martes, 25 de septiembre de 2012

¿Dónde vivir?

La letra desobediente

Braulio Peralta

Sentadito frente a la catedral de la ciudad de Salamanca, a medianoche, alguien preguntó sobre el lugar ideal para vivir: ¿la España de Mariano Rajoy, la Argentina de Cristina Kirchner, la Venezuela de Hugo Chávez, la Cuba aun socialista de Fidel Castro y su hermanito Raúl; o México, ese querido México con Enrique Peña Nieto?

Se arrebataban la palabra para opinar:

—España, no: hay despidos diarios, deben millones a la comunidad europea, la crisis va a un pozo sin fondo. Se acabó la movida: bares cerrados, poca gente. No notas el tamaño de infierno que les espera pero será palpable pronto. Lo peor: la crisis de identidad que padecen los españoles llegará como cascada. Algunas autonomías pondrán en peligro la unidad del pueblo español que no ha logrado cohesionar eso que los latinos alcanzan a percibir como nación. La economía los arrastrará a consecuencias desastrosas.

—Y esos gobiernos populistas, socialistas, izquierdistas, caudillistas, menos, eh. Ni les digo la ausencia de libertad de expresión de la que carecen, eh. Nadie se mienta. América Latina sigue experimentando la revolución con sentido social. Sí, es bonito, eh, pero hasta ahora han sido puros fracasos. La historia es triste, eh. No se mientan con el sonoro rugir del pensamiento revolucionario, eh. Ningún movimiento de regeneración será factible si no hay respeto para el individuo en sus derechos humanos. Basta de sueños terminados en el muro de Berlín. Bájense de ese tren, eh.

—México es otra cosa. Iniciamos un proceso democrático. La libertad de prensa se abrió como nunca en la historia… Permíteme, déjame terminar. Hay transparencia en la utilización de recursos económicos… Sí, sí, ya sé que los medios de comunicación no han tomado su papel. Pero si Enrique Peña Nieto se abre realmente a la libertad de expresión lograremos una democracia que puede impulsar a México a un proceso de crecimiento irreversible. Es su mejor oportunidad en medio de la crisis.

Pero él casi ni oía lo que decían. El sordo seguía embelesado con la noche, las estrellas, el verano, la iglesia, la belleza de los españoles, su rudeza en el habla. Salamanca estaba de fiesta porque habían salido a caminar para festejar no sé qué. Ni en cuenta la crisis que viven. Como en todos esos países de los que nos preocupamos tanto mientras su gente sale a pasear…

Qué caray. Basta de palabrería.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Entrada destacada

 Poesía Palabras para descifrar el laberinto del silencio.  Sylvia Manríquez