Rossy Oviedo Castillo (Premio Estatal de Periodismo 2000, Categoría "Mejor Crónica")
Todavía
hay quien lo recuerda con su singular caminar, moviendo su bastón al
paso que daba, marcando al aire círculos invisibles como una muestra de
que pasó por ahí, por la banqueta de la que fuera por mucho tiempo la
Plaza Miguel Hidalgo, en la otrora ciudad de Hermosillo.
Empezaban
entonces a pintar en Sonora los años 50 y su figura, que resaltaba por
su escrupuloso vestir, con sus trajes de corte elegante, sin que pudiera
faltar su fistol y sombrero, le dieron a Alfonso P. García el mote de
“Conde”.
Parientes
cercanos señalan que el sobrenombre se le asignó debido a su
participación en el montaje de la obra “Don Juan Tenorio” (en el antiguo
Teatro Noriega de Hermosillo). Su papel fue el de Conde y, dicen, su
actuación fue tan buena que de ahí surgió el sobrenombre.
También
hay quien, a pesar de no haberlo conocido en persona, sigue conviviendo
–literalmente—con él, a pesar de tener casi tres décadas de haber
pasado a mejor vida, pues continúa habitando dentro de las paredes de la
casa que le vio morir: el actual edificio de Radio Sonora.
De obrero a Conde
No
obstante a su riqueza, que se la dio su posición de próspero
agricultor, el llamado Conde García no nació en pañales de seda. Este
personaje que ha sido protagonista de innumerables anécdotas e historias
de “miedo” en Radio Sonora, nació en Villa de Seris, donde vivió su
infancia, adolescencia y juventud, con las carencias que aquella época
traía a las familias no favorecidas económicamente.
En su juventud Alfonso P. García (La “P” es de apellido materno, Peralta, que según la costumbre de la época se colocaba a manera de inicial antes del apellido paterno), trabajó como obrero en el molino harinero situado justamente en Villa de Seris –actualmente considerado como un edificio histórico—sin saber lo que le deparaba el destino, porque al correr del tiempo se convirtió en socio del mismo, luego de contraer nupcias con las señorita Emilia Camou Olea, hija de don Alberto Camou, propietario del molino.
En su juventud Alfonso P. García (La “P” es de apellido materno, Peralta, que según la costumbre de la época se colocaba a manera de inicial antes del apellido paterno), trabajó como obrero en el molino harinero situado justamente en Villa de Seris –actualmente considerado como un edificio histórico—sin saber lo que le deparaba el destino, porque al correr del tiempo se convirtió en socio del mismo, luego de contraer nupcias con las señorita Emilia Camou Olea, hija de don Alberto Camou, propietario del molino.
Luego
de esa boda, Alfonso García, convertido en agricultor, trasladó su
residencia a Hermosillo, (Villa de Seris era considerado todavía un
pueblo) para vivir en la casa que hoy albergan las oficinas de Radio
Sonora y el Colegio de Sonora, antaño una sola propiedad. El lugar se
encuentra en la actual avenida Obregón, en el centro comercial de la
ciudad.
Si
bien el destino deparó al matrimonio García Camou una vida sin
preocupaciones financieras, holgada económicamente y saturada de gustos
materiales, les negó la posibilidad de ser padres de manera natural, por
lo que ante el instinto humano que buscaba anidar en sus corazones una
prolongación de sí mismos, decidieron tomar en adopción dos niñas.
Cuentas
los historiadores que la vida de la familia García Camou transcurrió en
santa paz y tranquilidad durante los primeros años de sus hijas.
Después vendrían las penas, cuando una de ellas al llegar a la juventud
huyó del hogar para dedicarse a una vida de promiscuidad. Esto afectó
emocionalmente a la pareja, desde entonces las cosas no fueron las
mismas.
A
la par de las penas emocionales, llegaron las económicas. Poco a poco
el Conde García fue perdiendo su fortuna, lo que mermó también en su
salud. Aún cuando pasaba por esa crisis financiera, conservó su porte.
Sus caminatas vespertinas frente a la acera de su residencia continuaron
por largo tiempo.
La
familia García Camou no pudo recuperase nunca de sus perdidas y en el
invierno de 1976, tuvieron la mayor de ellas. En el patio interior de la
residencia –sede actual de Radio Sonora-- tenían una alberca, que por
temporadas permanecía vacía. En uno de sus paseos por el patio el Conde
cayó a la alberca y se golpeó la cabeza. No murió al instante, ya que
del lugar fue sacado con vida, sólo que a los dos meses, a consecuencia
de los golpes, dejo de vivir. Para entonces, dicen, ya había dejado de
poseer los recursos económicos de antaño.
La
casa del famoso Conde ya no fue la misma, aunque doña Emilia y su hija
Marcia García continuaron aún por un tiempo habitándola. La hija vendió
años después la propiedad al entonces gobernador de Sonora, Samuel Ocaña
García, y el inmueble se dividió para dar paso a la instalación de las
oficinas del Colegio de Sonora y de Radio Sonora.
