El poeta nicaragüense, enfrentado desde hace años con la cúpula sandinista, es una de las figuras clave de la lírica hispánica
Día 03/05/2012
Si el descomunal Walt Whitman hubiera sido granadino, de la Granada nicaragüense, se habría llamado Ernesto Cardenal.
Pocos poetas como este sacerdote de la liberación y en tiempos ministro
y convencido sandinista han puesto en verso las peripecias del hombre y
sus circunstancias en las últimas décadas.
Cardenal ha sido galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana,
una de las más altas distinciones de las letras hispánicas. Además, con
este fallo, el jurado ha roto una tradición no oficial pero tácita,
según la cual el premio va cada año a una orilla distinta del Atlántico.
El galardón está dotado con 42.100 euros y reconoce «el conjunto de la
obra poética de un autor vivo».
El
jurado que ha fallado el premio, que se ha dado a conocer en el Palacio
Real, estuvo formado, entre otros, por José Manuel Blecua, Antonio Lobo
Antunes, Soledad Puértolas, José Manuel Caballero Bonald, Luis Antonio
de Villena, Jaime Siles y Luis Alberto de Cuenca.
En la pasada edición la triunfadora fue la cubana Fina García Marruz, por lo que en principio debería «tocar» un poeta español. Pero no ha sido así.
Sin
embargo, solo cabe felicitarse ante esta distinción obtenida por el
poeta nicaragüense, que durante casi seis décadas nunca ha dejado de
sorprender al planeta literario con su poesía siempre arriesgada,
sobrecogedoramente humana, atenta a los problemas sociales, a los
pobres, a los desposeídos, a los desarraigados. Poeta a pie de calle, a
pie de obra. Poeta siempre de guardia.
Pero
poesía con gran altura de miras filosófica, que sitúa al hombre en el
centro de su discurso pero que no deja de mirar a las estrellas, a los
planetas, a las fuerzas de la Naturaleza, como recogió en ese nerudiano y
whitmaniano libro que fue «Canto cósmico», una de las obras trascendentales de la poesía hispánica contemporánea, en la línea del «Canto general» del Nobel chileno y el «Canto a mí mismo» del autor de «Hojas de hierba».
Hombre
capaz de escribir poemas a bordo un avión, de retirarse a un monasterio
norteamericano para resarcirse de algunas derrotas políticas, de crear
una comunidad católica ascética y de estrictísimas y austeras normas de
convivencia como la que levantó en la isla de Solentiname, en el lago de
Lago Cocibolca, episodio que luego plasmaría en el hermosísimo libro
«El Evangelio de Solentiname», nadie puede olvidar la reprimenda que le
infligió el Papa Juan Pablo II en el aeropuerto de Managua, ni nadie
puede olvidar tampoco que fue de los primeros prohombres de la cúpula
sandinista en discrepar con los hermanos Ortega,
y abandonar finalmente el partido. Experiencia ideológicamente
traumática que reflejó en uno de sus libros de memorias, «La revolución
perdida».
Ernesto
Cardenal, amurallado tras sus barbas y sus canas whitmanianas, cubierto
por su boina a lo Che Guevara, granadino de la Granada nicaragüense,
bien podría ser homenajeado con aquellos versos de otro poeta por él
admirado, Octavio Paz en su memorable «Piedra de Sol»,
porque también como el mexicano ha sabido con sus palabras poner los
signos en rotación, los signos del hombre y los signos del Universo. «Amar es combatir, es abrir puertas, dejar de ser fantasma con un número...».
FUENTE: ABC.ES
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