lunes, 18 de junio de 2012

Viaje a Rusia

La letra desobediente

Braulio Peralta

No sé por qué mintieron tanto los periodistas de izquierda que venían a Rusia y regresaban y nos decían que aquello era un paraíso. Todavía recuerdo a Teresa Gurza que realizó una crónica amable de la vida allá, en los años 80, cuando apenas en 1987 se cerró un campo de concentración en Perm, donde los disidentes pagaron caro no estar de acuerdo con el sistema. Hubiera sido más fácil criticarles y acabar con la mentira de un socialismo sin rostro humano. Quizá también por eso la izquierda en México —y sus medios— no avanzaron lo que debieron. Lo digo con la convicción de pertenecer a una izquierda crítica (¡Y así me ha ido!)
Hoy, al ver a jóvenes manifestarse en la Plaza Roja contra Vladimir Putin me asombra estar aquí y ver cómo algo ha cambiado. El escritor Joseph Roth visitó la ex Unión Soviética, en 1926. Escribió en su maravilloso testimonio, Viaje a Rusia: “Se ve lo que le falta a la prensa rusa: la independencia del Gobierno, la dependencia del lector, así como el conocimiento del mundo…Esta es la razón por la que el periodista extranjero que abra los ojos sabe más de Rusia que su colega nativo”. No cambió demasiado el panorama, aun cuando ya no esté Karl Radek, el periodista de aquel sistema staliniano. Los jóvenes, en Rusia, no fueron la noticia, sí, el aniversario de la revolución…todavía. La prensa sigue esperando su turno para la democracia plena.
Mi primer contacto con Rusia fue una parada del avión en Kazán, la capital de los tártaros. Pero es técnica. Apenas pude ver los primeros rostros rusos, muchos niños somnolientos. Todos rumbo a Perm donde la experiencia de entrar al territorio pasa por la policía fronteriza. Ni una palabra entre el viajero y la mirada escrutadora del oficial, en la madrugada. Tras el vidrio con cinta métrica, la mujer policía me mira y mide mi estatura. Apenas sella mi pasaporte y me indica que puedo cruzar al territorio. Sin inglés como idioma no eres nadie, o casi, porque pocos hablan la lengua de Shakespeare. Así empieza la travesía.
Anuncios con letras en cirílico, el alfabeto de la tribu eslava de los rus o ros, pobladores que dominaron a otras tribus eslavas y consolidaron el nacimiento de Rusia. Son casi las cuatro de la mañana y parece de día. “Son las noches blancas”, me dice Sasha, que nos recoge en lo que será un viaje para corroborar que la tea de la revolución está apagada. Mis nervios se rebelan.

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