El Conde se niega a abandonar su casa
Podrán
haber pasado más de dos décadas desde su desaparición física, podrá ya
no ser esa “su” casa, pero el Conde es “terco” y se niega a dejar algo
que por mucho tiempo le perteneció. Un espacio donde construyó sus
sueños, trazó su destino y vivió quizás mil historias que hoy se cuelan
por los rincones de la radio, una radio quepara él se ha convertido en
una “pesadilla”.
Parece ser que no le gustó el cambio que se le dio al edificio, ni que se haya hecho una prolongación del mismo. A veces se piensa que tampoco le caen muy bien sus moradores, y de eso ha dejado pruebas. No ha desperdiciado tiempo, ni día, ni noche, para demostrar su descontento. Lo bueno de todo es que más que un anfitrión “maloso”, es travieso, pues le gusta hacer trinar a la gente y de vez en vez asustarla un poco.
Parece ser que no le gustó el cambio que se le dio al edificio, ni que se haya hecho una prolongación del mismo. A veces se piensa que tampoco le caen muy bien sus moradores, y de eso ha dejado pruebas. No ha desperdiciado tiempo, ni día, ni noche, para demostrar su descontento. Lo bueno de todo es que más que un anfitrión “maloso”, es travieso, pues le gusta hacer trinar a la gente y de vez en vez asustarla un poco.
Son
muchas y variadas las anécdotas que cuentan los empleados de Radio
Sonora. Como aquella del operador Rafael Salido, que, al tener la radio
transmisión las 24 horas del día, le tocaba cubrir el turno de la
madrugada.
Platica
que en un a ocasión, al estar en cabina, sonó la extensión del
teléfono. Sólo estaban en el lugar él y el velador. Al levantar el
auricular le colgaban, esto se repitió varias veces, hasta que Salido se
cansó y al revisar las luces que marcan en el aparato telefónico la
extensión de donde se habla, se dio cuenta que la llamada provenía de la
oficina de la dirección de noticias, ubicada entonces donde hoy es el
departamento de producción. El operador abrió la puerta, cerrada con
llave, encendió la luz y su sorpresa fue ver el lugar solitario, pero el
auricular descolgado.
La anécdota más contada y recordada es aquella cuando le dio por cambiar las grabaciones que se giraban al aire. En los tiempos en que se utilizaban cintas de carrete abierto, cuando concluían los productores con su trabajo de edición, al probarlo, todo se escuchaba al revés.
La anécdota más contada y recordada es aquella cuando le dio por cambiar las grabaciones que se giraban al aire. En los tiempos en que se utilizaban cintas de carrete abierto, cuando concluían los productores con su trabajo de edición, al probarlo, todo se escuchaba al revés.
A
menudo, aún hoy, se pierden objetos, que aparecen a los días en el
mismo lugar donde se habían colocado, se mueven cosas del lugar o se
escuchan tecleos de las máquinas de escribir sin que haya personas
laborando en las oficinas.
El Conde se divierte
El
lugar preferido del Conde García es justamente el departamento de
producción, que como dato curioso es la parte que se agregó al diseño
original de la casa. Para quienes hacen el aseo, y abren el lugar a
tempranas horas de la mañana, ya es natural percibir el olor de un
elegante perfume de hombre. Un perfume que se asemeja a las colonias
utilizadas hace ya varios años.
También
se le ha visto bajar las escaleras del edificio y se escuchan sus pasos
por los amplios corredores de la radio. Ha dejado gente encerrada en
los sanitarios y ha tomado prestados escritos y notas, que cuando él lo
decide las regresa a sus dueños.
Parece ser que lo esencial para él es hacer notar que aún esta vivo, que él es el único dueño de ese espacio, sólo que ubicado en otro tiempo.
Parece ser que lo esencial para él es hacer notar que aún esta vivo, que él es el único dueño de ese espacio, sólo que ubicado en otro tiempo.
Al
Conde le ha costado adaptarse a su realidad, pero ya no inspira temor.
Su “presencia” ya es parte de la vida cotidiana de quienes laboran en la
estación del gobierno del Estado, con quienes comparte jornadas de
música de todos los géneros, aunque cuando no le gusta algún disco
prefiere esconderlo, o bien apagar de pronto el transmisor.
Juega
con la paciencia de la gente, los hace vociferar hasta llevarlos a
exclamar palabras altisonantes y como respuesta recibe uno que otro
insulto. Blanca Olivia Vázquez, operadora y locutora de Radio Sonora
también ha tenido varios encuentros con don Alfonso García.
El
Conde sabe bien que difícilmente sacará a los empleados de su
propiedad, por eso no desaprovecha la oportunidad de “cobrarles” su
intromisión, busca pretextos, y en la primera oportunidad, cuando parece
que ya los dejó en paz, reaparece. Es su constante, su diversión, es su
manera de decirles: “Esto es mío, si van a estar aquí, respétenlo”.
Pero
el Conde “es” Radio Sonora. Se ha aprendido a vivir con él, aceptándolo
como un niño travieso y aguantándole sus irreverencias.
Si
ustedes son de aquellos que gustan de experimentar este tipo de
vivencias no deben desaprovechar la oportunidad de inmiscuirse en el
hábitat de un fantasma, tan real, que se niega a dejar este mundo.
Quizás en su próxima visita a Radio Sonora sea él quien los tome de la
mano y los lleve a conocer las instalaciones.
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