lunes, 17 de mayo de 2010

No me gustan las uvalamas

Por Sylvia Teresa Manríquez

En el año de 1966 la carrera espacial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética había dado inicio. El 31 de Enero de ese año la URSS lanzó la sonda espacial “lunik 9”, la primera en posarse suavemente sobre la superficie lunar. El 02 de Junio EU logró alunizar con éxito la nave “Surveyor 1”. Más tarde, en Noviembre, se lanzó desde Cabo Cañaveral la “Gemini 12”, la primera cápsula espacial que hizo una reentrada en la atmósfera terrestre de manera totalmente automática.
Mientras, en la Tierra mi vida se gestaba en Navojoa, Sonora. Unos 4 años antes mis padres sufrieron la pérdida de su primogénita, tan sólo a unas horas de haber nacido en la clínica local del IMSS. Esperaban con ilusión mi nacimiento, el cual habían programado que se realizara en el “Sanatorio Lourdes” atendido por monjas, buscando evitar las complicaciones y malos manejos que se dieron en el anterior parto en el seguro social y que causaron la muerte de mi antecesora.
De no ser por las uvalamas yo habría nacido en Noviembre de 1966, el mismo año en que Truman Capote publicó su celebre novela “A sangre fría”.
En la barda que separaba la casa de mi abuela de la su vecino, colgaban ramas de un árbol de uvalama, frutilla que gusta mucho a mi mamá. A pesar de no ser temporada de esta fruta, la noche del 02 de Octubre el fresco aire del naciente otoño llevó hasta mi madre su olor, una tentación que no resistió, salió al patio, se subió en un banquito y trató de alcanzar alguna fruta, pero el banco tambaleó y cayó. A esta contingencia hay que agregarle que un día antes, ya con 8 meses de embarazo, y sin hacer caso de las recomendaciones que la abuela le hizo, acompañó al abuelo a Álamos, en un viaje que le resultó cansado y le había dejado algunas molestias que empezaban a preocuparle.
Así que, debió ser internada con urgencia, en el sanatorio que habían elegido. Mi nacimiento no fue sencillo, hubo que realizar cesárea, y lidiar con una bebé que se enredó en el cordón umbilical.
Eran las 2 de la mañana del tres de octubre, cuando con mi primer llanto le dije al mundo “ya estoy aquí”. Pesaba 2.500 kg, por lo que de inmediato me llevaron a lo que mi mamá aún llama “resucitadora” y que yo intuyo era una incubadora.
Francisco Manríquez García, mi orgulloso padre, bajo el influjo de los brindis propios de la celebración de tan relevante evento, llevó serenata hasta la ventana del cuarto del sanatorio donde estaba internada su esposa, Sylvia Ochoa Narváez, quien de seguro estaba exhausta por la intensa situación vivida desde un día antes aunque escuchó los acordes musicales dedicados a ella. Hubo que pedirle al entusiasmado padre que despidiera al mariachi. Y cómo no iba a estar eufórico, si celebraría al día siguiente, 4 de Octubre, día de los panchos, con el mejor regalo: su primera hija.
Cuando mi madre estuvo en condición de tenerme con ella en su cama, me llevaron a sus brazos vistiendo entre otras ropitas, una blusita que mi bisabuela confeccionó especialmente para esta ocasión.
Cuenta que lloraba mucho cuando me veía tan pequeña, pues si su primera bebé que pesaba 3 kg no había sobrevivido al nacimiento, temía mucho que yo, tan chiquita, mucho menos lo hiciera. También recuerda como la madre Cristina, me tomaba en una sola de sus manos y entregándome a mi mamá, le describía como me había hecho un favor al pesarme con todo y ropa para dar el peso de los 2 kilos y medio. Además, cada vez que preguntaba con que me alimentaban, la hermana respondía que con leche de una gata recién parida que había en la cocina, lo cual, a pesar de ser una broma, la angustiaba.
Yo, Sylvia Teresa Manríquez Ochoa, nací en Navojoa, Sonora, el 03 de octubre de 1966, por causa de las uvalamas.
A mí, no me gustan las uvalamas. Aunque su sabor me recuerda al dulce de orozuz, su color morado intensamente oscuro y su peculiar olor me recuerdan al ungüento llamado “Iodex”.

2 comentarios:

  1. Nunca he probado esa frutilla... aunque si el olor te recuerda al iodex, aghhh, no se me antoja (no te estoy ofreciendo, dime), el orozuz sí me gusta aunque no mucho...

    ResponderBorrar
  2. Al igual que jose fa, la mencionada fruta, no la conozco y tampoco puedo relacionarla, mas que con la imagen que aparece en el texto. Pero acaso demuestra hasta que punto un evento aparentemente inocente, toma un sesgo complicado, afortunadamente lo contaste, (literalmente)
    Un abrazo.

    ResponderBorrar

Entrada destacada

 Poesía Palabras para descifrar el laberinto del silencio.  Sylvia Manríquez