaba rete alto. Sicario, le dije, pareces sicario. Y me atreví a indagar: ¿por qué estás aquí? Por homicidio, respondió. Y contó:
"Mi jefita tiene un restaurante en Nogales. Allí se quedó un bato que no pudo pasar al otro lado. Hizo confianza. Se metió a la casa. Trabajaba con mi jefa. Un día mi carnala me contó que ese bato la violó. Lo anduve cazando. Cuando lo tuve a modo le pegué más de cuarenta fierrazos. Lo maté a la verga: esta bien, ¿qué no? Está bien."
O ahí está la historia de Yimi Jesús, cuyos padres le dieron el empellón para que se iniciara como delincuente. Dice Yimi: "Porque no quería ir a la escuela me metieron a la correccional. Estaba yo plebito. Todavía no fumaba, no tenía vicios. Allí donde me metieron había bachas de cigarros. Allí aprendí lo elemental para ser un malandrín, un malviviente. Yo estaba muy plebe: tenía unos siete años. Con eso me desgraciaron completamente".
 

--Y es que --dice Carlos-- de pronto satanizamos a los presos, a los caídos en desgracia. "¡Ah: la escoria!", decimos. No es cierto: si de algo me he dado cuenta en estos 15 años de dar cursos, de visitar las cárceles y de hablar con los presos es de su capacidad de solidaridad. Es bien ambiguo el rollo: así como te pueden matar, también se quitan de la boca lo que tienen para compartirlo.  

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