La letra desobediente
Braulio Peralta
2011-04-11Las redes sociales sirvieron para convocar a una marcha nacional de última hora. Una marcha fuera de lo común: no fue laboral, estudiantil, partidista o “por la paz”. Fue una de indignación y dolor por la muerte de los jóvenes asfixiados por manos oscuras en Cuernavaca, uno de ellos, hijo de Socorro Ortega y del poeta Javier Sicilia.
Una marcha rápida, de urgencia, que en menos de una semana se organizó y dio fruto. No hubo tiempo de ingeniar nuevas consignas ni inventar formas de lucha novedosas. Pero se logró algo: por simple convicción la gente salió a la calle. Y en vez de discursos se leyó poesía.
Aminorar la trascendencia de las marchas del miércoles 6 de abril en tantas ciudades de la República Mexicana —y otras en el mundo—, es subajar e infamar la fuerza que tiene una actitud civil de personas que creen en el valor de la palabra por encima de cualquier tipo de guerra, sea la de los criminales que actúan en la ilegalidad, o la de las fuerzas de seguridad del gobierno que, hasta el día de hoy, ha fallado en su estrategia.
Poner en duda la utilidad de las marchas es impedir a la gente caminar libremente por el terreno pacífico, en busca de mayorías que alerten al Estado de los peligros que corre la democracia si no cambian sus tácticas, con pleno respeto a las normas internacionales, sin violación de los derechos humanos. De los daños colaterales de esa guerra, el único responsable es el gobierno porque es imposible pedir cuentas a los asesinos sin rostro.
A la marcha fueron cientos de miles de jóvenes, el corazón de una patria que quiere futuro y paz. Son ellos los que transformarán a este país. Son ellos los que tomarán el mando de los que ayer fueron fundamentales al cambio hacia el proceso democrático.
Hay que luchar por nuestro México que vive atenazado por un negocio redondo y criminalmente perfecto: la industria ilegal de las drogas. No al Norte de las armas ni al Sur de las drogas. Legalizar las drogas e inutilizar las armas es la única posibilidad para regresar a una concordia entre los mexicanos.
Javier Sicilia decidió callar con su poesía. Y el silencio estalló y levantó la conciencia de un pueblo, de aquellos que fueron a marchar. Hoy nadie lo vemos, pero esa marcha, deshilvanada pero con alma, cambiará la política de nuestro país. Una desgracia a veces es una bendición hacia la memoria colectiva.
Tomado de milenio.com
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